Revista Libros

Damas chinas, de Mario Bellatin

Publicado el 17 agosto 2010 por Barcoborracho

Hoy he conversado con mi gato sobre su temerario e imprudente comportamiento en la terraza. Desde luego no me hizo mucho caso: subió otra vez corriendo, se detuvo temblando contra el vacío, resbaló, pero no cayó, y corrió de mí cuando pretendía bajarlo porque hacía frío y oscurecía. Entonces volví a tener otra charla con él al lado del perchero, apenas cruzado el umbral del departamento: Es la última vez, le dije. Me miró atentamente, como la primera vez, sin responder. Es la última vez, volví a decir. Volvió a mirarme atentamente sin emitir sonidos. Lo levanté en brazos y lo senté contra mi rodilla y comencé a increparlo.Estoy leyendo mucha literatura desde hace más o menos 20 años. No sé conversar con animales. Soy impaciente. Imperceptiblemente me siguen creciendo los pies y rompo los zapatos en poco tiempo. Me gusta mucho la terraza, me gusta lavar ropa y helarme las manos fregando platos. Sigo leyendo literatura pero últimamente no me gusta leer. Cuando me cruzo un perro le digo un par de frases y espero respuesta. Inútil. Me miran. Huelen algo por ahí, me ignoran. Una vez llegué a casa y al abrazar a mi gato me arañó la cara. Había estado acariciando un perro de la calle y no le gustó el olor que traje. Le expliqué la situación, pero el gato maullaba rabioso y no quiso acercarse a mí.Hoy leí Damas Chinas, de Mario Bellatin. El arte del desapego que elabora en su prosa es estimulante para muchos lectores pero no para mí. Algunos libros me gusta recordarlos, pero no leerlos. Damas Chinas me gustará mucho en un par de semanas. En el tren, en el subte, en el sofá de mi casa, me exigí una tremenda concentración para seguir la trama de la novela. Bellatin no fue amable. No me tendió lazos para que pueda sostenerme y no caer. El libro brillaba en mis manos sin que yo pudiera entablar un vínculo emocional con él. Como una diamante de plástico.Hace mucho frío.El lavarropas ha dejado de funcionar, lo que significa que debo subir a la terraza a colgar más ropa. Tenderé calzoncillos y calcetines, bombachas y medias, solo ropa interior. Las veré balancearse en el viento frío, como las velas del barco de mi imaginación. Como las páginas sopladas de un libro de aventuras mórbidas.Antes de subir, mantengo otra charla con mi gato. Más advertencias. Ya oscurece. Ha oscurecido. Está todo negro.
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