Revista Opinión

Cumbre del clima de Madrid, como el camarote de los hermanos Marx

Publicado el 05 diciembre 2019 por Mike Sala @mikesala65

Puede escuchar el texto al final del artículo
No podía ser de otro modo. Cuando se organiza una cumbre mundial sobre una gran estafa mundial, el espectáculo del absurdo llega a ser mundial. Esto merecería ser una de las leyes de Newton.
Y así está resultando la Cumbre del Clima que el farsante Pedro Sánchez tanto se esmeró en traer a Madrid desde el momento en que la celebración de semejante circo peligraba en su ubicación original chilena para este año 2019 por causa de la ola de terrorismo callejero que aquél país sufre bajo los auspicios de la misma agenda globalista que trata de meternos el gran timo del cambio climático hasta en la sopa.
Una cumbre del clima que, con sus mensajes catastrofistas, su presencia casi absoluta en los medios el día de la inauguración, y su estrategia envolvente diseñada para que ninguno olvidemos que este año le toca a Madrid salvar al mundo, se me hace como una mala copia de aquella maravillosa escena del camarote de los hermanos Marx: en Madrid, los actores sólo convencen a los convencidos y a los que viven de este inmenso tinglado de estafa global, en la película de 1935 Una noche en la ópera, los actores muestran exactamente lo que son; unos entrañables locos en los que uno confiaría mil veces antes que en estos tarados estafadores de la cosa climática.
Como en la película, los actores de esta cumbre se han ido sumando desde lo más absurdo hasta lo más descaradamente demagogo que pueda dar el mundo de la política, las finanzas y las influencias de alto nivel. Imagínense que el escenario está listo. Un gigantesco camarote que ha sido decorado para la ocasión con multitud de stands donde cada expositor podrá exponer sus trucos de trilero para convencernos de que el cambio climático, tal y como ellos pretenden que lo entendamos, es un producto que necesitamos comprar por nuestro bien y la salvación del planeta. Y viene el primer absurdo, en forma de ola de frío, como todas las que invariablemente llegan a principios de diciembre desmintiendo el tocomocho del calentamiento global, y deja medio helados a expositores y visitantes cuando la calefacción del recinto no funciona a toda potencia porque gran parte del aparataje no está en condiciones, y lo que queda funciona en mínimos.
Cumbre del clima de Madrid, como el camarote de los hermanos Marx

