Apenas uso el blog para tratar problemas laborales, pero creo que esta ocasión lo requiere. Entre otras cosas, debería decirse de forma más clara que el sector editorial funciona como muchos otros sectores empresariales de Españñña: mediante la trampa, el secretismo, la diferencia de poder y el desprecio basado en la riqueza.
El año pasado, la editorial hispanomexicana Vaso Roto me propuso traducir una novela de Georges Rodenbach, Bruges-la-morte. Poco después de que entregase el texto, el editor que me lo había encargado abandonó la empresa y todos los proyectos quedaron en manos de la propietaria de la editorial (en lo sucesivo: La Propietaria).
Tras estos cambios de estructura, decidí informarme sobre mi traducción y saber si seguían con la intención de publicarla. Ante estas preguntas, La Propietaria me escribió de un modo bastante despectivo y me dijo que había sido necesaria una corrección de mi trabajo, ya que el texto tenía "errores importantes", aunque no me indicó ninguno. Poco después pedí que se me enviaran las revisiones y/o las pruebas para conocer esos errores y los cambios introducidos: La Propietaria me respondió, de manera aún más despectiva, que la obra ya estaba en imprenta y que, por supuesto, se reservaban el derecho a corregir la traducción como quisieran.
Acabo de recibir la obra publicada y he observado con rapidez que hay un error: se dice que la traducción es "de Fruela Fernández". No sé de quién será, pero, desde luego, no es de Fruela Fernández. La he cotejado con mi archivo y, como era de esperar, el texto es por completo distinto. Es posible que hubiese errores, no lo descarto: es raro que en una traducción no haya algo confuso o mejorable. El problema es muy distinto: la persona que ha corregido o revisado la traducción ha alterado el orden de palabras, ha omitido detalles, ha elegido sinónimos, ha cambiado frases... Asimismo se han añadido algunas notas que no siempre son necesarias y que, en ciertas ocasiones, bordean lo incomprensible: por ejemplo, se añade un "Sic." a la expresión "calles atrofiadas", como si esa relación entre palabras pudiera ser un error. El estilo del narrador, sus giros lingüísticos se convierten, ante los ojos de quien ha revisado el texto, en un error, un lapsus...
Tantos y tan innecesarios han sido los cambios que no sólo se ha alterado mi trabajo, sino que se ha limado, aplanado y modernizado el texto de Rodenbach: su jerga de época, su sintaxis antigua, todo el "sabor" de esa lengua en ese tiempo concreto... De este modo, la narración ha perdido muchos matices de tiempo, de lugar. Lo que se ha publicado ahora es otra obra, que no es la de Rodenbach, en una traducción que, a estas alturas, no es la mía.
Sólo puedo recomendar que leáis esta novela decadente y fetichista, pero que lo hagáis en la edición original francesa o, llegado el caso, en la traducción de alguien que no sea este "Fruela Fernández" que no es Fruela Fernández.