Chema García
De la eidología a la semiótica
Curiosón es una expresión que no se halla según la Real Academia de la Lengua Española. Sin embargo su no reconocimiento no significa que no tenga desarrollo o que no se utilice. Incluso me atrevo a esbozar una definición, que para un grupo amplio de hablantes la reconocen sin más, pues de boca en boca se ha difundido su conocimiento. Diríamos que es “De sentido común”. Mi acepción es la siguiente: “Dícese del animal o persona que goza de una inquietud por averiguar lo que alguien hace o dice, o el porqué de esta razón”. Con un matiz, curiosón es aumentativo. Es mucho más que curioso. Se trata de la persona o animal que traspasa una determinada barrera de indagación. Esto, en principio, no tiene por qué gozar de un tono despectivo, cómo sí lo tienen fisgón, cotilla, indiscreto o entrometido. Mis palabras no versarán sobre estas últimas acepciones, es mucho más explícito encender una televisión o abrir una revista del “Corazón” para empaparse de lo que significan plenamente y llevarlo a sus últimas consecuencias. Antes he mencionado animal puesto que también hay seres vivos, además del hombre. Los osos que de golosos acaban untados de miel, lo consiguen por qué dejan a un lado hasta las picaduras de las abejas, o caerse una y otra vez de árboles o grietas en alturas inverosímiles para ser auténticos y genuinos curiosones. Las moscas, las abejas, los pulpos, las nutrias, los monos, los félidos, y en particular los gatos que observamos a diario, todos tienen ese carácter y un sinfín de seres del reino animal. Son curiosones por naturaleza. La diferencia con el viso despectivo que anunciábamos antes estriba, en que para adquirir tal condición se deben dar al menos dos características. Una es la búsqueda de un conocimiento o explicación a cómo se comporta, a qué razón obedece o a por qué se da algo en concreto y la otra es el antecedente, el despertar, la motivación, el estímulo que provoca centrar “esa” atención desmedida en “lo observado” con tanta dedicación y tesón. La disciplina que se ocupa de estos hechos es la eidología (no confundir con ideología), o tratado de la esencia de las cosas, desde su inicial aspecto visual, su forma, o aquello que posee en el fondo y que le distingue de otros entes o seres, u objetos. No entraré en disquisiciones filosóficas amplias, simplemente mencionaré que Berkeley (además de universidad en California o asteroide, fue un gran eidólogo) Husserl o Heidegger trataron ampliamente este tema y aunque hay grandes diferencias entre la fenomenología trascendental del primero y la fenomenología hermeneútica del segundo, el ser y el tiempo tienen mucho que ver con las cosas y con cómo las percibimos. Explicaré brevemente con unas notas algunos de estos términos para no dejarlos arrojados en el vacío, y que algunos lectores, con toda razón desconecten. Kant puso de relieve que no se percibía el mismo objeto si el percibiente (el curiosón que observa) era una persona u otra. Nuestra mente ve las cosas a través de una gafas invisibles qué ella misma ha ido elaborando y rectificando para poder interpretar la realidad, en consonancia con un contexto que varía según experiencias anteriores. El enfoque de estos anteojos varía dependiendo del desarrollo o atrofia de unas categorías del pensamiento que todos tenemos relacionadas con la intuición, la experiencia y la sensibilidad para que finalmente “aparezcan” esos objetos observados en nuestra mente, a los que llama “fenómenos” (del griego clásico “fainomai”= aparición) y a su estudio la “fenomenología”. Hermeneútica es hacer comprensible, aquello que no lo es. Es sinónimo de esclarecer, aclarar, interpretar, traducir. Por lo tanto se utilizará la hermeneútica para averiguar cómo funciona, cómo se esclarece, cómo se interpreta por parte de la mente, esos estímulos visuales y auditivos que los sentidos recogen. Hasta formar una imagen virtual utilizando, esas categorías del pensamiento, para materializarlo tal y cómo él lo percibe, independientemente de que sea así o no en la realidad (Ontología= Estudia lo que es real y lo que no). Georges Berkeley, defendió en su juventud que un objeto sino era percibido no existía. Utilizó el ejemplo de Samuel Johnson, y cómo éste al darle una patada a una piedra, siente un profundo dolor en su pie. Samuel Johnson que según iba andando no se había fijado con qué habían topado sus botas, sólo tiene unas sensaciones de dureza, de resistencia y el dolor que le ha provocado. Por lo que en su mente al acudir al banco de datos de la memoria de experiencias, aparece de forma instantánea al golpe recibido, algo