Revista Opinión

Dar algo

Publicado el 04 febrero 2012 por Franky
DAR ALGO Últimamente nuestras calles se han llenado de pedigüeños. Es posible que las circunstancias actuales de la crisis hayan incrementado el número. Pedigüeños ha habido siempre, de tal manera que la literatura está llena de novelas, cuentos y anécdotas del pordioseo y la mendicidad. La novela picaresca fue un soporte simbólico de la mendicidad. Los mendigos son personas que viven de la limosna y suelen pedir unas monedas, un cigarrillo, un café, un bocadillo; cualquier cosa. El origen de la mendicidad, en algunos casos, parece connatural a algunas personas inoperantes, pobres, sin sugerencias, sin ideas, sin suerte…A veces es fruto de la injusticia.

En otros casos, depende de algún defecto físico, que imposibilita a algunas personas poder trabajar y necesitan apoyo social para subsistir. Es explicable en ancianos sin subsidio y en personas tullidas, pero actualmente es frecuente también en personas en paro. Hay familias que se ven obligadas a pedir por no poder saldar las hipotecas, los alquileres, los recibos de la luz, la comida y otras necesidades perentorias. Estas personas sienten vergüenza para pedir, y acuden a Cáritas o a otras organizaciones benéficas. Son los que lo pasan peor. No están acostumbrados a eso. A veces acuden a algún familiar o amigo, buscando la discreción y ocultando la vergüenza de pedir.

Hay pedigüeños habituales que piden para no trabajar o mantener sus vicios. Son sablistas, expertos en estas lides y han hecho de su hábito un género de vida. Conocen muy bien el oficio y tienen ojos de lince para elegir a sus víctimas. El pedigüeño callejero es otra cosa. Abunda en las puertas de las iglesias, en los bares y locales públicos, en los pórticos de los grandes almacenes, en cualquier lugar. Piden dinero o lo que se pueda convertir en dinero. Cuentan continuamente lo que recaudan para cambiar de sitio y continuar con el negocio.

Pero hay personas que te buscan para solicitar otro tipo de ayuda. Quieren algún favor que tú le puedes hacer. Quizás sólo esperan que le oigas, que le des algo que vale más que el dinero; tu tiempo. Puede incluso ser un rico aburrido que te pide conversación; o un triste que necesita consuelo; o un débil que busca seguridad; o un luchador que necesita ayuda moral. Algunos utilizan el teléfono y a veces son inoportunos. Pero no deberíamos impacientarnos, aunque sólo puedas dar un poco de esperanza.

Dicen que más recibe el que da que el que pide. Sería una lástima desaprovechar la oportunidad. Deberíamos tener presente la ley escondida que ha repartido las excelencias, las facultades y los bienes. Te ha otorgado el privilegio de los privilegios, el bien de los bienes, la prerrogativa de las prerrogativas. Tú puedes dar algo: un saludo, un apretón de manos, una sonrisa, un beso, una palabra de aliento… Otros sólo pueden pedir. A veces la pobreza entraña un don, una riqueza.

JUAN LEIVA



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