Revista Diario
Que bien se la da al ser humano el acto de dar por hecho. Doy por hecho que me merezco esto o me merezco lo otro, que necesito aquello o mira que bien le va a Fulanito o a Menganito, que vida tan envidiable y perfecta llevan. Seguro que a quien más o a quien menos nos ha pasado más de una vez.
Nos fijamos en la vida de los demás, de lo que se rodean, o del tipo de vida que llevan y damos por hecho circunstancias que probablemente ni se acercan remotamente a su realidad. Prejuzgamos. Pero nosotros no estamos ahí, no convivimos con ellos, ni sabemos que batalla les toca librar.
Todo esto lo viví más intensamente durante nuestro proceso de adopción. Aunque no era ningún secreto, tampoco nos dedicamos a hacerlo público a diestro y siniestro, lo sabían las personas que debían saberlo y en el momento que nosotros consideramos que era el correcto. Así que muchas de las personas que nos rodeaban en nuestro día a día, sin ser familiares o amigos muy estrechos, no lo sabían. ¿Y que veían? Una pareja joven, con trabajos estables, que se iban de vacaciones una vez al año y que en ocasiones se pegaban algún capricho gastronómico. Entonces... que fácil juzgar ¿verdad? De vez en cuando, algún comentario del estilo, "que bien vivís", "vaya cómo os lo montáis", "claro como vosotros no tenéis hijos". Y sí, vivíamos bien, eramos felices, pero también librábamos nuestra propia batalla: ser padres.
La adopción no es un camino para débiles, es una carrera ardua, con miles de obstáculos que sortear en el trayecto y que en el caso de un matrimonio, tenéis que sortear a la vez. Si uno se cae, siempre está el otro para tenderte la mano. Conlleva una contienda con tu propio ser, desnuda tu alma para aligerar aquellas cargas que sobran: la impaciencia, la frustración, la impotencia, la necesidad de control, y te deja con lo necesario para afrontar el camino de la mejor manera posible. Es una lección inmensa, y una vez la pasas, te das cuenta que ha sido un privilegio haber pasado por ella, porque tu nuevo yo, es una versión mucho más mejorada de lo que era cuando la comenzaste.
Y es ahí, en medio de esa catarsis interior cuando esos comentarios externos llegan, prejuzgan y dan por hecho que tu vida es perfecta, o qué estás haciendo que se te va a pasar el arroz, te preguntan que los niños para cuando, si es que no los quieres. Se habla a la ligera, la mayoría de las veces, seguro que no es malintencionado, pero pecamos de descarados, y la discreción brilla por su ausencia.
En un país donde el ranking de los programas más vistos, precisamente lo encabezan los shows de cotilleos, donde se expone sin ningún tipo de escrúpulos la vida de otras personas, se les juzga, se les critica y se dicta sentencia, ¿cómo no vamos a hacer lo mismo con los de nuestro alrededor? Creemos que tenemos todo el derecho a saber y opinar sobre las personas que nos rodean, y que esas personas encima, valoren su intimidad, resulta extraño. Se nos olvida que no tenemos por qué dar explicaciones de nuestros actos, que cada uno puede establecer los límites que considere necesarios.
Pero esta lección, cuando eres madre de corazón, te viene como anillo al dedo. Siempre digo que las cosas no suceden porque sí, que la vida te va preparando para el siguiente trayecto. Y el saber afrontar estos comentarios, poner los límites adecuados a su debido tiempo, es un aprendizaje que ahora, más que nunca, es cuando lo tienes que poner en práctica. Porque para bien o para mal las miradas están ahí, las preguntas indiscretas siguen apareciendo. Un matrimonio blanco y un bebé negro, aún llaman la atención en nuestra sociedad. Y se creen con el derecho a preguntarte, da igual si el niño está delante o no, te cuestionaran: de dónde es, cuánto tiempo os llevo, cómo o con quién vivía antes, incluso, cuánto te costó (monetariamente hablando). Así, sin más, se quedan tan panchos, mirándote fijamente, esperando sus respuestas. Y ahí es cuando tus límites y tu aprendizaje previo sale a flote. No tienes porque darle explicaciones a nadie, tu vida y tus experiencias son tuyas, y solo tú decides cuándo, cómo, a quién y hasta dónde cuentas. Y si en algún momento tienes que dar media vuelta y dejar a alguien con la palabra en la boca, hazlo.
Buen fin de semana, os espero el próximo viernes.