pequeño sólido y con aristas, una piedra. Pero en la realidad no sabe si fue un canto (o si éste era cómo el que se había imaginado) o por el contrario se tratase de un palo, o rama. Otra posibilidad sería un ataque de artritis y que su pie simplemente golpeara la hierba, la atrofia muscular se comportaría en sus terminaciones nerviosas con una sensación parecida y que su mente “interpretó” como la de una piedra. En estos últimos casos la roca sólo habría existido en su imaginación y no en la realidad. Ser curiosones nos hace no quedarnos aquí y avanzar hasta llegar a Ferdinand de Saussure, el padre de la Semiótica, el estudio de los signos, su estructura y la relación entre el significante y el significado. Cómo para poder comunicarnos tiene que haber una intencionalidad por parte de un emisor hacia un receptor, a través de un canal. Cómo dentro de las categorías de pensamiento antes aludidas, se estructuran de forma más concreta cuando oímos una palabra (lápiz) y esos sonidos (la-piz) llegan a nuestros oídos y esa información se codifica en nuestro cerebro de tal manera que mentalmente se asocian unos fonemas [l-a-p-i-z] aprendidos a emitirlos y reconocerlos desde hace tiempo. La interpretación mental de los sonidos escuchados [l-a-p-i-z] o “significante”, apareciendo otra imagen en nuestro cerebro, en este caso visual asociada a esos fonemas en concreto o “significado” y cómo ambos son imprescindibles para que pueda existir comunicación, es decir que se emita un mensaje y sea reconocido por todos. Una de las figuras de la semiótica que se puede degustar a través de sus obras literarias es el genial Umberco Eco. Trata como pocos, los símbolos, sus significantes y los significados, su relación interna entre personajes perfectamente construidos y dotados de una personalidad intrínseca, inmanente y a la vez que no pasan de moda. Los juegos y dobles sentidos… en definitiva es un maestro del lenguaje con mayúsculas. Hace gala de la creación de un constante interaccionismo simbólico con el lector perfectamente plasmado en su contexto histórico, y que lo trasciende, juega con él a su antojo, para mostrarnos cómo el ser humano es mucho más rico en sus creaciones simbólicas que no sólo en las propias emocionales, que captamos de forma mucho más sencilla.
No hace falta conocer todo lo anteriormente expuesto para ser curiosón, ni mucho menos. Cada uno de nosotros somos curiosones a nuestro modo y para nuestras cosas. Dentro de nosotros hay una gran riqueza y nos gusta compartirla, comunicarla, transmitirla. Investigar y difundirlo, con eso vale.
Para la Real Academia de la Lengua Española no existe el término “curiosón”. Pero no es lo mismo “el habla” de las gentes, que va primero y marca la pauta a seguir, que lo recogido por “la lengua” de los académicos, que va por detrás y es una referencia más a tener en cuenta. Aunque muchos se empeñen en que debiera ser al revés. Sin embargo, y aunque no exista, todos llevamos un curiosón dentro de nosotros mismos.
Puede estar más o menos dormido, salir o no. Nos gustará en ocasiones y disgustará en otras, pero es una actitud que mostramos cuando permanecemos al acecho de algo con singular atención, a aquello que nos maravilla y nos atrae. Esa disposición innata de cazar una noticia y darla a conocer en su justo lenguaje. Esa esencia que nunca debe perder el periodismo… curiosones sí que existimos. Nuestros comportamientos pueden ser definidos de una manera o de otra, y defiendo la de mantener y seguir transmitiendo la palabra “curiosón”. Porque, además, tiene ese matiz cariñoso de lo cercano, de lo propio, de lo auténtico, de lo que forma parte de nuestro ser y de la consciencia como miembros con valores dentro de una comunidad. Trasciende cualquier barrera en el mundo e incluso la utilizamos para describir las actitudes de nuestros animales domésticos o no tan domésticos. En definitiva curiosón es mucho más que la acepción de una palabra que no existe.
Licenciado en Historia por el Itinerario de Patrimonio Arqueológico por la Universidad de Salamanca. Ha tomado parte en diversas Prospecciones y Excavaciones Arqueológicas, como la de Cerámica de Puente del Obispo (Talavera).
Cada uno de nosotros construimos socialmente nuestra realidad, individual o colectivamente. Las redes sociales y el social media no escapan a ésto, sino que son su consecuencia más directa. Interaccionamos entre nosotros, partiendo de nuestra inteligencia emocional y plasmándola en nuestro quehacer diario.
Su blog
Varlania, tierra de Leyenda
Entrevista a Chema García en la "Cadena Ser" (León) sobre su blog "Varlania, Tierra de Leyenda"