Una futurista y oscura versión de Pinocho
Cierro esta semana con otra crítica de una novela corta: Los príncipes de madera, de Daniel Pérez Navarro. Podría parecer que me estoy aficionando al formato, pero es más un tema de supervivencia que otra cosa. En la actualidad tenemos más de cincuenta obras en lista de espera y mucho me temo que no vamos a poder darles salida a todas antes de anunciar los nominados a los Premios Guillermo de Baskerville 2017. Así, con intención de reseñar el máximo de libros posible, en los próximos meses me vais a tener hablando de más obras, cortitas a ser posible.
En un futuro no tan lejano, el ser humano se ha expandido por distintos sistemas planetarios, donde lleva a cabo explotaciones minerales para conseguir combustible y otras materias primas. Para las labores logísticas y de ingeniería in situ, las corporaciones encargadas de la extracción de minerales educan y transportan a grupos de trabajadores especializados. Esta es la única función de estas personas que, por algún motivo, son muy diferentes al resto. ¿Qué ocurre cuando estos ingenieros comienzan a hacerse preguntas sobre su origen o propósito en la vida?
De entrada, para hablar de Los príncipes de madera, voy a traer cuatro de los libros que me han sonado mientras lo leía. Puede que hayan servido de inspiración o tal vez ha sido una simple casualidad, pero me divierte trazar líneas entre obras complejas. Y esta lo es. El fondo de este libro me recuerda a , también perteneciente a la colección Wyser de la misma editorial. Su contexto de explotación espacial, de que la humanidad en el futuro no es capaz de haber solucionado sus problemas logísticos y necesita expoliar otros mundos -con la crítica implícita a nuestro sistema económico depredador-. El siguiente es Pinocho, pero esto más como broma, por aquello de los príncipes de madera y porque me ha sido muy socorrido a la hora de encontrar un titular para la reseña. El tercer libro es , el clásico de Stanislaw Lem; por el planeta misterioso donde existe una forma de vida gigantesca, sorprendente e inteligente. Pero la obra clave de la que hay que hablar es, sin duda, Un mundo feliz de Aldous Huxley.
Como en Un mundo feliz, nos encontramos con un futuro en el que las personas son clasificadas en el propósito que tienen para la sociedad. Ya no existen clases sociales, sino grupos preestablecidos cuyo único parámetro de pertenencia es el tipo de ADN con el que se ha sido concebido. La manipulación genética dictamina qué tipo de persona se es, qué derechos se tienen, qué funciones se van a llevar a cabo. Las personas ya no nacen, son cultivadas y convertidas en máquinas orgánicas con cometidos muy específicos. Se estudia lo que le corresponde a cada grupo, nada más. E incluso se va más allá, implantándole a cada grupo en el cerebro conocimientos y miedos pseudoinstintivos para que reaccionen de una manera o de otra ante ciertos estímulos. En esto también nos recuerda a la genial obra de Huxley, con sus eslóganes repetidos miles de veces durante el sueño.
En Los príncipes de madera solo hay dos tipos de estas "clases" sociales: los miembros de seguridad y los ingenieros -también conocidos despectivamente como "cafeteras"-. Serían tres, si contamos con los directores del centro de educación y los doctores, aunque se intuyen muchas más diferenciaciones y complejidad, cosa que queda difuminada y lista para la imaginación del lector, pues se trata de una obra de apenas 100 páginas. Es seguro que habrá muchas más; las posibilidades son casi infinitas.
El reptil se deslizó hacia el pupitre que ocupaba Pickering. El muchacho, al descubrir aquel cuerpo cilíndrico y largo que se desplazaba sin pies, lanzó un grito y se subió encima del asiento. Showalter, el estudiante del pupitre vecino al de Pickering, rompió a reír. En cuestión de segundos, los alumnos se dividieron en dos: los que reían y los que palidecimos al ver la serpiente.
Como comentaba antes, la crítica a nuestro tiempo está implícita desde el primer párrafo. Las corporaciones, siempre ansiosas de beneficios controlan los destinos de los seres humanos -ya más objetos que humanos-. Son sus dueños, deciden cuándo se nace, cuándo se muere, y qué ocurre entre uno y otro evento. No existen derechos civiles tal y como los conocemos hoy en día, solo la inestable escalada de crecimiento perpetuo que ya vemos en nuestros días y cuya brutalidad estamos comprobando.
Cuando cada palabra importa
El formato reducido de Los príncipes de madera ha obligado a su autor a priorizar qué quería mostrar del universo que ha creado. Como ya comentase antes, hay un trasfondo mucho más rico entre líneas de lo que se explícitamente se dice, por lo que asistimos aquí a un trabajo de cirujano en el que cada palabra tiene una función e importa. El narrador en primera persona ayuda a los propósitos de Daniel Pérez Navarro de crear una atmósfera misteriosa en la que el lector sabe lo mismo que el personaje principal: prácticamente nada. Hay mucho espacio para las conjeturas y las paranoias de los protagonistas -que con acierto contagian al lector-, pero hay poca información verdadera. Si a esto le sumamos que la estructura presenta saltos temporales -eso sí, siempre hacia adelante-, nos encontramos con una obra de gran complejidad que perfectamente podría ser una parte mínima de una saga más amplia.
Este es el segundo libro reducido que me leo de la editorial Cerbero -tercero que aparece en Libros Prohibidos- y empiezo a mosquearme. Me resulta difícil de creer que lo estén bordando de esta manera: apostando por autores reconocidos pero en un formato nada ortodoxo, con tiradas pequeñas y libros reducidos de bajo precio. Que nadie me malinterprete, esto es una tremenda noticia para el género fantástico y la literatura. Me anima a seguir leyéndoles, pero con el morbo de encontrar cuándo van a fallar. Paciencia, paciencia (risa malévola).
-¿Dónde están Pan y Rea -preguntó Mimas.
-Allí debajo. En las galerías hundidas -respondió jefe Corgi.
No percibí ningún temblor de voz cuando lo dijo. Nosotros, diseñados genéticamente para responder de forma impasible, habríamos mostrado mayor perturbación al revelar dónde se encontraban los gemelos.