Revista Educación
Hoy está siendo uno de esos día que justifican las teorías como por ejemplo, la ley de murphy..primer día de cole de Pablo y Magdalena en su tercer día consecutivo de fiebre alta y descontrolada sin presentar síntomas claros de ninguna patología.
No creo en la ley de Murphy pero si creo en cambio en que nosotros creamos nuestra propia realidad. A pesar de esa capacidad, la vida también nos propone días complicados que nos ponen a prueba y depende de nosotros vivirlos con actitud victimista o con la actitud "coger al toro por los cuernos".
Me ha sucedido algo que me ha llevado a reflexionar sobre un tema que enlaza con información del libro.
Soy una conductora malilla, por falta de experiencia y sobretodo,por falta de seguridad en mi misma (es algo que se que tengo que trabajar). La cuestión es que hoy he salido un momento dejando a la pequeña con Pablo para ir a comprar manzanas y le he hecho unas rallitas a un coche que había aparcado. La primera sensación ha sido física: calor interno, palpitaciones. El primer pensamiento: Seguro que no se nota, aquí no ha pasado nada. En verdad no era una ralla muy grande pero se veía clarísimamente. Cuando llevaba unos minutos en el super todavía con el corazón a mil, mi conciencia me he dicho: ¿Qué haces niña? Da la cara. Le he pedido un boli a la cajera y le he dejado una nota en el parabrisas.
De vuelta a casa me he acordado de la situación que estoy viviendo actualmente con la avería de mi portatil, el cual presté al grupo scout al que pertenezco y la persona que se hizo responsable del mismo lo devolvió sin mencionar que le había caído líquido por una negligencia. La tontería ha supuesto un presupuesto de 593 euros de reparación ( a fecha de hoy, un mes después, todavía no está claro quien se hará cargo).
¿A dónde quiero llegar? Esa persona a la que hasta el día de hoy he juzgado duramente como irresponsable e inmadura, tuvo una reacción similar a la mía. Lo que pasa que si se arrepintió del primer impulso de esconder el hecho (un accidente sin querer), pues yo no lo se.
¿Por qué personas adultas, responsables y en general buena gente, podemos llegar a esconder un error importante que perjudica seriamente a otra persona?
Uniendo lo que he ido leyendo y esta experiencia de hoy diría que hay una alta probabilidad de que sea por miedo. Ese miedo que nos entraba de pequeños cuando nuestros padres no tenían en cuenta que "había sido sin querer". Si hacemos algo sin querer y nos cae la bronca del siglo nos sentiremos injustamente tratados, no comprendidos, no queridos. ¿Y a qué nos lleva esto? A mentir la siguiente vez y la siguiente... porque quizás prefiramos la bronca de la mentira (mas justificada) que la del accidente sin querer (nos hunde más).
Posiblemente con estas experiencias infantiles llegamos a la edad adulta con la convicción (equivocada, ya que parte de una experiencia de la infancia) de que si damos la cara, nos montarán un pollo. Todo esto diría yo que de una manera inconsciente.
Lo que nos impide cuando somos padres actuar justamente cuando nuestros hijos cometen un error con consecuencias (roturas, perdidas...etc) son esos pensamientos automáticos que aparecen para justificarnos a nosotros mismos que la bronca es merecida. Y así ayudamos a trasmitir el miedo a dar la cara y ser responsable de generación en generación.
Mi hijo Pablo suele mentir, debo averiguar el porque tiene necesidad de mentir. Descubriré probablemente que porque no confía en mi capacidad de comprensión y aceptación. Debo profundizar en este tema ya!
...y ya tumbada en el sofa descubro que un día difícil me ha enseñado grandes lecciones (no juzgar, me puede pasar a mi) y pone nuevos retos en la libreta (recuperar la confianza de mi hijo)
Poca broma!