Según su propia confesión, José Mantero, párroco gay de Valverde del Camino (Huelva), casa a las personas que se aman no como hombre y mujer, sino como una “pareja de seres humanos”.
Así, su fórmula sirve para santificar parejas de hombres o de mujeres. Al estar ordenado, Mantero administra una autoridad divina y un sacramento, y la validez de sus posibles bodas monosexuales se presta, al menos, a una discusión teológica.
Mientras un número creciente de heterosexuales rechaza el matrimonio, progresa el de homosexuales que quiere legalizar su unión y exigen los oficios de jueces, que dan legalidad, y curas, que aportan santidad.
Durante la II República, una época supuestamente liberal de la historia española, parte de la izquierda y las mujeres más independientes gritaban en las manifestaciones: “Hijos, sí, padres, no”. Deseaban tener alguien a quien dejarle el mensaje genético sin compartirlo con otras personas con las que pelear y divorciarse. Pero ni se les ocurría pensar en bodas homosexuales.
Ahora, a muchos curas que no son José Mantero, y que forman parte de una sociedad de machos célibes y solos que es la Iglesia, las peticiones de matrimonio sacramentado entre gais les parecen más que un pecado, una injusticia.
Es natural: pertenecen a uno de los colectivos más tentados por el mundo homosexual --José Mantero es un átomo en la punta del iceberg--, y todavía no pueden casarse ni con mujeres.