Esta foto no parece nada del otro mundo, aparte de su curiosa coincidencia entre la gaviota posada sobre el absurdo cartel de prohibición de gaviotas. Hace días que la veo circular, sin comentarios, por la red.
En estos días en España ha surgido un nuevo debate acerca de la legislación sobre el aborto (del que aquí, en Scriptor.org, he recogido algunos textos muy razonados e ilustrativos de Cristina Losada y de Alejandro Navas, entre otros), que en realidad es un debate sobre la libertad de expresión en el espacio público, en una sociedad civilizada.
La señora Elena Valenciano, vicesecretaria general del PSOE, está empeñada en que hay una conjura para -cito- "cercenar la libertad de las mujeres": imagino que habla de algo tan tremendo como la libertad de matar a los hijos concebidos en su seno...
Entiendo que el asunto tiene mucho que ver con la foto: como las gaviotas no entienden de los signos que prohíben su aparición, los niños concebidos no saben de las leyes que los prohiben existir.
Y así como las gaviotas se terminan posando sobre el signo que las prohíbe, a no ser que alguien las mate a balazos, los hijos vendrían y vendrán a pesar de las leyes que los prohíban, a no ser que los maten a abortazos.
Así de clara es la naturaleza. Pero los humanos, a diferencia de las gaviotas, podemos actuar contra nuestra propia naturaleza.
Es mejor no ir contra la naturaleza. No haremos un ridículo ecológico como el de la foto. Y no seguiremos haciendo la bestialidad supuestamente racional de prohibir seguir viviendo a los seres humanos concebidos.
El caso es que también sabemos que la naturaleza puede y suele vengarse cuando se la matrata. Y si no lo hace, para eso estamos los humanos: en unos casos -como el de la fotografía- para reírnos con su ridículo, en otros casos -como el del aborto- para tomar cartas en el asunto y hacer justicia a la naturaleza humana, con una cultura que esté a la altura de nuestra dignidad. Que parece algo mayor que la de las gaviotas, sin duda.