La llamada “new age” como movimiento músico-espiritual de moda hace unas décadas nunca nos ha llamado demasiado la atención más allá de su efectividad como etiqueta bajo la cual clasificar a un buen número de estilos y artistas que no terminaban de encajar en otras categorías pero que tenían poco en común entre sí cuando lo analizamos detenidamente. Bajo esa denominación se llegó a agupar la música electrónica, el folclore de buena parte del mundo (particularmente el procedente de los países celtas) un cierto tipo de jazz y de música instrumental “suave”, procedente de los Estados Unidos en su mayor parte, algunas vanguardias clasicas con especial fijación en el minimalismo o las discografías de muchas viejas leyendas del rock y el pop que se alejaban de sus estilos habituales.
Curiosamente, la gran mayoría de los músicos que recibían el calificativo de “new age” solían despreciarlo y no les faltaba razón ya que la corriente espiritual a la que debía su nombre esa música tenía muy poco que ver con ellos. Hay un notable grupo de artistas, sin embargo, que se sienten cómodos con la denominación y practican los ritos y filosofía de vida comunmente asociados a la “new age”: ecologismo, creencia en terapias alternativas y un misticismo cercano a la magia. Son ellos los que, a nuestro juicio, practican la verdadera “música new age” que se caracteriza por los sonidos relajantes, principalmente electrónicos o procedentes de instrumentos más o menos exóticos como flautas de todo tipo, campanas tibetanas, etc. con profusión de sonidos naturales (agua, viento) o animales (aullidos de lobos, cantos de ballenas y delfines). Un tostón en nuestra opinión que, sin embargo, tiene su público. Hay dentro de ese estilo, a pesar de todo, músicos genuinos como Deuter o Terry Oldfield cuya carrera es respetable por mucho que no nos atraiga en exceso su obra. De vez en cuando, lo que demuestra que podemos estar muy equivocados respecto a ese género musical, aparecen trabajos muy notables como el que hoy tenemos aquí.
David Antony Clark es un músico neozelandés que se vio muy atraído en su juventud por el folk británico y el rock y que llegó a formar parte de varias bandas en las que tocaba el bajo y la guitarra. Sus viajes por todo el mundo, en especial los que hizo por centroeuropa cuando era un veinteañero le acercaron a la cultura “hippie” y pasó a interesarse por Oriente Medio y la India. En esa época conoció a Jon Mark, antiguo músico de Marianne Faithfull o John Mayall y miembro de Mark-Almond (no confundir con el cantante de Soft Cell), quien estaba muy interesado en aquella época por la música “new-age” en su versión celta-electrónica. Junto a él, dio sus primeros pasos en ese nuevo estilo grabando algunos discos temáticos dedicados a lugares geográficos como Nueva Zelanda (“Terra Inhabitata”) o Australia (“Australia: Beyond the Dreamtime” lo que nos lleva al disco que hoy comentamos en el blog. Aunque su filosofía, estilo de vida e incluso su estética entrarían de lleno en la “new-age”, su música nos parece más interesante que la de la mayoría de los artistas que militan en esa corriente, recoge influencias más amplias y muestra una paleta de sonidos mucho más rica que la de aquellos.
Tenemos que reconocer que “Before Africa” no fue un trabajo que nos llegase desde el principio; es más, durante mucho tiempo lo teníamos apartado en el grupo de discos que apenas escuchábamos muy de vez en cuando, casi como ejercicio de memoria para recordar por qué no nos gustaba. Recientemente, sin embargo, experimentamos una suerte de reencuentro con ese trabajo que nos llevó a darle varias oportunidades más hasta descubrir que merecía mucho la pena. Se trata de una obra conceptual en la que se pretende recrear la vida hace ochocientos mil años en los alrededores de un lago que bien podría ser el primitivo Tanganica. Clark toca sintetizadores y “samplers” de todo tipo y cuenta con la participación de Max Guhl y Stephan Clark (ocarinas), Michael Wilson y Joanne y Ellen Simpson (voces infantiles) y las percusiones de Sam Manzanza y Philip Riley.
David Antony Clark
“A Land Before Eden” - Precisamente la ocarina es el instrumento que abre la pieza por unos instantes antes de que las percusiones “sampleadas” y reorganizadas formando “loops” por Clark compongan un ritmo sencillo a partir del cual las flautas electrónicas dibujan el tema principal. Unos deliciosos fondos sintéticos completan el paisaje en un tema muy simple en una primera escucha pero realmente inspirado. Un breve interludio percusivo divide el corte en dos partes siendo la última una perfecta revisión de la primera con algunas capas de sonido añadidas a la mezcla antes de concluir con una sección casi exclusiva de percusiones.
