Revista Cultura y Ocio
Desde hace un tiempo veníamos dándole vueltas a cómo introducir en el blog el tema de la gastronomía como un aspecto de la cultura internacional. No sabíamos cómo hacerlo, pero por fin hemos encontrado la manera, recuperando un artículo que escribimos hace un tiempo, cuando el blog no era ni un proyecto. Para ello os invitamos a que nos acompañéis a hacer un viaje en la historia y a visitar tres lugares de Europa.
La primera historia nos lleva a centroeuropa, concretamente a Viena, y nos obliga a formular la siguiente pregunta: “¿A quién le apetece un tazón de exquisito chocolate deshecho con un cruasán acabado de hornear?”. La reina Maria Antonieta de Francia hubiese respondido que a ella, sin dudar. Según parece dicha reina fue quien introdujo este tipo de bollería hojaldrada en la corte de Versalles, y de ahí se popularizó por todo el mundo como un símbolo nacional de la propia Francia. No obstante, y ahí está lo curioso, es que la receta la había traído de su Viena natal en el kit de supervivencia que utilizó en sus primeros años en Francia. El término cruasán procede del francés croissant, que significa “creciente”, y también es habitual que se use la palabra “medialuna” o “cuernecito”
para nombrarlos en algunos países de Latinoamérica. Su nombre alemán original es el de hörnchen, un diminutivo de "cuerno", y parece ser que se empezó a elaborar a finales del siglo XVII como un bollo dulce en forma de media luna.
Su historia está ligada a la de la expansión del califato del sultán Mohamed IV por Europa y a su derrota ante los ejércitos cristianos, tras llegar hasta Viena y sitiarla. Según explica la leyenda, ante la imposibilidad de tomar la ciudad, el ejército invasor decidió empezar a cavar túneles que les permitiesen sorprender a los vieneses desde dentro y así poder invadir la ciudad. Dado que los trabajos los llevaban a cabo por la noche, los asaltantes no se percataron de que no toda la ciudad dormía a aquellas horas, ya que un "ejército" de panaderos iniciaba su jornada laboral en el interior de las murallas. Ante la sospecha de que alguna cosa estaba ocurriendo, los panaderos dieron la voz de alarma y consiguieron que las tropas cristianas pudiesen llegar a tiempo para derrotar a las de la media luna en la Batalla de Kahlenberg. Sigue contando la leyenda que el emperador Leopoldo I les concedió diferentes privilegios y que los panaderos, en agradecimiento, decidieron elaborar un pastel en forma de media luna, inspirado en el estandarte otomano, y celebrar así la victoria frente a los turcos. Sin embargo, también se dice que los panaderos no idearon nada nuevo, y que el bollo en sí está inspirado en uno que trajeron los propios turcos, llamado Ay çöreği, que también tenía forma de medialuna creciente.
Hasta tiene su gracia que a partir de ahora, consumir uno de esos irresistibles cruasanes nos haga recordar una legendaria página de la historia europea.
Nuestra segunda historia nos lleva de Austria a Francia, concretamente a la población de Lamotte-Beuvron, situada en la parte central del país y cuna de una de las recetas más exquisitas de la historia de la gastronomía que, curiosamente, nació a consecuencia de una estúpida equivocación.
Una cocinera, en un día muy ajetreado entre el ir y venir de los huéspedes de un pequeño hotel cuando estaba preparando una tarta de manzana para servir de postre, se olvidó de colocar la masa en la base del molde antes de poner la fruta y, sin percatarse de ello, la puso a hornear. Una vez dentro del horno se dio cuenta del desastre y, a media cocción, ideó incorporar la masa a modo de tapa. Una vez cocida, debido al contratiempo, no tuvo prácticamente tiempo para dejar que la tarta se enfriara y tuvo que servirla todavía caliente. La consecuencia inmediata a ese "desastre" fue la absoluta fascinación de todos los comensales que la probaron, dado que el resultado fue el descubrimiento de un postre absolutamente delicioso.
Esa cocinera se llamaba Stéphanie Tatín, y su error dio origen a una de las tartas más exquisitas de la repostería francesa, que se encargaría de popularizar el famoso restaurante Maxim’s de Paris. Por cierto, para los curiosos, el hotel-restaurante que regentaba Stéphanie junto a su hermana Caroline sigue todavía abierto.
Y para acabar con nuestro primer post introductorio a las curiosidades gastronómicas, lo haremos recordando a uno de los personajes más famosos del cine y de la literatura internacional, que no es otro que James Bond, inventor del famoso Cóctel 007.
Si en el siglo IV a.C Hipócrates inventó el vinum hipocraticum (una especie de elixir medicinal), Alessandro Martini y Luigi Rossi remataron su faena en el XIX elaborando el vermut, pero sería ya entrado el siglo XX cuando Ian Fleming lo perfilaría y lo personalizaría en la figura de su emblemático Bond, la única persona capaz de preparar un martini con gin y vodka "agitado, no mezclado".
Según parece, los bioquímicos al servicio de Su Majestad descubrieron un combinado alcohólico que reducía ostensiblemente los riesgos cardiovasculares, y el secreto estaba en su preparación. ¿Curioso no? El procedimiento que se debía seguir era evitar que el hielo se rompiese, para que de esa forma la bebida se fuese enfriando de manera controlada y la mezcla fuese tomando aire, a la vez que el martini se disolvía sin arruinar el sabor del gin. Además, el procedimiento incrementaba las propiedades antioxidantes del gin y del vodka, cosa que no ocurría mezclándolos. Además, un martini agitado es muy más transparente y estéticamente más presentable que uno mezclado. Parece ser que 007 estaba al caso de todo ello, por lo que cuidando el procedimiento, hizo suya la combinación. ¿Realidad o ficción? Lo que no se puede negar es la fuerza de la imaginación.
En fin, hasta aquí nuestra personal introducción a las curiosidades de la historia de la gastronomía. Ahora que ya hemos roto el hielo, no nos estaremos de seguir investigando y explicando historias sobre este mundo tan interesante.