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Darwin y su selección

Publicado el 06 julio 2014 por Gonzalolara

eugeneisa 2Un día perdí un libro de HG Wells que se titulaba algo así como Historia de la humanidad o Historia del hombre o algo más o menos así de modesto. Me dio mucho gusto que se me olvidara en una barrita de esas donde uno se apoya para escribir algo en los bancos. Por firmar un papel, puse el libro a un lado y ahí se quedó. Lo seguía leyendo por mera disciplina o inercia, porque ya me había fastidiado el discurso supremacista y racista que venía manejando. Salvajes, incivilizados, razas inferiores, pueblos necesitados de la guía de los pueblos refinados y conceptos similares desfilaban en esta pretendida historia universal. Era el HG Wells, quien según yo tenía un buen voto de confianza por ser el autor de alucines como La máquina del tiempo, la verdad, lo único que había leído de él, porque con el Hombre invisible nomás no pude. En fin, que el librito me había hartado, lo perdí y no lo lamenté para nada. Qué abismal diferencia si hubiera perdido Espejos, de Galeano, una modesta historia universal no universal, como lo reconoce el autor. Una historia desde la perspectiva de los que no aparecemos en los libros de la Historia.

Me encontré muy barato, por unos pocos pesos, El origen del hombre de Darwin y lo empecé a leer; con prejuicio y nariz arrugada, pero lo empecé. Prejuicio porque desde que descubrí que Darwin era un racista eugenista alineado en las filas del aparato “intelectual” del imperio británico-bancario-científico-imperialista, entendí que sus textos, base de una cuasi religión, el evolucionismo, en realidad son lo que afirma ——-, un instrumento que les sirvió a las sociedades científicas de la época para justificar el racismo del imperialismo decimonónico y la explotación de tres cuartas partes del mundo en beneficio de una docena de países, exfoliación de la que se siguen beneficiando hoy día.—— afirma que en El origen de las especies Darwin mismo reconoce no ser científico y se admira de que tantos científicos reconocidos acepten sus resultados, pues él no pertenecía entonces a esa elite. Plantea posibilidades biológicas sobre las bases de teóricos económicos como Maltus. Impulsa la idea “del más fuerte” como una consecuencia natural, es decir, lo que se conoce como occidente (Inglaterra, Francia, Alemania, Estados Unidos y otros pocos europeos) coloniza al resto del mundo porque es una ley natural, el más débil sucumbe ante la superioridad del otro, como el negro o el indio “salvaje” ante el blanco “civilizado”. Era un eugenista, se casó con su prima y promovía, en el ambiente del esclavismo, la selección de razas para descartar a las débiles y gestar una superior. Eso, aparentemente personal, como casarse con sus consanguíneos, sale de la vida privada del autor al ser la base de una teoría aceptada incondicionalmente en el mundo de la ciencia.

En El origen del hombre confirma su falta de rigor científico. Escribe afirmaciones categóricas, generalizadoras, vagas, que le salen de lo que “siente” o le parece que debe ser y no duda en sentirse parte del clímax de la humanidad. Lo que no se ajusta a su visión del mundo (o la de él y sus amigos y conocidos, a quienes cita constantemente) es inferior, salvaje y en el mejor de los casos extravagante. Algunas de las fuentes de las que saca lo que él considera conclusiones sólidas e irrefutables serían simpáticas si no fueran cimiento del evolucionismo, una doctrina intocable. Criticarla lo convierte a uno automáticamente en creacionista fanático religioso hijo de George Bush. Algunas de sus fuentes: cuidadores de zoológicos, jueces “competentes”, funcionarios religiosos (obispos), conocidos, su perro y amistades por el estilo. Se entiende que no va a citar artículos de journals indizados como lo tendría que hacer ahora para ser aceptado en las elites científicas, pero la irrefutabilidad de la que goza hasta hoy día no concuerda con la débil base en la que descansan sus argumentos.

Algunos ejemplos:

Para abrir boca: “(…)los monos nacen en un estado tan débil como nuestros propios hijos. El hombre difiere de la mujer por su talla, su fuerza muscular, su vellosidad, etc., como también por su inteligencia, como sucede entre los dos sexos de muchos mamíferos (…)”.

Se podría argumentar que antes “era normal” que los autores se expresaran así de las mujeres o de los negros o los nativos (como si ser nativo fuera rasgo de inferioridad; ¿o no hay nativos de las islas británicas o de Escandinavia, o son otra clase de nativos?), y que hay que entenderlos en su contexto. Este argumento sería extensible a Hitler, Stalin, Idi Amin y todos los dictadores latinoamericanos, incluyendo a los presidentes gringos que los han impuesto y financiado.

