Revista Cultura y Ocio

¿Curso? ¿qué curso?

Publicado el 03 diciembre 2014 por Elarien
¿Curso? ¿qué curso? Fin de semana de guardia. Supongo que estar pendiente del busca me ha distraído. Es domingo por la noche, ya hemos cenado. Sólo me quedan unas horas. De repente se me hace la luz.
- Creo que mañana es el curso de traqueotomía para enfermería - le digo a House.
- ¿Y tienes que dar una charla?
- Sí, a las 12.
- Pero, ¿no estabas en quirófano?
- También.
Por supuesto, si no me acordaba del curso, menos aún me he acordado de la charla en cuestión. Acostumbro a preparar las cosas en el último minuto pero, sinceramente, creo que, esta vez, me he excedido.
Llamo a una de mis compañeras. Aún tengo la esperanza de equivocarme, que el curso no sea mañana. No hay suerte. Mi único consuelo es que no soy la única despistada.
- Hace un momento que han mandado un Whatsapp al grupo del hospital para preguntar si alguien sabía cuándo le tocaba hablar, - me cuenta.
Como me resisto a los smartphones, no he recibido nada. Afortunadamente el jefe sí que tiene uno y pertenece al grupo. Gracias a eso ha podido leer todos los tranquilizadores mensajes de respuesta: "¿Es mañana?" " Menos mal que lo has recordado." "Yo tampoco sé cuando hablo." Creo que nuestro pobre jefe ha sido el que más se ha asustado de todos al descubrir lo en serio que nos habíamos tomado el tema. En su respuesta aclaraba las dudas aunque con algún epíteto que no puedo repetir, no era bonito.
Son más de las 22h. No estoy dispuesta a quedarme sin dormir así que espero tener algo a lo que recurrir en el ordenador. Tras rebuscar encuentro mi charla de años anteriores y la copio directamente al pen. No la ensayo, mejor no saber lo que se me ha olvidado o no pegaré ojo. Será una improvisación. A lo mejor tengo tiempo de echarle un vistazo rápido en quirófano, justo antes, y con eso tirar de mi memoria a corto plazo.
A primera hora no va a poder ser. Me llaman al busca cuando aún estoy en el coche. Un paciente ingresado se ha caído de la cama y se ha roto la oreja. Me piden que se la arregle.
Es temprano. Aún no han traído al niño al antequirófano. Agarro anestesia, suturas y una caja de las más básicas, con pinza, porta y tijeras, y me subo a la planta. Afortunadamente la herida es una sección limpia. Infiltro con anestesia y coso los bordes mientras le explico a las enfermeras los cuidados. En cuanto termino, me bajo.
Durante ese rato, el primer niño ha llegado. Empezamos el parte. La segunda cirugía es corta. La tercera no tanto. Cuando la pasamos son casi las 11. No sé cómo me las voy a apañar para terminar antes de las 12. No sé cómo, pero lo logro. Claro que son las 12 en punto y aún tengo que hablar con la familia, cambiarme de ropa, porque no me puedo presentar en pijama (son reglas del hospital), y cruzar todo el edificio hasta el aula, que está en la otra punta. Voy tan deprisa que patino por los pasillos. Confieso que llego algo acelerada.
Empiezo mi charla. Hablo, hablo y no callo. El problema es a la velocidad a la que lo hago. No me he dado cuenta de bajar el ritmo y, si yo no tomo aliento, mis alumnos tampoco. No me faltan cosas que contar. Insisto en lo importante, quiero que les quede claro. Alguno pretende tomar notas antes de rendirse. Hasta que no termino ni siquiera me doy cuenta de que les he disparado la sesión. ¿Alguna duda? Les he debido asustar, nadie se atreve a preguntar.
Regreso al quirófano. Los pacientes que quedaban no eran míos y mi compañera de cirugías se ha ocupado de ellos. No hay problemas. Me preocupan más los ya operados. Uno es un recomendado. Me acerco a verle y está bien. La tercera, si la cirugía está bien hecha, tiene que estar mareada, muy mareada. Al parecer ha sido un éxito, no es capaz ni de abrir los ojos. Lo va a pasar mal unos días pero espero que funcione. He tenido que cargarme el oído interno para curarle los vértigos, ya no tenía audición. Antes de llegar a la laberintectomía he probado todos los tratamientos descritos y los que se me han ocurrido, todos sin resultado. En fin, ojalá sea esta la solución.


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