Hace unas semanas publicamos que los fármacos antidepresivos pueden incitar al suicido en quienes los consumen. Es algo que se sabía pero la novedad es que un análisis del ensayo clínico en el que se basó el fabricante, GlaxoSmithKline (GSK), para justificar la receta de paroxetina (Paxil, Seroxat) a niños y jóvenes, revela que es inefectivo y además puede conducir a la muerte. Pero ¿cómo puede ocurrir esto?
El trabajo por el que ahora conocemos lo que ya había indicios de que ocurría se ha publicado en el British Medical Journal (BMJ). Es una revisión que han hecho varios científicos independientes del trabajo que en 2001 publicó el Journal of the American Academy of Child & Adolescent Psychiatry. El estudio, financiado por la farmacéutica, concluyó que los fármacos antidepresivos paroxetina e imipramina eran eficaces.
A continuación contamos más detalles en el post El “manual” de la farmacéutica GlaxoSmithKline para ocultar suicidios por antidepresivos.
Ante este tipo de noticias muchas personas se preguntan ¿cómo puede ser que esto ocurra? Repasando el excelente libro del psiquiatra y periodista científico, Ben Goldacre, titulado Mala farma, se encuentran detalladas varias respuestas. La tesis principal del libro, hiperdocumentado y bien narrado, es que las farmacéuticas retienen datos de los ensayos clíncios que hacen para demostrar la eficacia y seguridad de sus medicamentos.
Guardan a buen recaudo los datos negativos (baja o nula eficacia) y de seguridad (mejor escrito falta de la misma, daños, efectos secundarios).
En muchas más ocasiones de lo que pensamos, los retienen y no los entregan a las agencias reguladoras de fármacos, que son las entidades públicas obligadas a revisar la documentación sobre esos medicamentos y decidir si merecen su apobación para ser comercialiados o no. Las farmacéticas guardan esos datos y lo que es peor, si por un casual se los piden, hacen lo posible por no entregarlos, hacerlo tarde y mal para entorpercer la labor de agencias e investigadores científicos independientes.
Llevo catorce años investigando las prácticas de la citada industria y “doy fe” de que esto es así y no creamos que son hechos aislados (es muy normal y si lo pensamos bien, son una lacra pues dejan en muy mal lugar a los muchos y honestos científicos que trabajan día a día por mejorar las condiciones de vida de las personas).
Goldacre carga y con razón, contra los organismos reguladores porque entiende que de manera sistemática beneficien con su actitud a las farmas, cuando su trabajo, obligatorio, es defender la salud púbica, a las personas.
El inglés cuenta cómo la mayor parte de las pruebas clínicas financiadas por la industria casi siempre obtienen resultados positivos. También cuenta lo anticientífico que resulta que no se publiquen los resultados negativos pues lógicamente también son útiles para otros investigadores.
Explica que, por increíble que todo esto parezca es legal, casi siempre, pues la arquitectura jurídica que rodea a la investigación comercial de medicamentos y productos sanitarios beneficia a los promotres de los ensayos, mayoritariamente la gran industria.
Ya seguiremos destripando las ideas y datos de Goldacre en su libro en otro momento porque quiero centrarme en los antidepresivos y hay mucho y muy bueno escrito sobre ellos en ese texto. En efecto, como comento a principio de este post, lo grave es que desde hace años se sabía la relación entre su consumo y la incitación al suicidio.Mira que es difícil demostrarlo pues una persona depresiva es proclive, por desgracia a dicha decisión. Pero se sabía porque la cantidad de información acumulada por la agencia estadunidense de medicamentos, FDA, y otras entidades reguladoras era enorme y eso que no la tenían toda.
Ya en 2008 un grupo de investigadores independientes quisieron comprobar si los laboratorios habían publicado todos los ensayos comunicados a la FDA relativos a antidepresivos y hechos entre 1987 y 2004 (fijaos el tiempo que ha pasado como para que sea ahora cuando se da por buena la relación ingesta-suicidio).
Bien, había 74 ensayos hechos, en 38 de ellos los resultados eran buenos para este grupo de fármacos y en 36 malo. Más o menos empate ¿no? Los investigadores entonces buscaron en la literatura científica, lo que llegan a médicos y población en general y… ¡sorpresa!: 37 de los positivos se habían publicado íntegros y con alabanzas mientras que sólo tres de los negativos habían visto la luz. 22 de los restantes los tenía guardados la FDA, también los negativos, claro.
Bueno pues todo esto aclara en cierto modo cómo es posible que un medicamento antidepresivo pueda hacer tanto daño, siendo tan poco beneficioso para millones de personas y que ello no llegue a la población hasta muchos años después, cuando existen órganos públicos reguladores de la actividad farmacológica.