«Sin capacidad de olvido no puede haber ninguna felicidad, ninguna jovialidad, ninguna esperanza, ningún orgullo, ningún presente. El hombre en el que ese aparato de inhibición se halla deteriorado y deja de funcionar es comparable a un dispéptico (y no solo comparable), ese hombre no digiere íntegramente nada…[1]
El libro Donde habite el olvido (1932 – 1933) es la quinta parte del poemario La realidad y el deseo, poesía completa de Luis Cernuda (Sevilla 1902-Ciudad de México 1963). Nos hallamos, ante un libro marcado por la experiencia personal, donde el amor lleva a la muerte, a donde ella está pálida y complaciente y solo queda el recuerdo de un olvido que nos hacen reflexionar en medio de confesiones[2] que, finalmente, nos empujan a recorrer las huellas que dejamos.
Cernuda escribió este libro como expresión de sus sentimientos de desengaño, tras la ruptura con Serafín F. Ferro[3] un joven gallego que nacido en el popular barrio de Monelos, fue amante del escritor gallego Eduardo Blanco Amor; llegó a Madrid, siendo actor hasta que conoció a Federico García Lorca; éste lo presentó en marzo de 1931 a Luis Cernuda y se enamoraron; este romance duró hasta la primavera de 1932; Cernuda le dedicó sus libros Donde habite el olvido y Los placeres prohibidos (1934)[4].
Desde que nacemos, tenemos el temor de estar solos, nuestro inconsciente sabe que es difícil satisfacer nuestras necesidades humanas sin relacionarnos con los demás, además, somos seres sociales por naturaleza y, puesto que la poesía crea un mundo poético especial expresado con palabras de lenguaje natural, los poemas de Cernuda en medio del simbolismo, el lenguaje figurativo, así como las metáforas y las vínculos sugestivos en cada estrofa, nos hacen explorar estados de sentimientos fuertes que dan un sentido de diálogo con uno mismo.
Uno de los fragmentos que más me llamó la atención en torno a todo el poemario fue:
«Como los erizos, ya sabéis, los hombres
un día sintieron frío. Y quisieron compartirlo.
Entonces inventaron el amor. El resultado
fue, ya sabéis, como en los erizos».[5]
Pienso que este fragmento con que inicia el libro, nos dice todo lo que viene en él, ya que en el poema «Donde habite el olvido» el poeta percibe el mundo desde la soledad y la memoria frente al desamparo en medio del paso despiadado del tiempo, donde el lenguaje poético, el sentido y el juego de las palabras que el autor utiliza, nos permiten abrir posibilidades de entender lo que quiere comunicar, dejándonos descubrir el significado de su poesía, ya que el orden de los elementos que conforman el discurso de sus poemas resuelve la búsqueda de la existencia en medio del olvido en sí mismo.
En el poemario «Donde habite el olvido» el motivo conductor es la muerte, el paso del tiempo, el olvido, el deseo que surgen como ambición «quiero la muerte entre mis manos». «voy a morir de un deseo»[6] en medio de un paisaje que deja de ser sentimental que permite que el poeta se centre en una especie de soliloquio en el que extrae ese afán de recordar, ya que solo lo que olvidamos es lo que en realidad nos pertenece porque el recuerdo no está sometido a un querer recordarlo y, el autor de estos poemas lo reconoce: «No quiero recordar». «No quiero, triste espíritu, volver».[7]
Cernuda primero necesita del recuerdo para habitar en el olvido y es ahí cuando su poema se convierte en un «donde», siendo esta palabra la más usada sin hallar un final, sin tener dónde habitar. Aunque a simple vista, el autor habita en un paisaje que confluye con la belleza de la poesía en medio de expresiones sonoras y sensoriales con el uso de: jardines, estrellas, cielo, tierra, mar, siendo elementos recurrentes, nos hacen habitar en la palabra misma del poeta.
El yo poético del autor se une a la naturaleza como un arraigamiento que permite enfrentarse consigo mismo, en el poema «Quiero con afán soñoliento» habitamos en el tacto sutil del golpe del viento, en la sugerencia de «gozar la muerte más leve entre bosques y mares de escarcha».[8] Este paisaje encierra una comunicación afectiva entre el poeta y la tierra, el lugar que habita, que lo humaniza y lo encierra en una región de ausencias «sin despertar, sin acordarme» que miran inmóvil al olvido que se niega a morir y, al mismo tiempo, tiene ese afán por saborear la muerte «quiero beber…», «quiero sentir…», y hacer que ese deseo se vuelva casi físico «mientras siento las venas que se enfrían (…) porque la frialdad tan solo me consuela» dando lugar a esa corporeidad del lenguaje en donde la muerte busca la totalidad y la conquista.[9]
En el poema VI «El mar es un olvido» funciona muy bien la metáfora frente al desarrollo del poema, es un poema que tiene como tema la muerte y, simbólicamente, es el mar[10] quien aparece entre esta relación de olvido y respuesta al mismo tiempo, donde «sus aguas son plumas», es la muerte la que nos eleva y nos levanta a las estrellas a través del propio afán de partir de la tierra, así como aparecen los recuerdos. Las cualidades humanas que da el autor al mar: un amante, un olvido, nos ayudan a comprender una idea más cercana a la muerte, donde ya ahí es que olvidamos.
