Hubo siempre desde los albores de la industria de los videojuegos, un abismo insondable entre Japón y el resto del mundo. Dicho hueco sideral es análogo a las pretensiones de estos simios redactores que semanal o mensualmente escupen bytes en un sitio sin lectores, creyéndose así eximios escritores, jornalistas mal pagos de un pasquín de cuarta, intelectuales artistas de una disciplina que nadie quiere reconocer como tal, pero que sin embargo da de comer a un montón de idiotas que dicen boludeces en la televisión sobre juegos de celulares.
Pese a los precipicios indiscutibles que existen, nosotros intentamos por demás seguir con esta humilde profesión de escritores seudoamateurs de paupérrimas reseñas de videojuegos, reflexiones sociofalopa de la vida ludopharmaca y demás delicias cotidianas del pobre diablo que busca en los tormentos digitales una forma de huir, de imaginar y pensar la miseria cotidiana en la que se ve envuelto. Mejor dicho, en la que nos vemos envueltos. Miramos no sin desdén a los escritorzuelos de siempre, los genios de la new wave posmoderna que desconocen el placer de perder la conciencia con amargo obrero y roms de a 50 KB.
Todos estos periplos cotidianos no hacen más que confirmarnos nuestra tenacidad para seguir en esta absurda aventura que hemos emprendido hace un tiempo ya con el querido Eugenio. Con más desaciertos que fortunas, seguiremos poblando de inleibles reflexiones lúdicas. Y sin más preámbulos que engrosen la cantidad de caracteres que desde la redacción nos piden, hablaremos, pues, del Dahna: Megami Tanjō, un jueguito que no salió del Japón pero que, como bien saben, eso nunca es un impedimento para nosotros.
Hubo un momento en la historia de los videojuegos en que estos solían salir, eventualmente, para el mercado nipon y no tenían un lanzamiento en las tiendas europeas o norteamericanas. Hoy en día esto no es lo más común puesto que a fin de maximizar utilidades las empresas necesitan largar sus porquerías en ultra HD en cada rincón del planeta. Lo que a veces sucede es que hay sutiles diferencias entre las distintas versiones. Por ejemplo, en una versión que compré de Rage para PS3, tenía un par de contenidos adicionales pero solo para la región asiática. En otras eras, estos vericuetos internacionales eran sorteados mediante esos cartuchos que hacían de puente entre las distintas regiones de la Genesis: hoy en día, en el caso de la PS3, con crear un cuenta asiática con una dirección falsa alcanza.
Entonces, en el año 91′ de la mano de una tal IGS, creadora y distribuidora de unos cuantos juegos más que también quedaron atrapados en la isla a la espera de algún ludopharmaco que los rescate sale Dahna para la Sega Genesis. El juego en si es un clásico de plataforma con unas cuantas cosas que lo hacen quizás un poco especial:
En primer lugar, claro esta, el hecho de ser totalmente nipon. En este tipo de juego la barrera idiomática no genera ningún impedimento a la hora de jugar, pues simplemente tenemos que avanzar hacia adelante y amasijar todo. Obviamente no sabremos los pormenores de la historia pero eso poco importa, pues en la era de los 8 y 16 bits estábamos acostumbrados a que nuestra pobre imaginación rellene los baches que bien el idioma o bien las indefiniciones gráficas solían presentarnos.
Por otro lado cabe destacar nuevamente que estamos ante un título donde la protagonista es una mujer rubia no anoréxica. Como siempre, los videojuegos están a la vanguardia de todo, incluso 20 y tantos años atrás cuando estas cuestiones no se veían en los televisores de la felicidad noventista.
Como no sabemos absolutamente nada de la trama podemos realizar las más variopintas especulaciones. En apariencia, Dahna es una atorranta que vive en medio de un villerio medieval muy tranquilamente. Además de eso, la muy turra debe ser bruja, porque siempre está montando dos monstruos: un enorme ogro verde y un hermoso hipogrifo. Arriba de esos bichejos, calzando una espada y utilizando tres tipos de magia distintas (una lluvia de meteoros, una fog of war que nos brinda invulnerabilidad y otra llueva de meteoros) Dahna imponía un férreo control en su tribu.Pero todo reinado despótico siempre corre el riesgo de ser enfrentado a los tiros. Tal es el caso de la historia de Dahna. Un malvado mago volador, enojado por los altos tributos que la bruja espadachina le cobrase a su pueblo, viene con sus fieles soldados a raptar al pobre diablo que se encargaba de prender las velas en la aldea de Dahna. Así comienza nuestra aventura, con una rubia déspota sumamente enojada por el rapto de uno de sus súbditos, montada en su fiel ogro verde.
A través de seis niveles comandaremos a Dahna en la búsqueda de su fiel velero, pues no hay más noble profesión en el medioevo que aquella que brinda un poco de luz nocturna para cuidarnos de los pervertidos sociales que suelen aprovechar la terrible oscuridad para dar rienda suelta a sus fechorías.
