Si tengo que elegir un pez, elijo el salmón. Por razones obvias... básicamente porque siento que siempre nado a contracorriente. No suelo seguir modas, de ningún tipo, y si lo hago me canso rápido porque no me gusta encasillarme ni que me encasillen. En menos de dos semanas Pichu cumple 5 años y no, no voy a organizar una de esas chupimolonguiMEGA party en las que acabamos convirtiendo la casa en un parque temático. Sí, lo sé, debo ser una madre rollo y no molar mucho, pero por suerte, Pichu tampoco espera eso y tiene claro con quien quiere celebrar su cumple.De unos años a aquí se ha impuesto la moda (precursora de las megafiestas temáticas) de celebrar los cumpleaños de varios niños de una misma clase el mismo día, invitando a toda la clase a la fiesta. En principio, según entendí yo cuando me comentaron de la existencia de esta moda, esto se hace con el fin de abaratar el tema regalos, ya que se pone una cantidad simbólica por niño, y de evitar que los niños se junten con tanta cosa, además de darles la oportunidad de poder juntarse toda la clase fuera del colegio. A esto, como supuesta ventaja, le sumamos que los regalos los compran los progenitores de los cumpleañeros, asegurándose así el éxito seguro con los presentes de los homenajeados. Estas fiestas suelen celebrarse en parques de bolas o en parques públicos, a gustos de los padres, y dependiendo de lo que uno busque o pueda permitirse: todo hecho o elaboración y currada caseras.El año pasado caí. Sí, yo fui una de esas mamis que queda con otras dos, en este caso de máxima confianza, junta cumpleaños con calzador (agosto, septiembre y diciembre) y convoca a los 22 compañeritos de su hija al cumpleaños. La verdad, ellos lo pasaron en grande, pero no mucho mejor que si lo hubiéramos hecho de manera tradicional. Y yo, qué queréis que os diga, soy algo de tradiciones, porque algunas, por lo que me ha enseñado la edad, se continúan de generación en generación por algo, como la tarta de galletas y chocolate (¡mi preferida, por cierto!).La cosa es que, conforme avanzó el curso, Pichu fue invitada a más cumpleaños, tanto de compañeros del cole como de amigos de fuera, y esto me ha llevado a observar con tristeza como, lo que parecía haber surgido como una idea para abaratar costes, para que aprendan a compartir y convivir más allá de la escuela... ¡Se ha acabado convirtiendo en una competición por hacer la fiesta más grande, en el lugar más grande, con más regalos, más niños y más milongas! Y no, no soy la única que tiene esa impresión. Hay más salmones en el río (por suerte para mí).
La verdadera ventaja o lado bueno de las fiestas de clases enteras acaba convirtiéndose en la evidencia de nuestra realidad: trabajamos con X número de compañeros, con unos nos llevamos bien, con otros hacemos amistad y con otros... simplemente no nos llevamos, no hay más. Los niños también viven así su realidad. Aunque a la edad de Pichu las amistades no tienen por qué estar aún muy definidas, te das cuenta, si conoces bien a tu hijo, de que normalmente habla de los mismos compis, comparte juegos con el mismo grupo y se "queja" de los mismos siempre. Así pues, cuando haces un cumpleaños con toda la clase, al final, cada oveja va con su pareja, no juegan con los que normalmente no lo hacen por el hecho de que sea su fiesta, y con los que tienen alguna confrontación, pues la tienen igual. Yo, personalmente, no invitaría a todos mis compañeros de trabajo a mi cumpleaños, ni siquiera a todos aquellos con los que tengo buena relación. Invitaría a los que considero de mi confianza, de mi círculo, porque son con los que de verdad comparto mi día a día. ¿Por qué hemos de pretender que con los niños sea diferente? Aprender a relacionarse es algo que se fragua desde niños, y pretender que se lleven bien con todos es engañar sus sentidos, eso no será posible nunca, porque para ello tendrán que intentar agradar de manera poco espontánea a quienes no agradan, y entonces, el mensaje que les transmitimos es totalmente érroneo.
Luego está el tema de los regalos. La verdad, lo de un regalo común de parte de todos sus amigos, está fenomenal, aunque por otra parte, siempre puede parecer que quien no puede dar, ni siquiera esa cantidad simbólica, es bicho raro o se siente fuera de lugar. En el caso de Pichu, no pudo ser regalo único porque lo que le gustaba eran cosas más "económicas", así que yo tuve la sensación de que igualmente recibía aluvión de regalos, aun habiéndolos elegido nosotros y habiéndonos acoplado estrictamente al presupuesto. Por otra parte, en algunos parques de bolas, el hecho de hacer sentar al homenajeado en el trono para que los amigos le vayan acercando los regalos mientras el resto corea sus nombres... no sé, repito, llamadme rara, pero no lo veo. Está claro que ese día los cumpleañeros son los máximos protagonistas, y más a estas edades en las que cumplir años es toda una aventura, pero en mi humilde opinión, las cosas cuanto más normales y naturales, mejor. ¿No se puede hacer una entrega de regalos normal, a la antigua? Llego y entrego mi regalo, si lo llevo. O si es entre todos, sin tanto alboroto. Repito, llamadme rara. Luego, por otro lado, para mi gusto, el hecho de que el regalo lo compren los papis quita la emoción real que supone a los niños el hacer un regalo a un amigo, básicamente porque ellos no han ido a elegirlo ni lo han hecho con sus manos, y lo normal es que no sepan lo que es. Llevar a tu hijo a que elija un detalle para su amigo, o mejor aún, motivarlo a que lo haga con sus propias manos, está cultivando el hecho de que piensen en quienes quieren y hagan un esfuerzo por conocerlos un poquito más, por interesarse por sus gustos, entre otras cosas, es decir, por dejar de mirarse el ombligo para mirar el de los de al lado.
