Esperé la siguiente sesión con nervios. No era fácil decirle a Cupido que debía tomarse un descanso, y menos en vísperas de San Valentín.
Su reacción me desconcertó.
Lanzó las flechas y el arco a un rincón de la habitación. Luego, se quitó la venda y la hizo girar en el aire.
—¡Yujuuu! ¡Alegría, mucha alegría!
Con una euforia extraña, voló hasta situarse a la altura de mis ojos. Sus alitas batían rápido. *Flop-flop-flop-flop.*
—¿Puede hacerme el parte de baja? Quiero tramitarlo hoy mismo. Me iré unos días al Olimpo a ver a los griegos y, si me siento preparado, visitaré el Panteón para ver a mis padres. Me encantará ver la cara de San Valentín cuando sepa que lo dejo solo con los humanos…
Le extendí la baja laboral. Casi me puse a llorar al escribir «Cupido» en la casilla del paciente.
Sentía su mirada ansiosa. Me arrebató el papel de las manos y salió volando.
—Gracias, doctora. Nunca la olvidar…
*¡Crash!*
No calculó bien la distancia.
Volaba mejor con los ojos vendados.
Por mirarme, chocó contra la pared del edificio de enfrente. El cemento se resquebrajó alrededor de la figura de un querubín. Se quedó ahí, empotrado.

El sonido de sus alas se debilitó. *Flop-flop… flop…*
Y después, nada.
No sabía si todo aquello era real, así que no sentí mucha pena. La verdad, nunca me gustó Cupido. Siempre me pareció peligroso dejar a un niño en pañales volar por ahí con un arco y flechas, sin supervisión adulta.
Desde la ventana, vi caer su parte de baja. Unos chavales lo recogieron y se echaron a reír. Lo entendí.
El parte de baja de Cupido. Tenía su gracia.
Al día siguiente, 14 de febrero, Día de los Enamorados, Día de San Valentín y Día del Amor (en general), yo sabía que Cupido nos había dejado.
Abrí mi correo y vi el viral del día.
Era una imagen del documento que firmé. Alguien lo escaneó y escribió arriba: **⚠️ WARNING ⚠️**
No sé cómo ocurrió, pero en lugar de ser un meme gracioso, cundió el pánico. Ni biología, ni química, ni termodinámica. Pánico total.
Se reblogueó. Se retuiteó. Apareció en muros de Facebook, en periódicos serios, en tertulias de radio y televisión.
*»¡Cupido está de baja! ¡No habrá más flechazos! ¡Se acabaron los enamoramientos!»*
Algunos se alegraron. Otros entraron en depresión.
El teléfono de mi consulta no dejó de sonar.
Mi nombre estaba en el documento y todos querían hablar conmigo. Periodistas. Pacientes desesperados en busca del amor. Influencers teorizando sobre la crisis amorosa global. Políticos debatiendo sobre la «crisis del romance”. El Vaticano dando declaraciones sobre la «importancia de la fe en el amor verdadero».
Después de atender llamadas toda la mañana, cerré mi despacho.
Estaba agotada.
En un rincón, el arco y las flechas de Cupido. Encima del diván, la venda que cubría sus ojos.
Entonces, lo vi claro.
Fue un impulso.
O una locura.
Me colgué el arco y las flechas. Me até la venda sobre los ojos.
Y entonces…
*Flop-flop, flop-flop…*
Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Mi piel se erizó. Algo creció en mi espalda.
Me miré al espejo. Tenía alas y mi cabello era rizado, de un precioso color rubio.
Era lo único pasable de mi transformación a… ¿Cupida?
Los primeros intentos de volar y disparar flechas fueron desastrosos.
Espero que los afectados me sepan disculpar.
Si herí un ojo, un testículo o un par de culos, fue sin querer.
San Valentín me aseguró que la flecha no tiene que dar en el corazón. Con que impacte, ya es suficiente.
Parece que la calma ha vuelto. Este 14 de febrero se celebra con normalidad.
Algunas personas me han visto. No todas pueden hacerlo.
Sé que algunos se han quedado en estado catatónico. Lo comprendo.
Mi única prenda de vestir es un pañal.
Necesito encontrar una túnica. O algo similar.
Si hoy alguien me encuentra y quiere recibir su flecha, le pido un poco de colaboración. Soy solo una sustituta temporal. Y en prácticas.
Si ves que voy a disparar, por favor, manténte quieto.
Extiende los brazos y las piernas en forma de cruz.
Manten el torso erguido.
Y, sobre todo, no te muevas.


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Cupido va a terapia.pdfDescarga
