Curiosidades del Mundial (I)

Nadie volverá a ganar esta Copa

La copa original que distinguía a los campeones del mundo, la Copa Jules Rimet, ya no existe. No es que haya sido sustituida por otra. Es que la original fue robada en 1983 y, presumiblemente, fundida por los cacos. Toda una herejía futbolística.

No era la primera vez que el trofeo era objeto de una sustracción. En 1966, días antes del inicio del Mundial de Inglaterra, alguien la cogió ‘prestada’ de una exposición en Londres. Apareció una semana después, envuelta en papel de periódico y tirada en un jardín, gracias a la curiosidad de un perro llamado Pickles. El chucho alcanzó la categoría de celebrity, como Laika, y hasta fue invitado al banquete con que la reina Isabel II agasajó a la Inglaterra campeona.

La Copa Jules Rimet fue conquistada en propiedad por Brasil en 1970, tras su tercera corona mundial. Trece años después, alguien la sustrajo de la sede de la CBF. Estaba en una vitrina, con un frontal de cristal antibalas… Pero con un fondo de contrachapado.

72 años esperando un gol

Nunca un futbolista debió esperar tanto tiempo para obtener reconocimiento como Oldrich Nejedly, El delantero checo fue el máximo artillero del Mundial de Italia 1934, aunque la FIFA no le concedió el galardón hasta 2006, cuando reconoció como suyo un gol cuya autoría tardó casi tres cuartos de siglo en aclararse. Para entonces, el muy desagradecido de Nejedly llevaba ya 16 años muerto.

Las voces de los muertos

Cuando se habla del ‘Maracanazo’, el primer nombre que viene a la cabeza es el de Barbosa, el portero de Brasil, el chivo expiatorio de la inexplicable derrota de la canarinha en el partido decisivo ante Uruguay. Barbosa, un guardameta de altísimo nivel, con más de dos décadas de carrera, falleció como un apestado en 2000, víctima del eterno desprecio de sus compatriotas. Fue la segunda muerte de Barbosa. La primera se produjo una tarde de verano del año 1950, a manos del uruguayo Gigghia.

La tarde en la que nadie daba un céntimo por Uruguay. Antes del partido, los dirigentes uruguayos bajaron al vestuario para implorar a sus futbolistas una derrota honrosa: “Que no os metan seis. Cuatro estaría bien”. El capitán charrúa, Obdulio Varela, apretó los dientes y, en el túnel de vestuarios, exhortó a sus compañeros a “poner los huevos en la punta de los botines”.

Uruguay ganó, el Negro Varela recibió el trofeo Jules Rimet de forma casi clandestina, en una esquina de un Maracaná transformado en un cementerio con 202.000 zombies y los dirigentes uruguayos, los mismos que no daban un duro por los suyos, se cubrieron de prebendas por un triunfo que jamás fue suyo. Obdulio Varela murió pobre y amargado. “Si pudiera volver a jugar ese partido, lo perdería”, llegó a decir.

El milagro de Berna, pero menos

Desde siempre, el fútbol ha sido territorio abonado para listos, pícaros o espabiladillos varios. Uno de los primeros fue Sepp Herberger, seleccionador alemán en el Mundial de 1954.

Alemania ganó aquel Mundial al vencer en la final a la todopoderosa Hungría, remontando un 0-2 (logrado por los magiares en el minuto 8 ) y, quizá más impactante, después de ser humillado por el mismo rival en la primera fase (8-3).

Pocos saben que aquella derrota estaba prevista. Porque Herberger tenía un plan, y le salió a la perfección. Gracias a un sistema de competición con dos cabezas de serie en la primera fase, se dejó machacar por Hungría –jugó con siete suplentes tras recibir el permiso de su federación– porque, siendo segundo, evitaba en cuartos y semifinales a Brasil y Uruguay, ante los que sí hubieron de jugar los Puskas, Kocsis, Czibor y compañía.

El milagro de Herberger también incluyó una buena ración de estopa a Puskas en el partido de la primera fase. El que luego fuera killer del Madrid no pudo jugar ni ante Brasil ni ante Uruguay, y en la final actuó mermado. Pese a todo, marcó un gol en el descuento de la final que debió llevar el partido a la prórroga. Seguro que Herberger también lo tenía previsto…

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