Imagino que la bruja sabría qué hacer con unos hierbajos, una cruz y un candado. A mí me parecen objetos que podrían estar incluidos en algún tipo de conjuro mágico, pero mi opinión sirve de poco porque no soy una bruja. Tendríamos que preguntarle a una. Yo le preguntaría si puede hacer algo por mí, ya lo veis, tan simpático y tan egoísta el autor del blog. Evidentemente no me voy a hacer el interesado por ninguna otra cosa porque sonaría hipócrita. Yo soy como los que antiguamente preguntaban a los políticos “oiga… y ¿qué hay de lo mío?” Pues eso, brujita querida, ¿qué hay de lo mío?
A veces paso días horribles, envuelto en dolores tan incómodos como paralizantes. No son los dolores absurdamente altos que llegué a sentir en el hospital, aquellos que me hacían gritar y llorar como si el mundo terminase en ese momento, pero sí son dolores lo suficientemente bestias como para hacerme maldecir estar vivo.
Y no se calman con nada.
En el hospital, al menos, llamaba y me pinchaban un chute de morfina que me dejaba tranquilo y sin dolor, pero en casa solo tengo morfina en pastillas y la verdad es que no es lo mismo. A veces no me hace ningún efecto y el dolor sigue ahí, persistente y empeñado en recordarme que estoy muy enfermo y que un par de caramelitos de morfina no van a cambiar nada.
Por eso invoco a las brujas. Tal vez ellas sí sepan mezclar rabos de lagartija con uñas de rana y muérdago silvestre macerado en aceite de placenta de libélula con pieles de higos chumbos sin espinas. Ese potingue más un conjuro bien dicho en latín o en alemán y listo, ya no me duele. Si fuese tan sencillo…
Por supuesto que confío más en la medicina tradicional que en cualquier tipo de magia, pero llega un punto en que me dejaría manipular por cualquiera que me prometiese que el dolor se va a ir con la música a otra parte. Me asusta sentirme tan vulnerable y tan ciego, pero así es. Tengo a mi chica al lado y solo puedo tomarla de la mano para cargarme con su energía y empaparme de su aura y eso no es suficiente. Es lo que más me alivia pero es muy poco.
Finalmente los medicamentos actúan, me tomo otro caramelo de morfina y poco a poco va desapareciendo aunque nunca del todo. Solo en la cama, después de tomarte los somníferos y otro caramelito, se me va pasando de verdad hasta que me duermo y entonces paso unas horas tranquilo.
Por suerte esto no es así todos los días, solo algunos. Me temo que cada vez serán más, pero no soy quién para aventurar hipótesis. Solo soy el enfermo, el paciente, la víctima, el protagonista de un cuento de terror en el que parece que las fuerzas del mal son más numerosas y están mejor entrenadas que las fuerzas del bien. Aun así daremos guerra, como siempre digo y no nos rendiremos por nada del mundo porque amamos la vida y pese a quien pese queremos vivir.
Aunque tengamos menos balas y menos cañones.