En 2005 aparentemente el futuro de África Subsahariana se jugaba en una localidad escocesa que estaba situada a 6.500 Km. En Gleneagles se celebraba, en junio de ese año, una cumbre del G8. Pero lo que podría haber parecido una cumbre más, se presentaba como un punto de inflexión en la política de ayuda al desarrollo.
Toda cumbre internacional viene precedida de sus respectivas reuniones donde verdaderamente se negocian los acuerdos que más tarde se anuncian. Cuando los líderes políticos de los ocho países más influyentes del mundo se reunieron en Gleneagles los comunicados de prensa ya estaban escritos: rotundo éxito de la gestión internacional. El principal caballo de batalla de esta cumbre fue la condonación de la deuda externa para los 18 Países Pobres Muy Endeudados (HIPIC por sus siglas en inglés). La lógica de esta solución para el desarrollo de los HIPIC y la mejora de la calidad de vida de sus ciudadanos consistía en la cancelación de su deuda contraída con el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Africano de Desarrollo, combinado con el aumento de la Ayuda Oficial al Desarrollo y la inversión en salud y educación. O mejor dicho, con la duplicación del monto total destinado por el G8 para este fin, de 50.000 millones a 100.000 millones de dólares.
Sin embargo, lo que aparentaba ser la cumbre del poder más solidaria de la historia se veía amenazada por la sociedad civil global. Diversos grupos de presión reclamaban un cambio de sistema con un mensaje político directo a la mandíbula del poder internacional. Hacer que la pobreza pase a la Historia fue una campaña a nivel global que pretendía movilizar en dos manifestaciones, una en Edimburgo y otra en la misma Gleneagles, a cientos de miles de personas en pos de reclamar el cambio del sistema internacional de cooperación al desarrollo.
Sus pretensiones consistían en cambiar el sistema de comercio actual por uno en el que los países pudieran decidir libremente su política comercial sin restricciones impuestas por la OMC. Exigían una verdadera cancelación del 100% de la deuda, que impide levantar la pobreza extrema y que ahoga a los países más pobres, además de una reestructuración en las relaciones políticas y económicas. En definitiva, proponían un nuevo modelo de ayuda al desarrollo que permitiera la erradicación de la pobreza frente a los modelos imperantes en la actualidad, que no hacen más que tapar de buenas intenciones las artimañas empresariales de multinacionales y que fortalecen las relaciones de riqueza-pobreza existentes. Exigían que la cumbre no fuera una casa más, sólo armada de fachada, en esta estructura internacional de la post-guerra fría.
Ambas manifestaciones fueron todo un éxito. Reunir a cientos de miles de personas por las calles de Edimburgo un 2 de Julio era un mensaje claro hacia los políticos: estamos aquí y no nos moveréis hasta que algo cambie en la política global. Sin embargo, la pelea entre el inmovilismo y el cambio no se jugó ni en las calles ni en los despachos. Se jugó en la televisión.
Para que el mensaje de la campaña tuviera éxito, se multiplicara y llegara a agobiar a los líderes políticos era imprescindible contar con repercusión en los medios de comunicación británicos, por ser los anfitriones. Fue aquí cuando surgió la figura de Bob Geldof. Este ex-cantante irlandés había reunido en 1985 a varios artistas de la élite del pop con el fin de realizar un concierto que recaudara dinero para paliar la hambruna en una Etiopía arrasada por la guerra. Utilizando como icono la imagen de una niña etíope, Geldof movilizó las conciencias de cientos de miles de personas y envió el dinero a través de la ayuda humanitaria internacional. Una campaña que fue vendida como un éxito.
En 2005, cuando se cumplían 20 años de la campaña y el G8 se iba a reunir con este tema estrella sobre la mesa, el gobierno del británico Tony Blair, a través de su jefe de prensa, íntimo amigo de Geldof, le propuso realizar un nuevo concierto solidario. Vendiendo una imagen de éxito a través de casos como el de la niña etíope utilizada en la campaña del 85, de la que se dijo que había sobrevivido y estudiado gracias a estos conciertos -cuando en realidad fue el fotógrafo que realizó la famosa imagen quien pagó su tratamiento y sus estudios-, se reunieron esfuerzos económicos, sociales y se vencieron resistencias artísticas -juntando a los Pink Floyd de nuevo. Todo por el bien de África, decían.
Los conciertos se celebraron, en concreto el primero coincidió con la manifestación de Edimburgo. Mientras 250.000 personas se manifestaban exigiendo a los políticos un cambio de sistema, todas las cámaras y focos atendían a un concierto de grandes estrellas del pop que reclamaban dinero de los ciudadanos para solucionar lo que los políticos rompen. La segunda manifestación, la de Gleneagles, coincidió también con el segundo concierto, acaparando éste a los medios de comunicación y volviendo a rebajar la tensión política sobre el G8.
Y así, mientras U2, Coldplay, Dido, Pink Floyd, REM o Madonna incrementaban hasta en un 120% las ventas de sus discos a causa del concierto, los políticos se refugiaron de las exigencias políticas de la ciudadanía global a través de una campaña dirigida por el 10 de Downing Street.