más que currículo y que curriculum, así que lo uso así).
Dedico esta entrada a Ignacio Vicente-Sandoval González y a
David García-Asenjo Llana, con mi gratitud.(Si David me autoriza, algún día contaré aquí un fantástico gesto suyo).
A mis cincuenta y ocho años, y contra todo pronóstico, me he visto haciendo un currículum. Qué sensación más extraña a mi edad. A mi edad uno debería de tener ya, si no la vida resuelta, al menos bien enfilada y más o menos definida. Pero el caso es no parar y seguir hurgando.
He tenido sensaciones muy raras. He perdido cosas, rastros, pruebas de algunos de mis pasos por el mundo, pero también rebuscando en cajones y estanterías he encontrado méritos que no recordaba.
Con todo ello he hecho una colección apresurada de mi vida. Y he pasado un par de días muy raros.
Me he visto a mis veinticinco, a mis treinta, a mis cuarenta años, atesorando méritos insignificantes cuyas pruebas permanecen tenazmente en carpetas, insistiendo una y otra vez durante décadas en que mi trayectoria tiene algún interés, y dándome batacazo tras batacazo al comprobar que no lo tiene.
He vuelto a recordar al joven prometedor que fui, que apuntaba maneras y tuvo algunos primeros méritos y distinciones que deberían haber inaugurado una larga colección pero se quedaron en eso, en vagos amagos expectantes.
Me he visto a mí mismo como desde fuera. Mi yo de cincuenta y ocho años ha visto a mi yo joven con mucha ternura y también con bastante amargura. Han sido muchas oportunidades perdidas y demasiados errores. Supongo que como todo el mundo. Supongo que eso debe de ser la vida, así, en general.
No sé qué recompensa esperaba entonces, ni si merezco aquella a la que aspiro ahora. Pero el afán, ay, el afán...
Por otra parte, este currículum que he preparado es de esos que vienen estructurados por capítulos que hay que rellenar. Uno mira con ansia aquellos en los que no puede poner nada y siente que son los que de verdad importan, y, al mismo tiempo, ve que los méritos de los que puede presumir no tienen cabida, y los acaba amontonando, sin arte, concierto ni pertinencia, en el último apartado: "Otros".
Vamos, que uno puede estar orgulloso de saberse La canción del pirata al revés, empezando por la última sílaba del último verso y declamando de memoria desde ahí hacia atrás, y no le sirve de nada. Capítulo "Otros": "Mar la, triapa caniú mi; tovien el y zafuer la; ley mi..."
(No. No me sé La canción del pirata al revés. Tampoco al derecho. Era solo un ejemplo. Pero sé escribir sonetos -técnicamente correctos, con su medida y sus rimas; otra cosa es que no tengan ningún aliento poético-, sé contar chistes con bastante soltura, sé imitar una gallina, sé hacer ambigramas, sé contar películas sin destriparlas... y más cosas. Pero ninguna de ellas sirve para el currículum).
Intentando rebañar méritos, uno intenta ponerlo todo, y se valora lo mejor que puede, pero sabe mejor que nunca, con una lucidez definitiva, que está inflando la bola con tonterías.
¿Soy apto para conseguir lo que pretendo? Honradamente creo que sí, pero seguramente no por las pruebas que estoy aduciendo, sino por otras. ¿Quién sabe? ¿Quién puede valorar estas cosas? Precisamente se piden datos objetivos, elementos mensurables y baremables para ser lo más justo posible. Pero a saber si quien más tiene es quien mejor va a saber desempeñar la función pretendida.
No quiero ver quiénes más se presentan. No quiero saber nada de sus trayectorias. Siempre es gente joven, brillante, talentosa, culta. Siempre es gente mejor que yo. Saben idiomas, han hecho cursos en el extranjero, dominan no sé cuántos programas informáticos, saben de todo, y yo me veo como el personaje de Los lunes al sol -Lino- que se tiñe el pelo de forma vergonzante, haciéndome el joven, el guay, el eficaz.
Mientras tanto, sigo viviendo y perdiendo el tiempo como de costumbre. Es agosto y esto sigue, y cada día que pasa soy más viejo y estoy más acartonado.