Seguimos repasando las distintas secciones que forman parte de esta edición digital de D'A Film Festival de Barcelona. Transicions es una especie de Sección Panorámica que muestra algunas películas premiadas en otros festivales de cine y alabadas por la crítica. Una selección de ocho títulos que en su mayor parte también son primeras incursiones en el cine.
La familia es de nuevo una de las protagonistas temáticas, especialmente en las dos representantes latinoamericanas: Las buenas intenciones (Ana García Blaya, 2019), que recibió el Premio de la Juventud en el Festival de San Sebastián, y Los lobos (Samuel Kishi Leopo, 2019), que logró el Premio Generation Kplus en el Festival de Berlín de este año. Las dos son recuerdos sobre la infancia de sus respectivos directores.
Por un lado, Las buenas intenciones cuenta la experiencia de su directora cuando era una niña con padres divorciados, y se centra sobre todo en la figura de un padre no especialmente responsable, pero que es recordado por las hijas como una buena figura paterna, dentro del caos emocional que supuso su vida. Lo mejor que tiene la película es la honestidad con la que están contados estos recuerdos de infancia, enmarcados en la crisis económica argentina de los años noventa. El padre, que vive en una especie de complejo de Peter Pan constante, acaba siendo sin embargo, la figura en la que la niña-directora se refleja, y es cuando decide tratar de evitar el éxodo a Paraguay que plantea la madre. Una historia bien contada, no especialmente trascendente pero con un tempo interno muy efectivo.Por su parte, la propuesta de Samuel Kishi en Los lobos es una especie de homenaje a su madre, que trata de mantener a sus dos hijos pequeños mientras los deja escondidos en un complejo de apartamentos en Alburquerque. En esta especie de The Florida Project (Sean Baker, 2017) mexicana, el sueño infantil de Disneyworld también está presente como una representación de esa meta que los inmigrantes pretenden alcanzar al llegar a Estados Unidos. Una visión ficticia, edulcorada, que al final se queda en atracción de feria local. El director sabe sacar el máximo partido a la relación entre los dos hermanos pequeños, aunque quizás su propuesta sea demasiado amable, con personajes que no son una amenaza real, que no tienen duplicidad en sus intenciones, construyendo una fábula que parece irreal, pero acaba transmitiendo ternura. La imagen como lenguajeEsa mirada amable también está presente en Ghost Tropic (Bas Devos, 2019), en la representación de una ciudad de Bruselas nocturna que no es, como veíamos en Oleg (Juris Kursietis, 2019) un lugar inhóspito, peligroso y amenazador. Aquí, una mujer inmigrante se queda dormida en el metro cuando regresa a casa desde su trabajo, y debe recorrer casi toda la ciudad andando en medio de una noche poblada de personajes singulares, pero con una actitud siempre positiva. Estamos ante una fábula que también habla de la inmigración, aquí en el corazón de Europa, y que está narrada con ese estilo particular del director, responsable de otra película singular, Hellhole (Bas Devos, 2019), que también se acercaba a esas almas perdidas de una ciudad callada. Hay que decir que ese estilo lánguido, de silencios y de imágenes que toman forma vagamente, provoca cierta arritmia, en una película que narrativamente cae en la desidia en algunos momentos, pero que en otros (esa escena "mágica") resultan brillantes ejercicios de autor. Ese estilo autoral, en el que la imagen aporta más información que los propios diálogos, también está presente en otras dos películas de Transicions. This is not a burial, it's a resurrection (Lemohang Jeremiah Mosese, 2019) es una de las películas más bellas que hemos visto hasta el momento en D'A Film Festival. Ganadora del Premio Especial del Jurado en Sundance, estamos ante un director cuya puesta en escena es sorprendente y emocionante. Cada plano está dotado de una construcción visual intensa y poética. Casi como un Terrence Malick africano, el cineasta ya demostró sus cualidades como creador de hermosas atmósferas visuales en el documental Mother, I am suffocating. This is my last film about you (Lemohang Jeremiah Mosese, 2019) y, por cierto, los títulos de sus películas ya en sí mismos son pura poesía. La película está rodada en 4:3, que se nos antoja como una representación visual de su país, Lesoto, un pequeño reino rodeado por Sudáfrica, una especie de Vaticano en mitad del corazón africano. Como una fábula, un anciano comienza a contar la historia de esta mujer que se enfrenta a la muerte de su hijo, mientras a su pequeña aldea llega también la amenaza del "progreso", que pretende desplazar a sus habitantes y sus muertos enterrados, para construir un embalse. "Los muertos entierran a sus muertos", dice la protagonista, espléndido trabajo de la actriz Mary Twala, emocionante y desnudo. Lejos del habitual "amateurismo" del cine que se hace en África, esta historia es pura delicia visual, quizás una de las películas de las que oiremos hablar más durante este año.
