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Cupido va a terapia. (II)

Publicado el 07 febrero 2025 por Bypils @bypils
Cupido va a terapia. (II)

Miro al niño, sentado en el respaldo del diván, y aún no me lo creo. ¿Cupido? ¡Venga! ¡No me fastidies! Pero… Las alas son reales. Y el niño voló por la consulta hasta llegar al diván. Esto es así.  

O no, claro. Tal vez estoy hablando con una alucinación. Decido probarlo. Le lanzo el bolígrafo y la libretita que tomé automáticamente al sentarme para iniciar la sesión.  

No tengo puntería con el bolígrafo, pero la libreta le da de lleno en la cara. Primero frunce el ceño, después rompe a llorar desconsoladamente.  

—Errr… perdona, Cupido. Solo quería confirmar que eras real. No quería hacerte daño. Perdona, por favor.  

Parece entenderme. Menos mal… No debo olvidar que el niño vuela. Y es… Cupido. Nada. No me lo creo.  

Retomo la sesión con una sonrisa trémula. Estoy acojonada.  

—A ver, ¿qué te pasa?  

—¿Por dónde empiezo, doctora?  

Mueve las alitas. *Flop-flop*.  

—¿Qué le parece mi infancia? ¿No se empieza siempre así?  

—Bueno, depende del caso. Pero en el tuyo… Empieza por donde quieras.  

—Soy Cupido, también llamado Amor en la poesía latina. Vengo de la mitología romana y soy el dios del deseo amoroso. Mi madre es Venus, diosa del amor, la belleza y la fertilidad. Mi padre es Marte, dios de la guerra. Y… no soy un niño con alas. ¡Joder!  

—¿Qué quieres decir con que no eres un niño?  

—Crecí y me trabajé el cuerpo. Soy un tío bueno, como decís ahora. Además, me enrollé con Psique, un bellezón. Ella ha sido el amor de mi vida, aunque sé que no la volveré a ver jamás.  

—Psique es un nombre hermoso, Cupido. ¿Por qué no la verás nunca más?  

—Hace siglos os dio por decorar con los *puti* y me cambiaron la imagen. Mi identidad. Tanto *puti*, tanto *puti*… Me convirtieron en este niño que ves. ¿Cree que Psique querría algo conmigo? Míreme bien, doctora.  

—Nunca había oído hablar de los *puti*. ¿Qué son?  

Me recita la definición de Wikipedia:  

*»Los puti (plural de puto en italiano) son motivos ornamentales consistentes en figuras de niños, frecuentemente desnudos y alados, en forma de querubín o amorcillo. Abundantes en el Renacimiento y Barroco italiano y español, forman parte de los motivos clásicos de la época.»*  

—No sé cómo podríamos arreglar eso, Cupido. No te imagino con cuerpo de adulto.  

—Ni usted ni nadie. Además, los humanos me lo están poniendo cada vez más difícil. El sacrificio de vivir en este cuerpo de niño rechoncho, con los ojos tapados, me está sirviendo de poco.  

Hace una pausa dramática y prosigue:  

—Le pondré un ejemplo de algo muy grave: el «amor a primera vista» va a desaparecer por el auge del «amor virtual». La gente se enamora por chat y mensajitos sin haberse visto nunca. ¿Cómo es eso posible? ¿Y el «amor a primera vista», qué? ¿Cómo voy a lanzar mis flechas en ese mundo 2.0? Nadie ha pensado en eso…  

Me doy cuenta de que esto va a ser largo y difícil. Tengo delante de mí a Cupido con una grave crisis de identidad, la autoestima por los suelos, el corazón roto y, además, con una perspectiva profesional muy complicada.  

Se deja llevar por una taquilalia y habla sin cesar. Que el amor no es ciego, que no es eterno, que si la dopamina, que si la oxitocina, que si los movimientos peristálticos intestinales, que si el cerebro… Me está agotando.  

Ahora se pone a llorar. Como un niño.  

—¿Qué tal si quedamos mañana a la misma hora y seguimos la terapia?  

Oigo el *flop-flop* y Cupido ha desaparecido.  

Creería que todo esto es una crisis alucinógena aguda, pero… una pluma blanca se desliza suavemente por el aire, pasa frente a mi nariz y cae sobre mi falda.  

Estornudo. Las plumas me dan alergia.  

(Continuará…)


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