Afirmaciones categóricas pintorescas en su apartado Rudimentos en el primer capítulo . “Los principales agentes que parecen provocar el estado rudimentario en los órganos son la falta de uso”. En este apartado dice que pestañear es un “rudimento” de una habilidad ancestral que venimos perdiendo, como la de mover zonas de la piel, como los caballos. A mí me pasman esas afirmaciones tan concluyentes. Esto haría pensar que venimos de un mono que dejó de usar su cola y por eso no la tenemos. Luego, “(…) toda la parte externa de la oreja en forma de concha puede ser considerada como un rudimento (…) las orejas de los chimpancés y orangutanes son singularmente parecidas a las del hombre, y los guardianes del Zoological Garden me han asegurado que estos animales no las mueven ni las enderezan nunca”. O sea, las orejas son un rudimento y de su movilidad o no en los changos dan fe los guardias del zoológico: “nunca”. No se hable más. Hay cantidad de ejemplos, casi en cada página podría uno detenerse y encontrar cosas que le hacen a uno decir: ¿y esto es la base del evolucionismo, esa monolítica teoría que se erige como lo más avanzado que tiene la ciencia en torno al origen de la humanidad? (O del hombre, como dice Darwin si nos aguantamos la comezón del asunto de género). En este apartado de lo que él llama rudimentos, dice que las aves de las islas oceánicas, al no tener amenazas, han dejado de volar. ¿Y una gallina no ha vivido desde que existe en franca amenaza? ¿Alcanzaría un alto grado de resignación y por eso dejaría de volar?

Les da su buen lugar a las aves, un lugar más acomodado que el de los “salvajes”. (Si algo me hizo soltar el librito de HG Wells fue esta machacona palabrita que les encantaba usar en la época. Cuerpo que no ande con abrigos, bufanda y ridículos sombreros o vestidos con estructuras de alambre, es salvaje para la época). Pues hablando de aves, en su capítulo dos, apartado Sentimiento de lo bello, dice que compartimos con animales superiores y aun inferiores el sentido de la belleza (sic). Colores y cantos, dice, son apreciados por las aves, especialmente por las hembras, que admiran en los machos (no podía ser de otra forma para este macho llamado Charles) los plumajes, cantos y colores. Afirma que “el amor a lo bello no tiene en el espíritu humano un carácter especial, ya que difiere mucho en las diferentes razas y ni aun es idéntico para las naciones de una raza misma. A juzgar por los repugnantes adornos y la música atroz que admira la mayoría de los salvajes, podría afirmarse que sus facultades estéticas están aún menos desarrolladas en ellos que en muchos animales, tales como las aves. Es evidente que ningún animal es capaz de admirar la pureza del cielo, un paisaje bello o una música sabia (¡sic!); pero tampoco los admiran más los salvajes o las personas que carecen de educación, ya que estos gustos dependen de la cultura de asociaciones de ideas muy complejas.”

Un pájaro es más sensible al “arte” que un “salvaje”. En seguida viene su apartado Creencia en Dios. Religión. Termino: “los salvajes sueñan y creen que sus sueños son realidad”. Algo que dice, ni los perros ni el hombre creen. Separa entre hombres y salvajes. Se entiende así que el perro está más cerca del hombre que el “salvaje de éste”.

“Los salvajes atribuyen a los espíritus las mismas pasiones, la misma sed de venganza o las más elementales formas de justicia y los mismos afectos que ellos han experimentado”.

Este aficionado a las aves y los perros nunca ha de haber abierto un libro escrito por un “salvaje” griego. Él confía más en gente como el profesor Branbach (a saber quién es), quien “llega a decir que el perro mira a su dueño como a un dios”. Como éste son sus argumentos presentados en el apartado “Facultades mentales del hombre y de los animales inferiores”.

Hay mucho más, pero yo aquí me bajo. No voy a seguir leyendo a un supremacista, macho, racista imperialista que sin duda aportó mucho a la separación entre fe y ciencia, pero que también sin duda incurrió en unas generalizaciones absurdas, racistas, etnocentristas, misóginas y, además, declaradamente estaba a favor de la pureza de razas, de la depuración de la humanidad para que los blancos del norte desplazaran a las poblaciones del 90% del planeta. El evolucionismo no tiene la última palabra pero se porta como si la tuviera. Es lamentable que una posibilidad sea impuesta como el único camino porque detrás tiene muchos intereses particulares como dinero, poder, explotación, saqueo, robo, exterminio y pureza étnica.

 


Darwin y su selección

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