Añadan a esto a un primer comparsa de renombre. Nunca primer actor, pero suficientemente vistoso para las élites. El presidente del Gobierno de España. El fraude-doctor Sánchez. Ese tipo que deja en el ambiente el olor de la mentira incluso cuando no pronuncia ni una palabra. Y, falsario él, aparece en un auto eléctrico que nunca antes ha usado, y que abandonará cuando finalice su periplo por la cumbre, para volver a sus desplazamientos en un potente auto blindado que consume cinco veces más que los mismos modelos salidos de fábrica por el simple hecho de pesar más del doble debido a su blindaje y otras medidas y contramedidas con las que va equipado.
El ministro en funciones de la cartera de Agricultura, Pesca y Alimentación, Luis Planas, también se deja ver. No se le ocurre otro planteamiento buenista para satisfacer a la muchachada lanar que declarar que los gobernantes deberían trabajar para asegurar para el ciudadano una “alimentación a precio razonable para el productor y el consumidor”. Planteamiento con un trasfondo ciertamente canalla si lo dice el representante de una casta política que cuenta en sus filas con unos cuantos personajes que actúan de intermediarios entre España y ciertos países que nos exportan sus productos en detrimento de la producción nacional, aumentando de este modo las dificultades con las que no pocos agricultores y ganaderos se tienen que enfrentar por el escaso precio que obtienen por su trabajo.
Por supuesto, y que nadie lo dude, los visitantes tendrán que abonar un buen precio por los menús que a los políticos y demás parásitos del sistema se les ofrecerá gratis. Para servir a unos y otros ya están prestos los cocineros que se han apuntado al redil climático ofreciendo mousse de plancton y encurtidos de flores. Y para que el impacto de la nueva alimentación tenga éxito, los encargados de elaborar semejantes delirios culinarios son los célebres hermanos Roca, propietarios del restaurante Celler de Can Roca, cuya fama le asegurará a usted, sufrido lector, que si aparece por allí más le vale haber atracado un banco antes. Un restaurante y unos hermanos cocineros que demuestran empíricamente que cualquiera, rico o pobre, inteligente o votante de Podemos, joven o viejo, puede proferir las mayores estupideces sin que le tiemble una sola pestaña; porque aquí los Arguiñanos de turno han declarado que ”viviendo, estamos destruyendo el planeta y a nosotros mismos”. Espectacular. Más focos, por favor.
Y seguirán llegando jefes de estado, cada uno de ellos en largas comitivas de autos contaminantes desde el aeropuerto al que habrán arribado en contaminantes aviones. El primer día de esta feria de las vanidades ya se hicieron la foto todos juntos. Se alojarán en hoteles cuyas calefacciones contaminarán el cielo de Madrid, la salvadora del mundo en 2019, y ocuparan portadas y noticieros para que los redactores de los diarios y los conductores de los programas nos recuerden que el cambio climático es terrible y que todo es por nuestra culpa. No de los gobernantes, ni de los grandes influyentes por encima de ellos. La culpa es nuestra porque nos desplazamos, comemos, bebemos y tenemos la maldita costumbre de acompañar nuestras vidas con electricidad y tecnología.
Pero, mientras siguen entrando indeseables en ese gran camarote de los hermanos que no son los Marx, el público entregado al nuevo gretismo, los alarmados asustados por los alarmistas climáticos, esperarán ansiosos a Santa Greta de Soros, que antes de llegar a la santidad climática era conocida por Greta Thunberg; la niña con cara de cabreo a la que el progreso y la civilización le robó la infancia todos estos años que ella ha tenido la desgracia de vivir en uno de los países con mayor nivel de vida de este alarmado mundo.
Santa Greta ha viajado desde Escandinavia hasta Portugal en un catamarán de alta gama que, por si acaso, dispone de dos potentes motores diesel por si el viento se retrae de soplar en presencia de la niña. Quienes la dirigen en toda esta cruzada contra los negacionistas que no nos tragamos la gran manipulación, han decidido que, una vez en Lisboa, donde el alcalde y no más de doscientas personas la esperaban en el puerto, la agenda de la niña inadaptada ya no será pública; lo que quizás augura para los próximos días una repentina aparición en Madrid con tintes de espectáculo de Madonna y unas pizcas de meeting al estilo Obama. O quien sabe si no se abrirán los cielos sobre la cumbre climática situada en IFEMA para que Santa Greta de Soros descienda en carne mortal, eso sí, teniendo mucho cuidado desde arriba para que la niña no se estampe contra el suelo y acabe por ser hospitalizada en algún contaminante hospital.
Todo lo cómico que pueda tener este enorme barullo de oportunistas, políticos-valga la redundancia- cocineros progres, público entregado y parafernalia progre, se diluye ante la gravedad de lo que en realidad está sucediendo: un gigantesco y muy estudiado proceso de cambio hacia un nuevo orden mundial que se financiará con los impuestos que las administraciones expolian a los ciudadanos. El poder lleva años intentando prepararnos para que llegue un día en el que podamos admitir, una vez convenientemente laminadas nuestras mentes y conciencias, que somos los culpables del sufrimiento del planeta y que no tenemos otra salida que pagar por ello. El poder quiere que comamos menos carne, que dejemos de consumir combustibles y otros recursos, que comencemos a contemplar la posibilidad de lo conveniente de la eutanasia, de lo aconsejable del aborto, de lo anticuado de la heterosexualidad, de lo inconveniente de ser crítico y de lo insolidario que resulta oponerse a los totalitarismos. Los verdaderamente poderosos no nos llevan a otros destinos, y sus políticos y personas influyentes a sueldo son quienes nos dirigen.
De momento, sí hay algo que les aseguro que no sucederá durante esta cumbre climática. Pueden estar ustedes seguros de que cuando llegue el momento en el que Santa Greta de Soros nos bendiga con el sonido de su cálida voz, no escucharemos un solo reproche a Pedro Sánchez y otros dirigentes por contaminar con sus autos blindados y sus aviones oficiales. Ni afeará a ningún ministro de la cosa agrícola y alimentaria que use un teléfono celular de gama alta cuyos componentes habrán sido fabricados usando energía eléctrica proveniente de fuentes contaminantes, ni aconsejará a cocineros pasados de estupefacientes que sirvan a sus clientes exquisitos platos preparados al amor de una hoguera en medio del campo. No. Greta Thunberg hará su papel. Discursará con frases inverosímiles para su edad, hará sentirse culpables a miles de desnortados que llorarán por hacerse algún selfie con ella, recordará a quien quiera escucharla alguna consigna anti sistema de esas que sus asesores le escriben en sus cuentas de las redes sociales, y acabará el día en algún cómodo hotel o en la exclusiva vivienda de algún adinerado devoto.
Mientras tanto, la realidad seguirá mostrándose ante quien quiera verla, y habrá frío en invierno y calor en verano. Se darán inundaciones donde siempre suceden, y se repetirán los ciclos climáticos que llevan repitiéndose toda la historia de la humanidad. Ahí están los registros que lo demuestran y las hemerotecas que desmontan la gran estafa.

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