Terry Eagleton en su libro Cómo leer un poema nos dice: «Un poema es una declaración moral, verbalmente inventiva y ficcional en la que es el autor, y no el impresor quien decide dónde terminan los versos».[11] Este fragmento de Eagleton me hace pensar en la poesía de Cernuda en el libro Donde habite el olvido, en su poema VII «Adolescente fui en días idénticos a nubes» el poema surge como un acontecimiento, es decir, en medida en que los acontecimientos aparecen en nosotros, llegan para producir efectos.
«El acontecimiento emerge como un estallido diferencial de fuerzas, manifestándose en un estado de cosas».[12] Cernuda en su poema VII me remite a ese estado de cosas que redefine el presente y el pasado y que, se resignifican a partir de su escritura como una encarnación material, es decir, el autor establece una línea de fuga a través de la palabra.
Cernuda empieza su poema con la nostalgia de la adolescencia recordándola como una época de plenitud que va asociada al placer. No es solo un recuerdo donde se lamenta haber perdido la inocencia de la juventud, sino que, ese acontecimiento del pasado le da un sentido a su existencia, es por ello que la moral de la que habla Eagleton donde dice:
«Moral», en su acepción tradicional, contrasta no con «inmoral», sino con términos como «históricos», «científico», «esotérico», o «filosófico». No se refiere a un ámbito bien diferenciado de la experiencia humana, sino al conjunto de esa experiencia (…) entonces, los poemas son declaraciones morales, no porque emitan un juicio de valor sino porque tratan de valores humanos»[13]
Esta definición le da importancia a una lectura poética moralista que, a través del recuerdo, nos muestra a una persona libremente aceptada y vivida, escapando del complejo de culpa a través de la escritura, donde el poeta pone en mayor escala al deseo y a la conciencia de informar lo que debe de decir antes que la muerte aceptara su anhelo.
El acontecimiento habita entre el poeta y la voz poética, como un juego entre mundo y sentido sin identificarse en ninguno de ellos, es decir, su escritura es su esencial diferenciación: «Adolescente fui… y extraño es si ese recuerdo busco…aquel fui…aquel he sido…fui niño prisionero…».[14] A través de la corporeidad de ese adolescente en la escritura, el cuerpo se vuelve inacabado; pienso que sigue siendo «prisionero entre muros cambiantes» porque así lo ha dejado escrito.
Los verbos en pasado que marcan el poema «Yo fui» nos dan la idea del paso del tiempo, donde lo que deseaba pudo ser real hasta el instante en el que cae en el mundo de lo insatisfecho, es decir, empieza su vida madura. Las metáforas surrealistas que usa en el poema tienen la calidez de la juventud «columna ardiente, luna de primavera, mar dorado, ojos grandes».[15] El «yo fui» y «he sido» son sinónimos de que no volverá a sentir lo que ha sentido una vez, ya que eso solo lo alude a la adolescencia, inmediatamente, cae en el olvido; esa oscuridad se despeja y de nuevo habita la memoria.
En el poema XI, habita la nostalgia, nuevamente, el poeta le da corporeidad a algo, esta vez al amor y eso es lo que le permite volver al recuerdo, lo convierte en algo casi tangible: «No quiero recordar un instante feliz entre tormentos».[16] Aunque existe un deseo de aceptar la muerte, se puede decir que es por el mismo afán de mantener la nostalgia que vuelve con pasión sobre el amor que ha pasado. «Olvidar un olvido» es mantener viva la memoria.
Buscarse a sí mismo parte de un olvidarse, no solo del lugar en que se habita, sino de sus propios pensamientos. «Bajo el anochecer inmenso/ bajo la lluvia desatada, iba/como un ángel que arrojan de aquel edén nativo»[17] En este poema aparece la lluvia como un fuerte símbolo de ruina que tiene como fuerza mostrar el valor de existir.
Es un poema narrado en tercera persona que surge como una visión generalizada en medio de la sensación del abandono de sí mismo. El poema tiene un tono casi lastimero que se enfoca, desde el comienzo, en lo que el hombre apalea a través de la experiencia del amor. «Lo que en la luz fue impulso, las alas/ antes el candor erguido/ a la espalda pesaban sordamente» estas líneas nos hacen reflexionar sobre el pérdida de inocencia.
Una vez más estamos en la palabra sombría donde la persona está condenada a un vacío. Según Platón,[18] el alma, antes del nacimiento, se conocía con el mundo de las ideas; el mundo sensible no es más que una copia del mundo de las ideas, una apariencia. En el poema de Cernuda la referencia al Edén, no tiene un significado cristiano, sino más bien pagano, que tiene un claro eco platónico: «vasta estela de luto sin retorno» evoca una imagen sorprendente de la muerte y la decadencia. Todo lo que sigue es el seguir la pista después de la muerte sin escapar ni volver a la esfera divina y habitar en un mundo vacío y caído.
