Tomado de El País
El pasado ha vuelto. En 1972, un veinteañero simpatizante nazi llamado David Duke estuvo relacionado con unas protestas en Nueva Orleans en defensa de una estatua de Robert E. Lee, general de la Confederación durante la Guerra Civil. Hubo choques con manifestantes negros que consideraban la estatua un símbolo del esclavismo que defendían los Estados secesionistas del sur de Estados Unidos. 45 años después, el monumento fue finalmente retirado —el pasado 19 de mayo— pero Duke vuelve a estar involucrado en la defensa de Lee.
El exlíder de una filial del Ku Klux Klan (KKK) fue uno de los decenas de supremacistas blancos que inundaron el pasado fin de semana Charlottesville (Virginia). Acudieron a protestar contra la decisión del Ayuntamiento, paralizada por la justicia, de desmantelar una estatua del general confederado. Como en los tiempos funestos del KKK, algunos llevaban antorchas de fuego al grito de “no nos vais a reemplazar” y capuchas blancas. Otros lucían esvásticas e iban fuertemente armados. La presencia de la extrema derecha desató el caos en la tranquila Charlottesville. Hubo enfrentamientos con grupos antifascistas y un neonazi arrolló con su coche a contramanifestantes, matando a una mujer, Heather Heye, de 32 años.Duke, de 67, fue recibido como un héroe en la plaza en la que se levanta la oxidada estatua ecuestre de Lee. Sonreía y gritaba entusiasmado mientras prometía cumplir el lema de Donald Trump de “recuperar de vuelta” el país. La acogida es sintomática. Tras años soterrada, la derecha racista vuelve a asomar en EE UU. Figuras como Duke, profundamente denostado en su feudo en Luisiana, han salido de la oscuridad.
Para él son buenos tiempos. “La presidencia de Trump ha empoderado a muchos europeos americanos porque él dijo que estaba en contra del orden internacional, la guerra sionista”, afirma Duke en una entrevista telefónica en alusión a la raza blanca. “Hace cosas buenas y otras con las que no estamos de acuerdo, pero sí [nos identificamos con] Trump, no específicamente por el hombre sino por el significado, los principios”.
Duke ha sido casi todo en su vida. Simpatizante nazi desde los 14 años, fundador de una rama del Klan como veinteañero en 1974, congresista en Luisiana entre 1989 y 1992, encarcelado 15 meses en 2002 por fraude fiscal, aspirante fallido a gobernador, senador y presidente de Estados Unidos; y ahora agitador de la extrema derecha en Internet.
La Liga Antidifamación lo ha definido como “quizás el más conocido racista y antisemita americano”. “Es la figura más reconocible de la derecha radical americana, un neonazi, duradero líder del Klan y ahora portavoz internacional de los negacionistas del Holocausto”, añade el Southern Poverty Law Center, especializado en el estudio del extremismo.
Duke niega ser un supremacista, racista o antisemita y dice condenar la violencia y lamentar su papel en el KKK, del que se alejó solo oficiosamente una década después. Pero se define como el mayor defensor de la raza blanca, insulta continuamente a los judíos y a Israel, y ha escrito que los negros son menos inteligentes y más violentos que los blancos.
Como otros supremacistas, se ampara en la libertad de expresión que rige la vida estadounidense y arremete contra las ataduras de la corrección política. Justifica su presencia en Charlottesville en el “derecho” de los blancos a “estar orgullosos de su legado”. “Si realmente crees en los derechos humanos, no puedes tener derechos humanos sin una verdadera libertad de expresión”, esgrime.
Atribuye la violencia en Virginia exclusivamente a los contramanifestantes y a las autoridades, y cuestiona que el atropello llevado a cabo por el neonazi fuera intencionado, algo que contradice la versión oficial y las imágenes.
Duke lamenta que defender los “intereses de la raza blanca se considere racista” y manda un aviso a Trump: “Fue el apabullante voto blanco el que lo colocó [en la Casa Blanca] y debería recordarlo”. Pero después de que el republicano culpara el martes a “ambos bandos” de la violencia en Charlottesville, el exlíder del KKK le elogió públicamente: “Gracias presidente Trump por tu honestidad y coraje en decir la verdad”.
Hay algunos paralelismos en las carreras políticas de Duke y Trump. Ambos derrotaron al establishment republicano y sorprendieron cuando ganaron las elecciones, a la Cámara de Representantes de Luisiana en 1989 y a la Casa Blanca en 2016, respectivamente. Duke es mucho más explícito en la defensa de la raza blanca, pero con su promesa de frenar la inmigración musulmana e hispana, el ahora presidente apelaba al votante temeroso con el declive blanco de EE UU. “El Gobierno está tratando de destruir la identidad de varias razas”, dijo Duke hace 28 años. Hoy repite algo muy parecido.