Veo una puerta que cierra una habitación y me acerco a abrirla.
La abro sin esperar encontrar nada en ella. Simplemente, para saber qué hay más allá de la puerta.
Leo el comienzo de una obra y quiero saber cómo termina.
Escribo lo que no encuentro, sin esperar nada, sin confiar si quiera que el lector siga mi camino. Quizá no le interese, quizá se extravíe y le duela hacerlo, quizá me equivoque.
Me pregunto si podría no mirar, no escribir,
si podría renunciar al acto de completar la obra, de agotar sus posibilidades.
¿Podría dejar de ver qué hay más allá de la puerta?
Entiendo que es mi camino, mi llamada, la de nadie más, y la sigo.