Revista África

Curas africanos. Jugándose la vida en carreteras perdidas

Por En Clave De África

(JCR)
Uno de mis cuñados, el sacerdote ugandés Alfred Agwokotho, acaba de sufrir un accidente de moto que a Dios gracias no fue muy serio pero que pudo hacer tenido consecuencias muy graves. Terminó en un hospital del norte de Uganda, donde le dieron varios puntos de sutura en dos cortes que sufrió en una pierna y se rompió un diente, con lo que ya van cuatro los que le faltan. Hace pocos años perdió otros tres en otro choque con la misma moto por una carretera de montaña llena de baches de esas que harían las delicias de los aficionados al moto cross. En muchos lugares de África los curas de aldea se hacen miles de kilómetros al año en moto no por afición deportiva, sino por ir a visitar comunidades cristianas en lugares muy remotos. Un oficio peligroso y generalmente muy poco reconocido.

Durante mis 20 años en Uganda he conocido a cientos de curas africanos diocesanos y creo que conozco bien los problemas a los que se enfrentan. En la mayor parte de los casos, tienen que atender parroquias de una extensión que en algunos casos sería equivalente a una diócesis en Europa, a menudo viven solos en edificios difíciles de mantener y tienen que bregar con una vida célibe en un contexto cultural donde este modo de vida no suele ser apreciado. Para ir a visitar regularmente a 30 ó 40 comunidades rurales les suelen faltar medios adecuados de transporte, entre otras cosas porque los pocos medios económicos a su alcance no les permite pagar el combustible para ir en coche. Con el fin de economizar, no hay más remedio que ir en moto o en bicicleta, por caminos malos, y a menudo las consecuencias pueden ser un accidente (o varios) como el que acaba de sufrir mi cuñado. Por no hablar de zonas de África donde al mal estado de la carretera se une la posibilidad de sufrir un asalto a manos de grupos de bandidos, guerrilleros o milicianos de cualquier pelaje.

Las comunidades cristianas a las que atienden suelen estar formadas por gente muy pobre, que a lo sumo podrán mantener a sus sacerdotes ofreciéndoles algo de comer cuando éstos van en visita pastoral. Los sueldos que reciben son mínimos. En la diócesis de Gulu, donde yo trabajé la mayor parte de mis años en Uganda, un cura diocesano recibía una paga que no llegaba a los 80 euros al mes. Sólo el suplemento de intenciones de misas encargadas desde Italia (cuando las había) que recibían en la procura diocesana les permitía salir algo a flote. En muchos casos no tienen ni siquiera seguro médico. A mi cuñado le trataron en un hospital rural donde no tenían los medios necesarios para hacerle un scanner y comprobar que no había sufrido ningún daño interno en la cabeza. Cuando habló con el obispo sobre la necesidad de ir a Kampala con este fin y también para ver a un dentista, su jefe se encogió de hombros y se limitó a decirle que la diócesis no tenía dinero. Sólo el apoyo de los familiares y amigos que el cura de turno tenga podrá sacarle de apuros como este y otros similares.

Estando así las cosas, no es de extrañar que entre los curas diocesanos de África se busquen maneras de encontrar formas de vida que ofrezcan más seguridad. En muchas diócesis hay una cierta pugna por ganar el favor del obispo para que éste les mande a hacer estudios en el extranjero, lo que puede permitir hacer amigos para que mañana te puedan enviar dinero desde Europa o Estados Unidos, además de obtener un título académico con el que dar clases y asegurarse unos ingresos más regulares, lo cual a la larga termina por hacer que muchos curas arrinconen el trabajo pastoral para dedicarse a la enseñanza o hacerse con cargos diocesanos en oficinas donde muchos terminan por convertirse en pequeños burócratas que escriben proyectos. Este carrerismo es poco sano, y entre otras cosas puede crear malos ambientes y tensiones entre el presbiterio diocesano, creando dos categorías de curas: los que han estudiado en el extranjero y tienen puestos apetecibles en la diócesis y dinero, y los que se han quedado siempre dentro del país y sobreviven como pueden.

Pero lo que más me sorprende de todo esto es que a pesar de las mil dificultades a las que un cura diocesano tiene que enfrentarse en África, este continente es el que lidera en cuanto a número de vocaciones. Allí los seminarios siguen llenos, y aunque es verdad que el sacerdocio cuenta con un cierto prestigio social no suele ser, ni mucho menos, una manera de asegurarse una vida regalada. Miles de curas diocesanos en África, llenos de juventud, siembran en sus rincones el evangelio a pesar de tener pocos medios e infinidad de retos y dificultades.


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