Revista Diario
Hoy termino mi personal y particular aportación a la Semana Mundial de la Lactancia Materna. Seguiré escribiendo sobre este tema que tanto ha cambiado mi vida, pero estos días he querido concentrar varias entradas seguidas hablando de varios aspectos relacionados con dar el pecho a mis hijos. Es curioso que un tema que debería ser de lo más natural y normal del mundo, se haya convertido en los últimos tiempos en una cuestión de debates, más o menos, encendidos. Debates que creo que no llevarán a ninguna conclusión definitiva ni contundente porque, al fin y al cabo, la decisión última está en manos de una mujer que es madre. Digo todo esto porque me sorprende haber recibido algún que otro comentario dentro y fuera del mundo virtual que no me han gustado. Nunca he entrado en el debate de si es mejor pecho que biberón, entre otras cosas porque me importa bien poco. Al contrario, cuando alguna madre de las que conozco ha decidido darle biberón a su pequeño, no me he metido en su vida ni le he cuestionado su decisión, sino que la he ayudado a no sentirse culpable por no darle el pecho a su hijo y la he animado a defender su decisión a pies juntillas. En mi vida tengo una premisa básica, cuando decido algo, lo apoyo a pies juntillas y no me planteo si el camino que dejé hubiera sido mejor o peor. No gano nada con ello, porque no hay marcha atrás. Decidí dar el pecho, sufrí, lloré, me aislé del mundo, y al final se convirtió en la experiencia más maravillosa de mi vida. Y como desde el primer momento tomé esta opción, la defiendo y grito a los cuatro vientos sus muchos beneficios que han llevado a borrar toda la angustia e incomprensión de los primeros momentos. Lo he dicho muchas veces, haría lo mismo si hubiera elegido dar el biberón a mis hijos, gritaría también a los cuatro vientos todo lo bueno que tiene. Pero resulta que he escogido la lactancia materna. La vida no se resume en una balanza de pagos, o como se llame. No se basa en tanto beneficio, tanto perjuicio. La vida no se puede contabilizar como en un resumen anual de una empresa. No tengo la menor idea de lo que beben mis enanos cuando se enganchan a mi pecho, pero he descubierto que les hace felices, sanos, fuertes, contentos, tranquilos... y un largo etcétera de valores positivos que no puedo ni pretendo demostrar científicamente pero que, como madre, me siento orgullosa de ver que les he podido dar todo eso con un simple gesto. La leche materna no es la panacea de nada. No es un brebaje mágico creado por algún Harry Potter iluminado. No hace a los niños super hombres ni super mujeres. Pero es una opción más, una actitud ante la vida y la crianza de mis hijos. Es una de las maneras que yo he escogido para darles todo el amor que esté en mis manos darles. Del mismo modo que no les doy un beso porque sea terapéutico, ni me río con ellos porque piense que eso les relaja, les doy el pecho porque les quiero. Por eso doy el pecho, por eso defiendo la lactancia materna. Porque para mí ha sido una manera preciosa de amar a mis hijos. Cuando dejen el pecho ¿los dejaré de amar? Pues claro que no. Los querré de otras maneras. Mi hijo mayor hace tiempo que se destetó el solito y los espachurramientos, besitos y "mamá cógeme" son constantes. El amor se muestra de muchas e infinitas maneras. Y, para mí, la lactancia materna es una forma de amar. Así lo veo yo.