“The Stone Children” - Una melodía de aire infantil suena en lo que podría ser una marimba (al no aparecer acreditada, asumimos que procede de sintetizadores) acompañada de algunos efectos sonoros y un segundo tema complementario. Enseguida aparece una base rítmica que convierte la pieza en una inocente canción pop con “samples” étnicos en una línea cercana a la obra de Deep Forest con una menor elaboración de las muestras electrónicas. En la parte final se escuchan voces tribales y sonidos que ubican la pieza claramente en el continente africano.
“Flamingo Lake” - Continuando con el mismo tipo de sonidos que el corte anterior, asistimos a una pieza en la que la melodía tiene todo el peso. Siendo como es de agradable escucha nos parece algo falta de fuerza acercándose peligrosamente al lado más tópico de la “new-age”, lo que no le hace ningún favor en nuestra opinión.
“The Gathering Place” - Sonidos acuáticos y de aves, así como la de algún que otro bóvido nos dan la bienvenida al siguiente corte. De nuevo las marimbas se encargan de la sección rítmica y los sonidos electrónicos emulando a flautas en muchos momentos lo hacen de la melódica. Es un tema de evolución lenta en el que tienen mayor presencia los sonidos naturales y los ritmos programados que peca de repetitivo y que, quizá debería haber sido acortado.
“Ancestral Voices” - Seguimos con las flautas y los timbres más o menos conocidos en esta pieza en la que, afortunadamente, la calidad del tema central se impone sobre los sonidos escogidos, poco originales aunque tenemos que reconocer que en conjunto funcionan muy bien. Se repite el esquema de la mayoría de los cortes del disco con una primera ejecución del tema principal, una sección ambiental dominada por las percusiones y una parte final a modo de resumen de las anteriores pero es una fórmula bien ejecutada en todo momento.
“Rainmakers” - Un precioso juego de percusiones muy similar al que se puede escuchar en algunos momentos del “Wind Chimes” de Mike Oldfield y que creíamos de procedencia tibetana, abre una de las composiciones más vitales del disco, radiada en su momento hasta la extenuación por Ramón Trecet en su programa “Diálogos 3” en el que, por cierto, tuvimos la primera noticia de este autor precisamente con este disco. Truenos de una tormenta próxima, uno de los mejores presagios en la sabana centroafricana, ocupan la parte central de la composición; quizá el punto fuerte del disco con un sonido cercano, una vez más, al de Deep Forest.
“Immortal Forces” - La que quizá sea la pieza más ambiciosa del trabajo es esta preciosa composición en la que pierden peso todos los sonidos tan particulares que inundaban hasta ahora el disco reemplazados por un enfoque electrónico más tradicional en todos los sentidos. Estaríamos más próximos a una “new-age” americana como la que abundaba en los sellos Private Music o Narada en los que había verdaderas joyas que no necesitaban recurrir al “reiki”, las ballenas ni el incienso para adornar la música (¿se nota que no eramos muy partidarios de según qué estilos?).
“The Inner Hunt” - En un estilo cercano al de su predecesor, el tema más largo del disco combina, además, ritmos muy diferentes que se alternan a lo largo de toda la pieza. Comenzamos con una viva cadencia sobre la que se dibujan con timidez algunas melodías muy breves pero conforme avanzamos todo parece prepararse para una verdadera revolución que no tarda en llegar con un súbito estallido de percusiones tribales reforzadas por la electrónica y los secuenciadores. Metidos ya en la fase más intensa de la pieza escuchamos una melodía sensacional que nos acompaña durante el resto del tema de un modo maravilloso.
“Pale Savannah Moon” - Tras la descarga de energía del corte anterior, el disco regresa a los senderos de los primeros momentos del mismo con una bonita melodía envuelta en los característicos ritmos que hemos podido escuchar en la mayor parte del trabajo. Un cierre tranquilo que no aporta demasiado al conjunto pero en absoluto desdeñable.
Nos quedan pocas dudas acerca del gran talento para la melodía de David Antony Clark como demuestra sobradamente en este trabajo. Las únicas objeciones que podemos plantear tiene que ver con la elección del tipo de sonido en muchos instantes y con una falta de tensión general que podría haber hecho de muchas de las piezas, verdaderas obras maestras aunque no debemos olvidar la procedencia estética de su autor, muchas veces incompatible con es punto de “mala leche” que echamos en falta de vez en cuando. Con todo, estamos ante un disco muy recomendable que merece al menos una escucha.