Regresas, ojos verdes, radiante mediodía,
de una noche de fiesta -Esmirna en el crepúsculo-,
diosa recién duchada, con pantalones cortos
y un top que me enloquece.
Has dejado las naves -fenicias, por supuesto-
amarradas al borde de un vaso de gintonic.
Hermosa y bronceada, regresas, ojos verdes,
de todas las apuestas -Lillie Langtree, los ojos
cansados de vivir- perdidas de antemano.
Conquistada en tus piernas -Esmirna-, de regreso
a un terco laberinto, a un campo de batalla,
donde será imposible, si no lo remediamos,
aplazar el encuentro.
Hace calor, susurras, desnuda e insalvable,
besándome en los ojos, hundiéndome en tu cuerpo.
Regresas -¿de qué fuerte sitiado y perdido,
de qué ciudad en llamas, de qué hermoso naufragio?
de una noche de fiesta -Esmirna entre las ruinas-,
con pantalones cortos y un top blanco y magnético,
diosa de mis desvelos y mis sueños prohibidos,
temible y seductora, desafiante hechicera.
'Las naves fenicias' titula David Fraguas ese poema que recuerda al Luis Alberto de Cuenca de los ochenta y los noventa.
Forma parte de la primera de las tres secciones en que organiza su libro Tierras extrañas, que publica El sastre de Apollinaire, y es una muestra de la bien afinada voz de David Fraguas y de una evidente voluntad expresiva que aspira al equilibrio integrador de lo clásico y lo moderno, de ironía y lirismo.
Los finales felices, Nel mezzo del cammin y Los otros mundos son las tres partes en las que se articula un conjunto en el que la mirada crítica al presente y a la historia convive con un culturalismo inteligente e intimista que se expresa a través de una variedad de metros, de versos cortos y largos, de poemas en prosa que se sostiene sobre un predominante ritmo alejandrino o endecasilábico incluso en esos aparentes poemas en prosa.
Las ciudades y el tiempo, la memoria y la muerte, una variación sobre un tema de Kavafis, o la lectura en su marco de la Balada de la cárcel de Reading, el amor y su ausencia, el cine y las canciones atraviesan este libro, tomado por la conciencia de la madurez, por sueños y evocaciones, visiones y ucronías como la de Newton visitando las ruinas de Pompeya o la de Galdós y Beethoven compartiendo unas botellas de vino de Borgoña, cosecha de 1910.
Fritz Lang y Garcilaso, Billy Collins y Mishima, Gil de Biedma y Tolstói, Kavafis y John Ford, Borges y Aznavour, Luis Rosales y Spielberg cruzan las páginas de estas Tierras extrañas, un sólido libro, pródigo en versos contundentes como los de este magnífico El último baile:
Hablas de los imperios -los imperios que caen-,
de los días finales antes de la caída,
del amor y la noche, del otoño que baila
en salones dorados, de manadas de lobos
que devoran imperios, del puñal de Lucrecia,
de su muerte baldía, de sus ojos, los ojos
amados y perdidos, amados en las noches
de extraña claridad, perdidos en las noches
de desmoronamiento.
Hablas de la belleza -la belleza perdida-,
de la sangre y la música,
de los días finales antes de la caída,
antes del bombardeo que hace añicos la noche.
Hablas de los imperios, los imperios que bailan
en salones en ruinas, los imperios que estallan
como hogueras de nieve, como abismos que inundan
de luz rota el futuro.
Santos Domínguez