Revista Cultura y Ocio

Curioso remedio

Por Julio Alejandre @JAC_alejandre

Fue el escorbuto un mal que durante siglos tuvo en jaque a las tripulaciones de los barcos en las travesías transoceánicas, y para el que no se halló remedio cierto hasta bien entrado el siglo XVIII. Sin embargo, no por eso trataron antes muchos barberos y cirujanos de probar múltiles y originales remedios para combatirlo.

Quizá no sea el más eficaz, pero un marinero en viaje hacia las Filipinas, dio cuenta de uno que, si no infalible, sí fue al menos inolvidable:

“Para tratar de contenerlo [al escorbuto], el único remedio que el barbero había observado de cierta eficacia en los enfermos fue el ajo, por lo cual, y por llevar sobradas provisiones en la bodega, dio en recomendarlo a toda la tripulación. Y ahí convirtióse el humilde bulbo en condimento universal, echábase a las gachas, sopas y garbanzos, frotábase con él el tasajo, el tocino, la galleta y cuanto de frotar hubiera a bordo, masticábanse crudos sus dientes y hasta hubo quien se comía las cabezas a mordiscos. Colmado por los olores de cien bocas masticándolo, volvióse el navío un ajo todo, dejando por el océano un rastro más firme y seguro que el hilo de Ariadna en el laberinto, una estela que fácilmente hubiera podido seguir cualquier pirata que en nuestra demanda navegare e incluso el mismo adelantado Mendaña si hubiere querido perseguirnos. Al hablar, todos tapaban con las manos gentilmente las bocas esperando así disimular el aliento, pero filtrábase el olor entre los huecos de los dedos, incrustábase bajo las uñas, agarrábase a la piel y a la ropa, fijábase en las barbas más plebeyas y en los más nobles bigotes, transmitíase al propio sudor y los orines, pegábase a la tablazón de la cubierta y a los mamparos del entrepuente y, una vez el aire, alzábase e impregnaba jarcia, palos, vergas, velas, y hasta el gallardete que ondeaba en lo alto del mastelero mayor olía a ajo”.


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