También la puesta en escena es el principal punto de interés de The Twentieth Century (Matthew Rankin, 2019), que se centra en el ascenso hasta Primer Ministro de Canadá del político William Lyon Mackenzie King, que estuvo en el poder entre 1935 y 1948. Su imagen es la que está representada en el billete rojo de 50 dólares canadienses. La propuesta de Matthew Rankin es ciertamente peculiar, jugando con la puesta en escena, el humor absurdo y la estética kitsch. El problema es que esto ya lo hacía el director Guy Maddin en algunas de sus películas, por lo que estamos ante una especie de discípulo aventajado que, en algunos momentos consigue resultados interesantes, sobre todo en aquellos que resultan más alocados y sarcásticos. Esas secuencias conectan más con el lenguaje de los Monthy Python, especialmente en las escenas que transcurren en esa Escuela de Dominio del Nacionalismo, en la que se elige a los candidatos más nacionalistas para acceder a las altas esferas de poder. Europa dividida, guerras y fronterasLas películas que llegan desde los países del Este de Europa están marcadas en buena medida por esa constante tensión fronteriza que forma parte de su historia. Dos títulos de esta sección hablan, de formas diferentes, sobre las relaciones entre países. Por un lado Atlantis (Valentyn Vasyanovych, 2019), que pasó por la Sección Orizzonti de la Mostra de Venecia, se centra en una Ucrania en descomposición tras la guerra con Rusia, acompañando a un ex-soldado que sufre de estrés postraumático, y que ahora se dedica a buscar y recoger cadáveres que han quedado sepultados durante el conflicto. En 28 planos secuencia, el director habla de la violencia y de sus consecuencias, mantiene su cámara fija y deja que la composición del plano la vayan construyendo las figuras que aparecen y desaparecen en pantalla. En este sentido, es una película visualmente interesante, pero no nos queda claro hasta qué punto esta estética tiene también una razón de ser narrativa. En dos secuencias, cuando el protagonista camina en medio de un edificio derruido y seguidamente encuentra a una joven soldado herida, la cámara estática adquiere movimiento, una especie de convulsión exterior para mostrar esa otra convulsión que vive el soldado en su interior. Es quizás uno de los momentos más logrados de la película.Rumanía también linda con Croacia, y en el lado contrario con Serbia. Ivana Mladenovic es una actriz y directora serbia que se formó cinematográficamente en Rumanía, y de hecho colaboró con uno de los nombres más interesantes del reciente cine rumano, Flori Serbain, responsable de la aclamada Si quiero silbar, silbo (Flori Serbain, 2010). La directora habla también sobre la relación fronteriza entre Serbia y Rumanía en su último film, Ivana The Terrible (Ivana Mladenovic, 2019), en la que cuenta la crisis psicológica que sufrió hace dos años cuando volvió a su hogar. Con su propia familia y sus amigos como actores secundarios, y ella como protagonista, sorprende la naturalidad que consigue, y especialmente brillante es su mirada irónica al mundo de la política y las relaciones aparentemente amables entre Rumanía y Serbia. En la parte personal, su personaje (y probablemente ella misma) es un torbellino emocional, a veces excesiva en su relación con sus allegados, y en esto resulta una película honesta. Pero este exceso es también uno de los defectos de una historia que en su parte central se hace anodina.
El único documental presente en esta sección es Mating (Lina Maria Mannheimer, 2019), que tiene como protagonistas a dos veinteañeros que se conocen a través de las redes sociales e inician una relación llena de altibajos y de indefinición. La directora comenta en el documental, cuando presenta a sus personajes, que trataba de "examinar el punto de vista de las relaciones personales en la generación digital". Y ciertamente tiene algunos momentos de interés. El problema es si realmente la relación entre estos dos jóvenes usuarios de Tinder tiene la suficiente sustancia como para acompañarnos durante hora y media. La directora de La cérémonie (Lina Mannheimer, 2014), interesante documental sobre una de las más conocidas dominatrices francesas, maneja con soltura los elementos de interrelación entre los protagonistas, pero su historia, que acaba siendo una especie de comedia romántica real, no termina de encontrar el punto de inflexión que realmente nos haga empatizar con ellos. Uno espera en todo momento un giro que dé sentido a la historia, pero la experiencia acaba siendo frustrante. D'A Film Festival se puede ver en Filmin hasta el 10 de mayo.