Revista Psicología

¡dame la razón!

Por Mayte Leal @MayteLealRomero
Aquella pareja pedía a gritos una reconciliación. Su batalla dialéctica era tan apasionada que levantaba miradas entre los allí presentes. ¿Cómo no hacerlo? Los comensales del pequeño restaurante parecíamos estar invitados a formar parte del espectáculo. Al fin y al cabo, si uno grita no puede esperar que no se le oiga, menos aún que se le ignore... A los pocos minutos, me atrevería a decir que los espectadores nos habíamos repartido posiciones, los unos amparando al santo varón, y los otros abrazando a la sufrida esposa. Se podía oír los murmullos en algunas mesas, que no tardaron en hacer de aquella escena, su tema de conversación. Al rato, la pasión al esgrimir argumentos de culpabilidad o inocencia se había extendido por las mesas como un virus...¡Fantástico! Una prueba evidente de que LA VERDAD no tiene dueño.
Desde mi cómoda distancia, me permití observar la escena con auténtico asombro. Juzgar es fácil. Esforzarse en comprender requiere mucho músculo, materia gris en movimiento. Agotador...
Somos seres fascinantes. Auténticas máquinas al servicio de una lengua insaciable que no se detiene ni para tragar saliva. Hacedores de hipótesis disfrazadas de verdades ¡Pero con qué arte que las manejamos! ¡Qué vehemencia! ¡Qué autoridad! Somos grandes. Me rindo a nuestra capacidad...
¿Qué sabíamos nosotros de aquella pareja? ¿qué información manejábamos sobre su historia? Ninguna, pero eso no impidió que se les juzgara por lo aparente. Y para colmo, cada cual había interpretado lo ocurrido según sus ojos vieron y su cerebro procesó.
Lo gracioso del asunto es que los invitados al espectáculo reprodujimos el mismo patrón que los protagonistas de la escena, embriagados por la necesidad de ser reconocidos públicamente como “tenedores de la razón”. Y es que no nos basta con sentir que la tenemos, necesitamos que nos la reconozcan, y claro, el otro lo hará o no.
¿Y cómo se queda uno cuando le niegan “ese derecho”?
Al rato volví a interesarme por la pareja y los busqué con la mirada. Allí seguían, pero más en cuerpo que en alma. Y es que pelear, cansa. No hay empeño más estéril que forzar al otro a reconocer su error, más aún si el error es nuestro.
¡DAME LA RAZÓN!Se invierte energía que no resuelve nada, invitando a la impotencia a ser testigo silencioso de una estúpida batalla. Y la impotencia es muy potente, cuando se pone a trabajar arrasa e invita a su vez a la desesperanza. Un círculo perfecto, de pronóstico predecible.
Tener o no tener razón, ¿de verdad es ésa la cuestión?

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