Y suma y sigue. La moda de los parques de bolas está bien, son lugares en los que los niños se lo pasan pipa, pero como tendemos a buscar el lugar más grande, el más de moda, pues a mi modo de ver, la magia de la "convivencia" acaba desapareciendo entre tanto niño infiltrado, y el cumpleaños acaba siendo un acto bastante impersonal, en el que, con suerte, se cruzan un par de compañeros en el mismo tobogán cada media hora. Por tanto, se me desmonta otro punto a favor. Además, como la tendencia es a la macro fiesta en la macro sala, el concepto de cumpleaños infantil acaba pareciendo una fiesta de pueblo con discomóvil incluida. Insisto, la rara soy yo, pero me parece excesivo. A esto le sumamos que, obviamente, celebrar un cumple con 25 niños supone que cuentas también con sus padres, de tu confianza o no, que se quedan a "celebrar" la fiesta y a los que, por tanto, hay que agasajar con algo de merienda. Es decir, el precio del cumpleaños asciende al de una fiesta de sociedad, mínimo. Y, como siempre, si tienes la suerte de ser madre de algún cumpleañero, a ti no te toca relacionarte, porque estás controlando a los 25, que corren como locos y botan a la velocidad de un rayo por todo el parque de bolas; más que nada porque, aunque están sus padres, sientes que esa responsabilidad te corresponde, y así lo siente el resto, parece ser.
Demasiado de nuevo, en mi opinión.
De esta corriente hemos pasado a montar macro fiestas temáticas, en las que, no es que los invitados puedan ir disfrazados, si no que deben ir disfrazados de un tema en concreto (esta parte me chifla, que conste, porque soy fan de los disfraces desde siempre) ya que toda la fiesta, merienda incluida versa sobre un tema, "supuestamente" del agrado del cumpleañero, y no elegido por pura pose o postureo pinterest de los padres. Pero lo que empieza como una fiesta infantil por y para ellos, sigue la estela anterior: miles de invitados, niños y adultos, a veces no tan amigos pero que quedan bien en las fotos, anuncio a bombo y platillo del planazo al más puro estilo fiesta de sociedad. Y entonces, tal como lo veo yo, el centro que son los niños, su protagonismo, queda relegado un poquito y pasan por delante los detalles, los primeros planos de tooooodo lo que hemos preparado y demás. Que sí, que los niños soplan las velas, pero ya hemos perdido el mimo y el encanto de un cumpleaños donde se estrecha el círculo, donde los que cumplen años están con su entorno de máxima confianza. Es decir, pasamos de un cumpleaños en el que se estrechan lazos a uno en el que empiezan a crearse lazos porque hay invitados que los cumpleañeros han visto por segunda vez en su vida. Y ojo, que si tenemos claro que ése es el fin de su fiesta, adelante, entonces está muy bien planteada.
Pero yo cada vez me veo más salmón. Veo que, cada vez más, todo se magnifica, se hace enorme, se quiere mostrar, se agranda... Y nosotros, los de aquí de casa, no nos vemos para nada en esa estela nueva. No nos pega ni con cola. Podéis pensar: pecas de lo mismo, hablas de ti y tu marido como adultos, no de las preferencias de vuestra hija. Error. Lo primero que hicimos cuando empezó la temporada "taurina" fue preguntarle a Pichu. Y su respuesta fue que su máxima ilusión era una fiesta de pijamas con 5 amigas y amigos, o una tarde de sesión de cine, palomitas y gorrinadas en casa con ellos. Eso después de haber iniciado la temporada de parques de bolas, públicos y demás con toda la clase. Blanco y en botella. Hoy por hoy hemos ampliado la lista a 10, vamos, lo normal, y fijo que aún cae alguno más de aquí a la entrega de invitaciones, pero en ningún momento ha pedido invitar a toda la clase. Y ,sin embargo, sí cuenta con sus amiguitos de fuera del cole. Y es que, en tantísimas ocasiones, nos adelantamos a sus gustos y a sus preferencias porque "sabemos" qué es lo que quieren, que olvidamos que ellos también son personitas, seres sociales, que no tienen por qué querer "lo mismo que el resto de sus amigos, pero más".
En estos tiempos que corren, todo es tan a lo grande, tan exagerado, tan magnífico, que NOS OLVIDAMOS DE QUE LAS PEQUEÑAS COSAS SON LAS QUE SE CONVIERTEN EN GRANDES RECUERDOS.
Una mesa con bocatas de fiambre y nocilla/nutella (que no falten), con platos de papas y ganchitos, con un vaso de trina (ella tampoco es de fanta) derramado al primer minuto, guirnaldas cursis que habrá elegido ella y que probablemente no sean los pompones cuquis que yo elegiría, una piñata llena de chuminadas que no acaba de romperse, carreras alrededor de la mesa, juegos en el jardín de delante... Un grupito de amigos pasando la tarde en una de las casas y agotando a los padres de la criatura. Y una niña que se acostará feliz y pletórica porque ha pasado la tarde con aquellos que, a diario, le arrancan una sonrisa, incluso hasta un enfado, y que le ayudan a conocer el verdadero sentido de la amistad y con los que está aprendiendo cuán divertido es el mundo de las relaciones.
Insisto, y lo asumo, soy un salmón. Pero a Pichu no parece importarle, porque, al menos en el tema "cumpleaños", nada en la misma dirección que yo: la contraria.
Y vosotros... ¿Con qué os quedáis? ¿CUMPLEAÑOS INFANTIL o EVENTAZO SOCIAL?
CON M DE MAMÁ y de CUMPLEAÑOS FELIZ