Tras describir, en una entrada previa de este blog, la fascinante y trágica historia del accidente cerebral de Phineas Gage, expondré a continuación la importante repercusión que tuvo este caso para la historia de la neuropsicología y cómo contribuyó a conocer la función de los denominados lóbulos frontales en nuestro cerebro.
Portada de un libro inspirado en el Caso Gage (Edición en inglés, 2002)
Por la fecha de este suceso traumático (1848), la ciencia comenzaba a descubrir la existencia de zonas especializadas del cerebro para funciones como el lenguaje, véase la denominada Área de Broca y de Wernicke (tradicionalmente asociadas con la emisión y comprensión del lenguaje, respectivamente). Lo que sí se desconocía entonces, y ni siquiera se sospechaba, era que pudiera existir una parte del cerebro responsable de cuestiones tan sutiles y complejas como los aspectos morales o éticos de nuestro comportamiento o el uso de las normales convenciones que regulan nuestra conducta social.Placa Conmemorativa del "Accidente Gage" en Cavendish [Vermont-USA]
El caso Gage mostraba cómo tras una destrucción de una parte del cerebro (situada bajo la zona más frontal de nuestro cráneo) se podían conservar las funciones intelectivas, perceptivas o del lenguaje pero no aquellas que parecen ser responsables de la capacidad de anticipación, planificación o autocontrol en nuestro comportamiento, algo que todos suponemos fundamental para nuestra vida cotidiana.
Los cambios en la personalidad de Phineas Gage fueron de carácter definitivo o crónicos. Ya nunca volvió a ser el que era antes de su accidente...una persona bien adaptada a su entorno social y laboral, con sentido de la responsabilidad y capacidad para perseguir o luchar por sus objetivos vitales. Tras su accidente las normas sociales más habituales perdieron sentido para Gage, a la vez que comenzaba a tomar decisiones arriesgadas, impulsivas o carentes de la más elemental reflexión.
El origen o la explicación de todos estos cambios hay que buscarla en la características propias, idiosincrásicas, de la lesión cerebral que había sufrido. Esto es algo que la neuropsicología actual conoce pero que no se suponía en la segunda mitad del siglo XIX, una época en la que no se supo, ni se pudo, establecer una hipótesis explicativa del caso. No obstante, un fisiólogo inglés llamado David Ferrier analizó el hecho con algo más de atención y reflexión que sus contemporáneos, llegando a la conclusión de que la barra de hierro había lesionado una zona concreta del cerebro que denominó como: corteza prefrontal y que responsabilizó de la peculiar "degradación mental" (según su propia expresión) de Phineas Gage. Esta hipótesis sobre el caso fue ignorada en su tiempo, salvo por los seguidores de la denominada frenología (pseudociencia que consideraba que las distintas zonas y formas del cráneo se correspondían con distintos cualidades psicológicas o aspectos del carácter y la personalidad).El caso de Gage plantea un verdadero enigma y nos genera un inquietante interrogante...¿Era la parte de cerebro perdida en el accidente, responsable de todos los cambios en la vida y personalidad de Phineas Gage?. Por aquel entonces esta pregunta no tenía sentido, pues se consideraba que la corteza frontal del cerebro no cumplía función alguna, y por lo tanto, resultaba inoperante. No sería hasta bien entrado el siglo XX, en que se comprendería la gran importancia del denominado lóbulo frontal para nuestra conducta propiamente humana.
Tras la muerte de Gage (1861) no se le realizó ninguna autopsia, pero la barra de hierro y su cráneo terminaron quedando depositados en el Museo Médico Warren, situado en la Facultad de Medicina de Harvard (Boston).No sería hasta 120 años después, cuando una neurocientífica llamada Hanna Damasio (esposa del célebre, y también neurocientífico, Antonio Damasio) procedió a estudiar con detenimiento el tipo de trayectoria y la lesión consiguiente que produjo la barra de hierro al atravesar el cráneo de Gage. Así, pudo establecer que la barra penetró por la mejilla izquierda, abriéndose camino por la parte más frontal del cerebro y destruyendo a su paso la superficie más interna y central (ventromedial) del lóbulo frontal izquierdo y parcialmente del derecho.
Reconstrucción Infográfica del Accidente
H. Damasio aprovechó los avances en las técnicas de computación y neuroimagen, para poder reconstruir tridimensionalmente la lesión cerebral de Gage. Pudo concluir que un siglo antes el fisiólogo David Ferrer ya estaba en lo cierto, siendo correcta su hipótesis sobre el caso. La lesión había afectado a las cortezas prefrontales interiores de ambos hemisferios, estas zonas cerebrales -hoy se sabe con certeza- son responsables del correcto funcionamiento de nuestros procesos de toma de decisiones, planificación del futuro y autocontrol emocional, algo que Gage pareció perder cuando se le dañó esta parte de su cerebro, y con ello, la capacidad para controlar su propia vida.Como curiosidad final, sobre este caso histórico para la neurociencia, añadir que recientemente una pareja de fotógrafos de Massachusetts ha descubierto en su casa un daguerrotipo con ¡la única imagen conocida de Phineas Gage!. Los fotógrafos habían guardado la foto en su casa durante 30 años suponiendo que era la foto de...¡un ballenero con su arpón!
En la actualidad, ya no les queda ninguna duda de que dicha imagen pertenece al mismísimo Phineas Gage y cuya mano no estaría sujetando ningún arpón sino la auténtica barra de acero que le destrozó parte de su lóbulo frontal.
Foto del auténtico de Phineas Gage tras su accidente
Esto se pudo confirmar tras la visita que la pareja realizó a la Escuela Médica de Harvard donde donde se conserva "un molde" del posible rostro que tendría Gage. Allí pudieron constatar, para su asombro, como parecía existir una plena coincidencia entre la fisionomía que muestra la foto y la del mencionado molde. Incluso, la barra de metal con la que Gage aparece posando, también coincide con la que se conserva en dicho museo.
Reconstrucción del rostro de Gage
Tras comparar las imágenes, se puede apreciar cómo la reconstrucción del auténtico rostro que tendría Gage, no parece haberse alejado demasiado del original que se muestra en la foto hallada recientemente.
Para terminar, el lector interesado en profundizar en este acontecimiento, tan dramático como relevante para la historia de la neurociencia, puede consultar algunos capítulos del siempre recomendable libro El Error de Descartes de Antonio Damasio, que está publicado en varias editoriales (ver las distintas portadas más abajo). Los capítulos a los que me refiero son los titulados "Desazón en Vermont" (Capítulo 1º) y "El Cerebro de Gage Revelado" (Capítulo 2º).
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