Una noche más se desnuda con pétalos de azar. Desabrocha el botón de una camisa de seda con la etiqueta made in China, derrama el perfume por su cuello donde las hienas acuden al olor y deslizan los estambres hambrientos de deseo, con besos que no saben de amor. Otra noche más, las lechuzas, eternas insomnes, vigilan la oscuridad y acechan el miedo en los ojos de ella. Observa cómo arroja su carne de prostituta a la miseria de las manos de un extraño, de los marineros sin tatuajes; de los americanos con un idioma incomprensible que fuman tabaco de contrabando. Otra noche más, abre la cómoda convertida en trinchera de los recuerdos: fotografías ocultas entre las sábanas jabones que no sentirán el agua correr los sobres con matasellos de veinticinco pesetas las dos entradas del Royal Cinema donde nos besamos, nos mordimos y descubrimos nuestras bocas; con el caos de las manos imprecisas perdimos la inocencia. Llega otro amanecer, los restos de la madrugada corren por las cañerías bajo la lluvia que inunda las calles. Ella acaricia las entrañas de su pasado en aquella segunda sesión, con la fragancia de la dama de noche enredada en las paredes desconchadas de ese cine de verano.