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Cuando Manuela se va, cosa que no creí que haría, no aún, el portazo, un golpe fuerte y desagradable, me arranca de cuajo, de raíz, bruscamente, de una suerte de ensoñación poética que tiene su origen quince años atrás en el tiempo, cuando, por razones que no vienen ahora al caso, Chica y yo, de común acuerdo, aquí nadie le puso una pistola al pecho a nadie, y en pleno uso de nuestras facultades mentales, aunque esto último no sea del todo cierto, llegamos a un acuerdo que, en apariencia, resultaba muy, pero que muy ventajoso para mí, pero que, en realidad, ahora lo sé, de no alcanzar las metas que me había fijado en un tiempo razonable, podría convertirse en una encerrona, en una puta ratonera. El trato, en rigor, era este:David González08/12/2014.
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