Muchas veces acabamos prisioneros de nuestras propias palabras. Y nos decimos ‘tengo que ser médico’, ‘abogado’, o ‘ingeniero aeroespacial’, 'tengo que hacer esto o aquello', 'sumar aquí o sumar allá'. Y nos lo decimos con tanta fuerza y opresión que acabamos creyendo que solo si logramos aquello que nos decimos la vida tiene algún sentido y hemos cumplido con lo que teníamos que hacer. Pero decirnos eso, y con la fuerza con la que a veces nos lo decimos, es tan absurdo como decirnos que nos tiene que gustar jugar al fútbol antes de practicarlo o que nos tiene que gustar pintar antes siquiera de conocer los colores. La vida no se rige por lo que nos tiene que pasar en ella, ni mucho menos por lo que nos decimos que nos tiene que ocurrir. La vida hay que recibirla con gratitud, abiertos a lo que nos pueda dar y regalar, escuchando sus pliegues y misterios, y recibiéndola sin esperar de ella nada que no podamos dar nosotros.
“Tenían sus planes con el tiempo de la humanidad. Se trataba de planes ambicioso y preparados al milímetro. Lo más importante para ellos era que nadie reparase en su actividad. Se habían colado imperceptiblemente en la vida de la gran ciudad y de sus habitantes. Y paso a paso, sin que nadie lo notase, avanzaban cada día más y se adueñaban de las personas”. (Momo, Michael Ende)