Ejercí el otro día de adulto, por lo menos de persona mayor que otra y más experta en la actividad que ambos desempeñábamos. En esos dos metros cuadrados de camerino tratábamos de cambiarnos la ropa y prepararnos para salir al escenario dos cantantes a los que prácticamente doblaba en edad y yo mismo. Tanta estrechez potenciaba al calor humano.
Me sorprendí reflexionando en voz alta sobre mi trayectoria profesional y los errores que me ha parecido cometer, con la dudosa esperanza de que el que me escuchaba pudiera encontrar la manera de evitarlos. De qué servirán los consejos si eres de esos que hasta que no se estrellan contra la pared no se percatan de su existencia ni su dureza.Le dije que no se conformara con lo que tenía a mano aunque fuera mucho, que fuese más ambicioso, que trabajase incansablemente para alcanzar objetivos que se encuentran más allá de la vuelta de la esquina, que lo bueno es enemigo de lo óptimo y que tenemos la obligación no de conseguirlo pero si de intentarlo con todas nuestras fuerzas.Un montón de frases de almanaque perfectamente aplicables a cualquiera en cualquier tramo de su vida. Va a ser bueno escribirlas y leerlas después aquí; pues no tengo veinte años, o si que los tengo pero cumplidos hace tiempo, pero no estoy tampoco para el arrastre. No sería del todo sano que me empeñara en soñar lo que sueña un veinteañero teniendo como tengo aún la capacidad de soñar mis propios sueños. Ser mayor que otros que vienen idealmente pisando fuerte y reclamando su lugar es ley de vida, amigos míos. Lo que es verdaderamente raro es empeñarse en ser mayor que uno mismo. ¿No has conocido nunca a viejos de veinte años y a jóvenes de ochenta? Por qué resultará tan difícil estar donde uno se encuentra, aunque se trate de un camerino estrecho.