Fetichismo ilustrado
"Reconozco mi vicio y sus consecuencias, pero me resulta imposible leer si al mismo tiempo no estoy comiendo. Entiéndaseme: no es que me lleve el libro a la mesa familiar durante el almuerzo o que abra el periódico en el bar a la hora del desayuno. No. Mi vicio es más complejo y a lo que creo, menos habitual. Verán: el acto de leer debe producirse siempre en el mismo sitio, esto es, mi sillón favorito. Pero necesariamente debo ejecutarlo comiendo —en general un bocadillo— porque ya no entiendo la lectura si el ritmo del relato o la eufonía de los versos no vienen acompañados por la sonoridad mezclada de la masticación y la garganta degluctiva. Este ritual es la causa de que las páginas de todos mis queridos libros se encuentren llenas de manchas. Manchas de grasa, de aceite vegetal, manchas coloreadas por el pimentón del chorizo, manchas acompañadas a veces por restos de pan endurecidos que se acumulan en los intersticios del papel. Asumo que se me pueda acusar de sucio e indolente pero en mi defensa puedo argüir que he acabado especializándome y por tanto, sofisticándome.A la larga, la acción subconsciente ha hecho que determinados autores luzcan en sus escritos manchas en exclusiva sin relación aparente; y así, con sorpresa, observo que las novelas de Faulkner se encuentran repletas de rosada grasa del salchichón. A Proust lo reconozco por el ketchup de las hamburguesas; a Joyce por la amarilla mostaza; a Borges por la permanencia olorosa de las manchas de chistorras... y así todos. Hasta Galdós. Las páginas de sus novelas contemporáneas están veladas por el aceite de mis bocadillos de sardinas. La conexión es clara, ¿existe mejor acompañamiento para "Fortunata y Jacinta" que la áurea pringue de unas sardinas en conserva?P.D.: Esta debilidad tiene su contrapartida: Nunca me prestan libros."
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