Apenas iniciemos nuestra aventura nos daremos cuenta de algo: Dahna es una máquina de reventar y explotar enemigos. Cualquier soldado o bichejo que se cruce bien contra la espada de la rubia o con los puños o piernas del Ogro, terminaran transformándose en un río de sangre, digno de una historia sanguinolenta de Stephen King. No puedo dejar de imaginarme cómo explotan las venas y arterias de los enemigos de Dahna en rojizos cuajos, manchando todo el terreno. Había que imaginar, claro que sí, y ante tanta sangre la mente de los pequeños nipones deliraban ante tanto espectáculo morboso.
Hablando de enemigos, los que más deben ser tomados en cuenta a la hora de la masacre de Dahna son unos tipejos con pinta de magos guerreros. Al morir nos dejan dos ítems: un ojo rojo que nos recupera un punto de vida, o un ojo medio verde, que aumenta nuestro poder mágico.
A final de cada stage deberemos enfrentarnos a un boss. El primero de ellos es un jinete muy boludo y sencillo de aniquilar. Solamente con quedarnos en el medio de la pantalla y saltando bajo (si saltamos apretando y apretamos para arriba, salta más alto) cada vez que se acerque a empalarnos: de esta forma lo esquivamos y rápidamente le ensartamos un espadazo. En términos generales, los niveles son el triple de difícil de lo que son los bosses. El segundo nivel es un claro ejemplo de esto: empezamos arriba de un caballo bajando a los gomazos a través de un camino descendente, esquivando a soldados y caballería enemiga. Ese nivel es sumamente difícil, siendo quizás el más complicado del juego. Es muy probable que pierdan los cinco continues del juego. Con preserverancia y la magia del save&load de la emulación podrán entender cómo saltar para que los malosos no los empalen.
El siguiente boss, entonces, es un mago volador que tira una bolas de fuego y una lluvia de piedras. Cuestión de esquivarlo o en su defecto usar la segunda magia, la fog of war que nos hace temporalmente invulnerables. En el tercer stage nos encontramos con el boss más simpático del juego: un guerrero deforme con dos cabezas y cuatro brazos. Debemos darle unos cuantos golpes e ir cercenando sus miembros, mientras sus muñones no paran de sangrar y nos bañan del dulce liquido rojo de la victoria.
El cuatro nivel todo cambia y momentáneamente el juego se transforma en un shooter: nos encontramos volando encima de un hipogrifo que lanza bolas de fuego, sin dejar de repartir espadazos por doquier. Aquí debemos esquivar y/o matar a los soldados que andan montados en unos malvados dragones. Podemos dejar a esos reptiloides mitológicos sin sus conductores pero estos nos dañaran si los cruzamos, por lo cual hay que amasijarlos también. Al finalizar esta etapa llegamos a un barco y vemos que nuestro querido ogro se encuentra apresado: debemos acercarnos en cuerpo a tierra, cortar la cadena que lo ata y montarnos encima. Frente a nosotros veremos al nuevo boss: un pulpo bizarro que no se entiende bien donde hay que pegarle. Pero no hay que hacerse mucho problema pues saltando encima de su capoleta lo aplastaremos al cabo de un rato.
El siguiente nivel es parecido al primero y comenzamos nuevamente con el ogro. El boss que nos tocara enfrentar es el otrora ex cuatro brazos. Esta vez debemos cortar el resto de sus miembros de una vez por todas para que se deje de manchar todo el mundo con su asquerosa sangre.
Y luego el último nivel. Jueguenlo. El final no es demasiado complicado. Ante del boss final, lucharemos con una mujerzuela con una lanza, nada complicado. Luego nos encontramos con el mago volador que nos robo a nuestro súbdito, que levitando nos lanza unas bolas de fuego. Lo bajamos muy fácilmente y al hacerlo, aparecen unas sombras de enemigos que debemos amasijar. Nada demasiado complicado, teniendo en cuenta que lo realmente difícil es llegar hasta ahí enfrentándonos a un montón de espadachines que si son jodidos de esquivar. Una vez derrotados, cargamos con el cadáver del mago y lo llevamos a través de unas plataformas, mientras el castillo se derrumba. Luego apareceremos volando nuestro hipogrifo como si nada hubiese pasado porque en realidad, todo había sido un sueño del ogro verde.
Y esto es más o menos todo lo que tenemos para decir de este gran juego. En mi soporífero discurso pareciera ser que todos los niveles se pasan así nomás, pero no. Es bastante difícil. Más como siempre digo, las ganas de no ser vencido por un videojuego que no llega ni a los 500KB suelen alcanzar para motivarnos hacia la victoria definitiva.Prueben Dahna, compartan Ludopharmacos y paguenme dinero.
Hasta luego,
Esteban