Ella no lo sabe, pero él ha sacado un peine de brillante carey antes de verla: en la escalera automática, pasándolo ligero con la mano derecha y repasado cada lado con la izquierda, con la rapidez y precisión que sólo la edad y las canas puede conceder... Apuesto y caballero me lo imaginaba yo, dos o tres escalones más abajo, donjuán entrado en años y raya de pantalón impecable, gris todo, diplomático.
Él no lo sabe, pero ella le espera un vestíbulo más arriba, arreglando coquetamente el fular violáceo, a juego ligero con el traje de chaqueta y sus manos cuidadas de uñas perfectas; se recompone el pelo apenas unos minutos antes de que él llegue a su encuentro.
Se acercó él y a ella se le iluminó la cara, dejándose besar en ambas mejillas. No oí lo que se dijeron, pero adiviné, otro vestíbulo más arriba, que él le había ofrecido, galán, el brazo, y ella se había dejado mecer...