Esta novela continúa la historia iniciada en A contraluz. Una escritora inglesa, con dos hijos y el matrimonio roto, llega a Londres después de un tiempo de ausencia. En la primera novela impartía en Atenas un curso de escritura y se cruzaba con una serie de personajes. Aquí se repite la fórmula: otro escritor, su ex marido, el albanés que le remodela el piso, el peluquero, una astróloga que quiere predecirle el futuro y una amiga. Conoceremos cosas relacionadas con cada uno de ellos y, en la confrontación de esos relatos con la propia interioridad de la protagonista (si puede llamársela así), la escritora irá profundizando en la comprensión de aspectos de su personalidad y de su biografía.
El libro es en realidad un conjunto camuflado de relatos independientes donde el único hilo común es quien los escucha. Tomado como novela, la armadura es endeble, pues no llegamos en realidad a saber casi nada de la escritora, ni su nombre, y tampoco se justifica la sinceridad con la que la obsequian enseguida tantos desconocidos. Abundan bellas metáforas sobre la condición humana y un tema sobresale sobre los demás, el fracaso en mantener un compromiso estable entre hombres y mujeres.
La escritora pretende haber llegado a una especie de utopía en las relaciones, en la que no se quiere convencer a nadie de nada y donde se sostiene que nada de lo que opinen de nosotros los demás nos afecta. Pero la realidad demuestra una y otra vez lo contrario: la pérdida, la búsqueda de confianza o la necesidad de afirmarse como mujer son fuertes impulsos interiores que irá comprendiendo y encajando al contrastar esas historias con la propia vida.
También hay reflexiones sobre la vocación hacia la escritura, su necesidad, la importancia del éxito y el reconocimiento, su valor como autoconocimiento, o el equilibrio entre imitación e imaginación. Esta undécima novela de la escritora canadiense (1967; aunque en Inglaterra desde 1974) es original en su levedad aunque un tanto borrosa y extraña, no del todo experimental pero sí poco tradicional.