1 Rebeca duerme sobre un lecho cubierto de hojarasca, una madera de ruidosas galerías en la que unas larvas tienen sus nidos. Leo la despierta. —Vamos. Es tarde. Ella remolonea, por cansancio. —Déjame. —No, Rebeca. Es tarde. —Ya voy. —Arriba. Ella hace por fin caso. Padre e hija echan a andar. Da la impresión de que puede llover. O es algo que va en el aire, que lo vuelve pesado. Siguen el vuelo de una paloma, acicalada, como las demás, con una pátina de monóxido de carbono. Observan el frontal de una casa. La misma negrura domina los demás edificios que los rodean. Saquean uno de los apartamentos. Llenan sus mochilas de lo que encuentran. Enseres. Nada comestible. Quedan pocos, muy pocos. Sin que lo esperen, les sale al paso una pandilla de críos. 2 —¿Cómo te llamas? —le pregunta uno que tiene la mejilla marcada. Lleva un machete. […]
Revista Cultura y Ocio
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