"Después de esto saldremos siendo mejores personas", decían. "Esto nos ayudará a darnos cuenta de muchas cosas", afirmaban. Mentira. La pandemia no está siendo un curso de yoga, amigos, ni la sociedad está mejorando sus malas mañas. Yo, de hecho, me he vuelto peor persona. No es que el Pablo pre2020 fuese una joyita, pero tenía aún la intención de mejorar aspectos de su forma de ser altamente dañinos para su entorno. Ahora todo ha cambiado. Todos mis males, mis miedos, se han exacerbado, y lo que antes era un malhumor leve y discontinuo, ahora es un sempiterno cabreo con el mundo, la galaxia y conmigo mismo. Me he convertido en un verdadero juez implacable de mis lógicas legales, y mascullo cada vez que alguien se salta las normas, no cumple lo establecido. Insulto, grito, doy algún puñetazo al aire (no soy tan imbécil como para hacerme daño físico. Aún). Si no haces lo que creo que debes hacer, eres mi enemigo. Ese es el Pablo de 2021.
Por eso, quiero darle la vuelta a la tortilla (siempre con cebolla). Y en vez de proferir insultos, quiero dar las gracias. Gracias a los que en Navidades hicieron caso de las advertencias, que se quedaron en casa y que no pusieron en peligro a los demás miembros de la familia. Gracias a los que llevan la mascarilla por encima de la nariz, y no en la garganta. A los que esperan pacientemente en una cola, guardando el espacio de seguridad, sin ponerse nerviosos y alzar la voz para que la fila vaya más deprisa. Gracias a los que no viajaron a otras comunidades, sabiendo que podían ser transmisores del virus. Gracias a los que se quedaron sin reuniones multitudinarias y brindaron por Zoom, deseando que el año que el 2021 sea bien diferente. Gracias a los que sacrificaron algo importante por el bien de algo mucho más importante.
A los que se lo pasaron todo por el forro de los cojones, porque sus familias y sus festividades son más importantes que las del resto, no les dedico ya palabras. Solo los miro con recelo y condescendencia. Gracias a muchos de ellos tenemos la sociedad individualista que tenemos.
¿Quieren saber cuál ha sido mi receta para bajar mi enfado con la tierra y mi ira con el mundo? La empatía, la paciencia y el alcohol en dosis adecuadas. ¡Ah! Y el bizcochón de zanahoria. Les dejo la receta. Pero solo para los que estuvieron a la altura en esta pandemia.
Ingredientes:- 250 g de zanahorias crudas (ya peladas y ralladas).
- 200 g de harina.
- 7 g de levadura en polvo o polvo de hornear
- 125 ml de aceite de oliva (sabe más fuerte, pero yo no soporto el de girasol, pero lo pueden usar)
- 4 huevos.
- 200 g de azúcar.
Pelen y rallen las zanahorias. Batan con el aceite. Agréguenle el resto de los ingredientes (no se olviden de tamizar la harina y la levadura). Lo revuelven bien. Pueden añadirle trocitos de nuez. Al horno 30 minutos entre 180 grados y 200, dependiendo de la caña de su aparato. Y eso les ayuda a ser más felices, a rebajar su grado de cascarrabianismo y a tener, aunque sea en un porcentaje muy chiquito, confianza en las sociedades actuales.