«Mi arcángel» es un poema que lleva título propio, y resulta interesante relacionar el nombre de este poema con el de su amado Serafín F. Ferro. Cernuda dialoga con el ser amado, donde la presencia de este ya no es necesaria porque la lleva en el alma como un recuerdo que habita en su vida misma. «tú fluyes en mis venas/respiras en mis labios/te siento en mi dolor/bien vivo estás en mí…»[19] y luego, precisa un aislamiento y reconoce que no tiene ese cuerpo que deseaba y se hunde en la soledad: «vuelto en el lecho, como un niño sin nadie frente al muro/contra mi cuerpo creo».
Finalmente, este libro: Donde habite el olvido, presenta un deseo de abandono a la propia naturaleza de la memoria, donde el poeta razona lo triste de recordar, de retroceder a los pensamientos y sentimientos lejanos, donde la nostalgia es poderosa y lo arrastra. La cuestión de la memoria y el olvido adquiere relevancia en este poemario y se inserta dentro de un problema general sobre el sentimiento, la culpa y la toma de conciencia frente a la moral.
El olvido funciona como una condición esencial en la vida y abre un espacio que se caracteriza por la ausencia y Luis Cernuda presenta esas huellas que interfieren entre la palabra y el sentido siendo remodeladora la fuerza poética en medio del dolor. «Para que algo permanezca en la memoria se lo graba a fuego; solo lo que no cesa de doler permanece en la memoria».[20] Es el dolor el que constituye el surgimiento de la memoria, es por ello que considero que este libro de Cernuda marca una serie de preceptos que consiguen regular la conducta y los afectos del hombre donde el dolor es el componente que liga la memoria con el olvido, con el cuerpo, con la culpa, con la impotencia. Ambos términos: «memoria» y «olvido» se presentan como elementos opuestos, mientras que el primero enferma el cuerpo, el segundo le devuelve la salud.[21]
[1] Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral. Trad. Andrés Sánchez Pascual. Madrid, Alianza, 1975 pág. 23. Tomado de: http://cort.as/-Jnjt
[2] Centro virtual Cervantes, Donde habita el recuerdo: memoria de Luis Cernuda. Instituto Cervantes (España), 2002-2019. Tomado de https://cvc.cervantes.es/actcult/cernuda/biografia.htm
[3] Oviedo, 7 mar (EFE).- «Vida de Serafín», el alevín de la generación del 27″ que «robó» el corazón» e «inspiró» a Luis Cernuda, es el tema de portada del número 79 de la revista literaria ´Clarín. 9 de septiembre de 2015. Tomado de: https://www.elconfidencial.com/cultura/2009-03-07/tavarillo-analiza-en-clarin-la-relacion-entre-cernuda-y-serafin-f-ferro_1007490/
[4] Romero, Santiago. Los placeres. La opinión de Coruña. Tomado de:
https://www.laopinioncoruna.es/estaticos/domingo/20071209/domingo.html
[5] Cernuda Luis, La realidad y el deseo. «Donde habite el olvido» pág. 90
[6] Cernuda Luis, La realidad y el deseo. «Quiero con afán soñoliento» pág. 96
[7] Ibidem, XI pág. 102
[8] Ibidem, pág. 96
[9] Tierra nueva II, enero-diciembre de 1941 – III, enero–diciembre de 1942, pág. 95-96. Tomado de: http://cort.as/-Jmgn
[10] Begoña, Avendaño. El símbolo en La realidad y el deseo de Luis Cernuda: el aire, el agua, el muro y el acorde como génesis literaria. Edition-Reinberger, Kassel, 1994. Tomado de: http://cort.as/-Jngm
[11] Eagleton, Terry. Cómo leer un poema. Madrid: Blackwell Publishing. Ltda. Oxford. 2007, pág. 37
[12] Zizek, S. Acontecimiento. Madrid: Editorial Sexto Piso. (2014), pág. 23-24.
[13] Eagleton, Terry. Cómo leer un poema. Madrid: Blackwell Publishing. Ltda. Oxford. 2007, pág. 39
[14] Cernuda Luis, La realidad y el deseo. «Quiero con afán soñoliento» pág. 98
[15] Ibidem, pág. 95
[16] Ibidem, pág. 101
[17] Ibidem, Pág. 101
[18] Platón, La filosofía. Tomado de:
http://www.edu.xunta.gal/centros/iesterradesoneira/system/files/platon.pdf
[19] Cernuda Luis, La realidad y el deseo. «Mi Arcángel» pág. 104
[20] Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral. Trad. Andrés Sánchez Pascual. Madrid, Alianza, 1975, pág. 23.Tomado de: http://cort.as/-Jnjt
[21] Niemeyer, Christian. Diccionario Nietzsche. Conceptos, obras, influencias y lugares. Trad. Germán Cano. Madrid, Biblioteca Nueva, 2012, pág. 343. Tomado de: https://filoymas.files.wordpress.com/2015/04/christian-niemeyer-diccionario-nietzsche-conceptos-obras-influencias-y-lugares.pdf