Sarmiento de Junín, River Plate, Fiorentina o Internazionale vivieron tranquilos con Passarella en su zona defensiva. Y Argentina, la Argentina campeona del Mundo. Tras una de sus exhibiciones en Italia, donde impartió clase entre 1982 y 1988, confesó que se transformaba cuando llegaba la hora. Salía del túnel de vestuarios con una calma inusual, posaba su pierna diestra, costumbre que siempre le acompañó, fruncía el ceño, miraba a sus rivales, se olvidaba de todo, de todos y solo pensaba en ganar. Y ganaba.
Central sobrio, seguro, de los que gusta tener a tu espalda y de los que gustan a los arqueros. Le caracterizaba su furia, su garra, era un central áspero, la peor pesadilla de los delanteros, desde el minuto uno hasta que el colegiado ponía fin, una sombra. Un zaguero contundente, físico, quizás pesado. Un defensa con historia, con palmarés y un seguro delante y detrás, donde debía serlo y donde siempre gusta que acompañe. Prodigioso en el salto y un remate certero, normalmente a red. Su tez joven se mezclaba con la sangre del defensor más veterano. Una zurda dura, rocosa a la que le acompañaba calidad y potencia. Daniel Passarella fue y será uno de los mejores defensas de la historia. Quizás el mejor de Argentina. Un ídolo. Alguien en quien confiar la capitanía, el líder de un grupo al que admirar, en quien depositar tu fe, en quien creer en los malos momentos y a quien adorar en los buenos. El Gran Capitán.
César Luis Menotti sería su maestro, el protegido del argentino. El encargado de hacer de Passarella lo que ahora recordamos. Siempre vio en él el profesionalismo y las virtudes de un jefe de filas que solo quería la gloria. Contagiaba al resto, su poderío y ganas de victoria eran tales que tranquilizaba a los que estaban con él, los compañeros se veían campeones. Tenían a Daniel Passarella, salían a jugar con uno más.
Aquel menudo jugador de Chacabuco lideró a la selección albiceleste durante el torneo de 1978, desde el debut el 2 de junio donde los anfitriones remontaron el gol inicial de Hungría hasta la final de Buenos Aires frente a una recordada selección holandesa, los de Menotti fueron los más fuertes. De menos a más. Sólidos atrás y potentes arriba. Passarella defendía y Kempes remataba. Un tándem infranqueable. Campeones.
Solo Italia en el último partido de grupo con un gol de Roberto Bettega pudo con la furia argentina. Hungría, Francia, Polonia, Brasil, Perú y Holanda. Los neerlandeses se rendían. Lloraban tendidos en el césped del Monumental mientras Kempes desplegaba sus alas para celebrar un doblete antes que Bertoni hiciese el tercero y definitivo. Passarella se arrodillaba, fruncía el ceño, miraba al banco, a la grada y disfrutaba, estaba a escasos cinco minutos de levanta la primera Copa del Mundo para Argentina. Un mundial en casa y donde olvidar lo que sucedía fuera de él. El país no pasaba por su mejor momento y el fútbol volvía a ser esa Copa de whisky sobre la barra del bar en una noche para olvidar.
"El Mundial lo ganamos en la cancha. Lo que pasaba fuera no estaba en nuestro conocimiento, todos debíamos ignorar las atrocidades del régimen militar y sus consecuencias"
Argentina adoraba a Daniel Passarella. Un recuerdo eterno el del capitán levantando el Oro mientras en las afueras del estadio, la política se hacía con el país. Evadirse de la realidad militar no era tarea sencilla. Represiones, secuestros, asesinatos... el grupo que salió victorioso. Pero tenían a Daniel Passarella. El Gran Capitán.
Aquella sanguinaria dictadura militar tampoco venció a Passarella. Se dedicaban a jugar, ni las potencias europeas podían con el ejército liderado por un central de época. Histórico. Una leyenda y el mejor representante de la Argentina campeona del Mundo. Porque Diego y su diez a la espalda serían eternos entre las sombras de las palmeras mexicanas en 1986, pero allí también estaba Passarella, con un papel diferente por las lesiones y su polémica relación con Carlos Bilardo. Allí no jugó. El máximo representante de Menotti no tuvo la repercusión que debía con Bilardo. Quizás comprensible. Quizás no. Entendible o no, fue así. Pero en México Argentina también sería campeón, en el Mundial de Maradona, el líder lejos del pasto también era Daniel Passarella. El Gran Capitán.
Una de las espinas que siempre tendrá el central de la albiceleste. Desde su hospital en México vivió la victoria de su país. Su sustituto, José Luis Brown anotaba el primer gol de la final. Tampoco debía ser casualidad. Con todo, Passarella tuvo un papel fundamental, fuera del campo y también dentro, el zaguero lideró a Argentino en la fase de clasificación, en la parte final de la misma. Al descanso del choque decisivo ante Perú, el Monumental necesitaba remontar un resultado adverso, dos tantos a uno. Un tranquilo Passarella durante el entretiempo se levantó, tocó la espalda de Bilardo y con voz seria avisó que Argentina se iba a clasificar. A pocos minutos para el final Daniel Passarella recibía el esférico dentro del área, entre prácticamente todo el equipo peruano, el defensa encañonó su pierna izquierda enviando el cuero al palo. El rechace sería gol. Ricardo Gareca empujaba el balón a la red y Passarella cumplía su promesa. Argentina estaba en México, luego serían campeones.
"Si bien tengo la medalla y estuve con el equipo en la ceremonia de premios, yo solo me siento campeón cuando estoy en la cancha"
Coleccionista de títulos, de historias y líder. Su garra, sentimiento y juego le hicieron forjar una leyenda que aun continúa viva. Daniel Passarella siempre será ese central por excelencia. Posiblemente uno de los mejores de la historia. Para muchos el mejor. Pero de lo que ninguno debería tener dudas es que aquel zaguero con cara de pibe es y será el gran capitán de Argentina. De la Argentina campeona del Mundo.