Revista Cultura y Ocio

Darwin, moralista inepto

Por Daniel Vicente Carrillo


Darwin, moralista inepto
Darwin escribe:


With savages, the weak in body or mind are soon eliminated; and those that survive commonly exhibit a vigorous state of health. We civilized men, on the other hand, do our utmost to check the process of elimination. We build asylums for the imbecile, the maimed and the sick; we institute poor-laws; and our medical men exert their utmost skill to save the life of every one to the last moment. There is reason to believe that vaccination has preserved thousands, who from a weak constitution would formerly have succumbed to small-pox. Thus the weak members of civilized societies propagate their kind. No one who has attended to the breeding of domestic animals will doubt that this must be highly injurious to the race of man. It is surprising how soon a want of care, or care wrongly directed, leads to the degeneration of a domestic race; but excepting in the case of man himself, hardly anyone is so ignorant as to allow his worst animals to breed.
The aid which we feel impelled to give to the helpless is mainly an incidental result of the instinct of sympathy, which was originally acquired as part of the social instincts, but subsequently rendered, in the manner previously indicated, more tender and more widely diffused. Nor could we check our sympathy, even at the urging of hard reason, without deterioration in the noblest part of our nature. The surgeon may harden himself whilst performing an operation, for he knows that he is acting for the good of his patient; but if we were intentionally to neglect the weak and helpless, it could only be for a contingent benefit, with an overwhelming present evil.

Lo que me presto a traducir de la siguiente manera:

Entre los salvajes, los individuos física o mentalmente débiles son eliminados con presteza, mientras que los que sobreviven muestran por lo común una salud vigorosa. Nosotros, hombres civilizados, por nuestra parte, tenemos sumo cuidado en supervisar este proceso de eliminación. Construimos residencias para los imbéciles, los tullidos y los enfermos; instituimos leyes de beneficencia, y nuestros médicos emplean su habilidad en extremo para salvar la vida de todos hasta el último momento. Hay motivos para creer que la vacunación ha librado de la muerte a millares, quienes por su débil constitución habrían sucumbido a la viruela en otro tiempo. De este modo los miembros débiles de la sociedades civilizadas propagan su estirpe. Nadie que se haya ocupado en la crianza de animales domésticos dudará que algo así ha de ser altamente gravoso a la raza humana. Es sorprendente con qué rapidez una demanda de cuidados, o cuidados incorrectamente dirigidos, conduce a la degeneración de una raza doméstica. Mas, con la excepción del propio hombre, a duras penas hay alguien tan ignorante que permita la reproducción de sus peores animales.
La ayuda que nos sentimos inclinados a ofrecer a los indefensos es en lo fundamental un resultado secundario del instinto de simpatía, el cual nos fue dado originariamente como parte de nuestros instintos sociales, volviéndose a continuación, en la forma antes indicada, más amable y más extendido. No podríamos coartar nuestra simpatía, ni siquiera urgidos por poderosas razones, sin que la parte más noble de nuestra naturaleza se deteriorase con ello. El cirujano debe endurecerse mientras realiza una operación, pues sabe que obra así por el bien de su paciente. Pero si quisiéramos desatender a los débiles e indefensos, sólo obtendríamos un beneficio parcial con el resultado de un abrumador mal presente.

Esta cita bicéfala, donde se sostiene algo y su contrario, ha sido empleada tanto para mostrar el apoyo de Darwin a la eugenesia como para proveerse de un argumento de autoridad mediante el que se demuestra su rechazo. Lo cierto, sin embargo, es que en un viraje de escasas líneas de texto y tras referirse a la conocida tesis de la supervivencia de los más aptos, Darwin esboza una autoobjeción a las consecuencias morales más indeseables de su teoría, que sin lugar a dudas no se le escaparon ni fueron la elaboración interesada y posterior de algún siniestro sicofanta, como en muchas ocasiones se ha defendido. Que Darwin se viera en la obligación de estipular frente a la generalidad de sus asertos un matiz tan importante, y por cierto tan endeble, no hace más que confirmar los razonables vínculos entre el darwinismo y el socialdarwinismo, vistos y temidos por aquel que no en vano les dio nombre.
Llamo endeble a la respuesta que Darwin se ofrece a sí mismo porque toda apelación al sentimiento lo es, si alude al hombre. En la geometría de las pasiones humanas no hay una dirección invariable ni una corriente irresistible, propias de instintos automáticos e irreflexivos, sino el delicado equilibrio que corresponde a las razones entremezcladas por las que se determina cada juicio singular. Spinoza pudo escribir su Ética partiendo de este presupuesto y prescindiendo por completo de toda premisa experimental, pues la observación se emplea sólo como confirmación de sus deducciones. El filósofo judío, el cual como es sabido negaba la libertad humana, no negó con todo su racionalidad ni se amparó en causas abstractas y universales como la simpatía para determinar nuestro comportamiento. Supo encontrar según el caso una causa para determinado bien y otra para determinado mal, mientras que Darwin se conformó con exorcizar al mal apelando a un bien supuestamente irrenunciable, en tanto que innato y espontáneo. Ahora bien, la endeblez se hace todavía más patente si se observa que Darwin admite la posibilidad de que nos sustraigamos a las pulsiones empáticas, renunciando así a "la parte más noble de nuestra naturaleza". ¿Significa que a pesar de todo nuestra naturaleza no nos determina fatalmente, y que hay en ella una parte menos noble que Darwin olvidó mencionar?
En realidad, el autor de El origen del hombre, de donde la cita procede, no tiene una definición científica de lo simpático, sino que la toma prestada de su compatriota Adam Smith, y en particular de su obra sobre los sentimientos morales. Creyendo dotar a ésta de un respaldo biológico, no hace más que transferir a su propia formulación evolucionista un corolario antropológico errado (o excesivamente ambiguo) del que se sirve para salir al paso de las obvias dificultades morales que dicha formulación plantea. En efecto, no está probado que estas pulsiones empáticas funcionen siempre en la dirección de un acto compasivo, ni que se ciñan en exclusiva a la especie humana, ni que contemplen necesariamente a todos sus miembros y no sólo a aquella parte con la que nos identificamos de un modo estético o ideológico. Por tanto, no existe ningún freno científicamente demostrable, según el paradigma darwinista, que justifique la igualdad jurídica, las políticas asistenciales o la discriminación positiva. La civilización, en lugar de ser la arborescencia racional y paulatina de un proceso evolutivo inconsciente, sería su negación abrupta y su antítesis rotunda, en tanto que contrapeso espiritual de la animalidad que nos subyace.

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