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Daniel Deronda, de George Eliot

Por Ninyovampiro @ninyovampiro
Daniel Deronda, de George Eliot
Daniel Deronda es una curiosa mezcla entre folletín y lo que se da en llamar "novela de ideas". Es decir, está compuesta a partes iguales de, por un lado, hijos ilegítimos, padres desconocidos que al final de sus días se arrepienten de haber abandonado a su progenie, matrimonios de arrogantes y ambiciosos señores nobles con jóvenes doncellas que, ayer altivas e inaccesibles, hoy se sacrifican para salvar de la ruina a su familia, ajadas madamas que un día tuvieron el mundo a sus pies, jovencitas pizpiretas y románticas, trágicas muertes en el mar, casualidades inverosímiles y, por otro lado, mesianismo, cábala, abundancia de sesudos párrafos sobre temas transcendentes, y eruditos epígrafes de Dante y Spinoza.
Y una vez más, Eliot lo borda, y esta mezcla entre los dos géneros, -en la que entré bien y salí de maravilla, pero que hacia la mitad estuve tentado de abandonar (problemas de leer un libro de 900 páginas en dosis de 10 o 15 al día)-, esta mezcla, decía, funciona a la perfección, y de todas las novelas de Eliot que he leído, ésta es la que de momento más se me ha quedado dentro.
Daniel Deronda, de George Eliot
Sin duda, es la galería de personajes lo que eleva esta novela por encima de la novela victoriana al uso. Los personajes centrales, Gwendolen, Mirah y Daniel están retratados con maestría y sutileza, son reales, creíbles y además impredecibles, como también lo son la evolución  de todos los personajes y el desenlace de algunas de las tramas. No me cabe ninguna duda de que muy pocos lectores de la época (o de hoy en día) fueron capaces de predecir qué iba a suceder con los tres personajes centrales.
Los personajes secundarios, aunque igual de interesantes, sí encajan más en algunos de los arquetipos del folletín y la novela romántica, lo cual, a mi juicio, es un acierto por parte de la autora. Así, el entrañable Klesmer, el siniestro Lush, o el pérfido Grandcourt, sin llegar a alcanzar la complejidad del trío central, en ningún momento se comportan como autómatas cumpliendo un papel, sino que son tan humanos y reales como cabe exigir a una novela realista.
Daniel Deronda, de George EliotSpinoza
Pero si hay algo en Daniel Deronda que la distingue de las otras obras de Eliot, y que causó no poca conmoción y rechazo, es el tema de la religión. Eliot, que creció en un ambiente de fervor religioso hasta que, influida por ciertas lecturas, entre ellas An Inquiry Concerning the Origin of Christianity, empezó a cuestionar sus creencias, fue alejándose paulatinamente de la iglesia y un día le espetó a su padre que ya no quería ir a misa. El escándalo en la familia Evans (el nombre real de la señora George Eliot era Mary Ann Evans) duró varios meses, hasta que al final llegaron al acuerdo de que ella podía pensar lo que quisiera, pero "tú vas a misa y vestida bien decente".
Daniel Deronda, de George Eliot
Tras la muerte de su padre, la señora Eliot se entregó a la perdición moral. Tradujo del alemán The Life of Jesus Critically Examined, coqueteó con respetables señores casados y al final se amancebó con el polifacético George Henry Lewes, periodista, biógrafo, crítico literario, novelista, dramaturgo, ensayista, actor, científico y editor, quien, ¡hélas!, más allá de sus talentos, pasó a la historia sobre todo por su relación con Eliot. Lewes había dejado a su mujer cuando ésta, por segunda vez, le dio un hijo a la vez que le decía "otro regalo de tu mejor amigo". Y es que hay algunos que se enfadan por nada.
Daniel Deronda, de George EliotGeorge Henry Lewes, "el apaleado"
Eliot y Lewes se fueron a vivir a Alemania, donde ella se fue interesando cada vez más por el judaísmo, el sionismo y la cábala, temas alrededor de los cuales girará la trama de Daniel Deronda. No deja de maravillarme la forma en que Eliot combinó la novela romántica con esos temas, y cómo el alejamiento de Daniel de sus falsos orígenes para abrazar la vieja fe y aceptar la misión que el pueblo elegido, personificado en Mordecai, le encomienda, cómo ese alejamiento se integra en una novela que lleva hasta el límite ciertos aspectos del folletín arriba mencionados.
Quizá no sorprenda la acogida que tuvo la novela. El aspecto más folletinesco fue recibido con elogios, mientras que el tema judío ofendió la sensibilidad del respetable. Algunos críticos dijeron que la novela se resentía de los capítulos centrados en Mirah y Mordecai, o, dicho de otro modo, le sobraba judaísmo, lo cual es tanto como decir que a Hamlet le sobran los soliloquios o que el cine porno sería mejor si no tuviera tanto sexo.
Daniel Deronda, de George Eliot
El libro, como todos los de Eliot, está impecablemente escrito y organizado, lo cual tiene un mérito extraordinario si tenemos en cuenta que la autora publicó los primeros volúmenes (la novela consta de ocho) sin tener todavía redactados los siguientes. Aunque eso era habitual en la época, lo habitual era también que el lector se encontrara luego con inconsistencias, cambios de nombre,  o personajes que desaparecen sin más explicación, entre otros. No busquéis en Daniel Deronda esos pequeños defectos, perfectamente comprensibles y hasta entrañables en Dickens. El libro de Eliot es, en ese sentido, perfecto, y en otros, una novela redonda, profunda, inteligentísima y, aunque a ratos difícil, fascinante de principio a fin.
Y si habéis leído la entrada con atención, sabréis contestar a esta pregunta: ¿de dónde era Daniel?

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