Se trata de un antiguo aforismo que intenta recordar las reglas que deben regir la actuación de un sanitario (sea médico o enfermera), en el abordaje de la enfermedad.
De autor hoy desconocido por lo que se le acabó atribuyendo a no pocos afamados galenos, como Hipócrates, Paré, Bernard, Pasteur, Osler, etc...
Esta máxima sigue hoy vigente, por lo que el médico, frente a su enfermo, debe seguir considerando adónde se encuentran sus límites, así como los de su ciencia, estableciendo estos tres escalones en sus objetivos, a pesar del desarrollo tecnológico que rodea a la ciencia de nuestros días.
De alguna manera la cita viene también a recordarnos que no todo habrán de ser pruebas diagnósticas, tratamientos farmacológicos o quirúrgicos: la medicina tiene también sus ingredientes de ayuda, apoyo y consuelo. De un médico no debería esperarse únicamente el saber científico, en su corazón ha de alojarse también la humanidad, del mismo modo que figurar, entre sus propósitos, la misión de acompañar.