Revista Cultura y Ocio
Ayer salió la noticia de que David Bowie no dará más conciertos, sólo se dedicará a grabar, una de las peores noticias que he oído jamás, porque tengo la espinita de no haberle visto nunca en vivo, al que quizás sea mi artista favorito por mutltitud de cosas. Afortunadamente nos queda su legado que es inmenso, y de él no me canso de hablar.Para Bowie los noventa comenzaron en 1989 cuando edita el debut de Tin Machine, esa banda que formó con los desconocidos, pero enormes y contundentes músicos Reeves Gabrels, Tony Sales y Hunt Sales. Con ese disco hizo olvidar Never let me down, un trabajo menor en su carrera aunque con grandes singles, y desde luego se reinventó, a pesar de que el público masivo poco lo entendió. El Duque Blanco estaba virando otra vez, y sus otros dos discos con Tin Machine pasaron al anonimato. Pero es en ese momento cuando David piensa que volviendo a cosas del pasado y dando un par de pasos atrás, se relanzará y dará uno importante hacia adelante, incluso embarcándose en una gira solista interpretando sus viejos hits.Pero en 1993 edita Black Tie White Noise, que sin ser uno de sus mejores trabajos, recupera dos cosas, primero al productor con el que hizo Let's Dance en 1983 Nile Rodgers, un álbum que le dio grandes réditos, y segundo hace un disco elegante, algo irregular todavía, pero que sería la base para una tirada de discos noventeros, donde para mi recupera muchísimo brío.
Hoy me centro en uno de sus singles, Jump they say, tremendo e irreprochable canción dedicada a Terry, el medio hermano de Bowie que sufría problemas de esquizofrenia y se suicidó en 1985, con una extraordinaria melodía, a pesar de que el arreglo de saxo nunca acabó de parecerme del todo adecuado.
Os dejo con el vídeo de Jump they say.