Año: 2020
Editorial: Premium
Ilustración de portada: Edu Quiza
Género: Novela corta (terror)
El infierno está vacío y todos los demonios están aquí. W. Shakespeare
La puerta está abierta. La habitación es amplia y diáfana. En el centro hay varias personas sentadas en sillas, manteniendo la distancia de seguridad y formando un círculo. Avanzo con decisión hacia la única que está vacía y tomo asiento. Los presentes nos miramos con recelo; tenemos un problema y hemos venido a solucionarlo. Nadie se atreve a dar el primer paso, así que respiro hondo, hago acopio de un valor del que no me creía poseedor y me levanto. Me llevo la mano a la boca sin recordar que llevo puesta la mascarilla, carraspeo levemente y pronuncio las palabras que todos están esperando: Hola, me llamo Ismael, soy adicto a la lectura y sufro un bloqueo como lector. Aplausos.
Esta escena, que no es más que ficción como podréis suponer, esconde una verdad. Sin saber por qué, con la llegada de 2020 se produjo en mi yo lector un cambio. No era capaz de leer libro alguno. Empecé varios y enseguida desconectaba de la historia, incapaz de seguirla. Leía un par de páginas y al llegar a la tercera no recordaba absolutamente nada de lo leído en las dos primeras.
Al principio no le di mucha importancia, ya me había ocurrido en otras ocasiones y pensé que en unos días estaría solucionado. Pero no fue así. Pasaron los días, pasaron las semanas y todo seguía igual. Para colmo, todo se complicó aún más por culpa de un invitado inesperado y su rastro de enfermedad y muerte, acompañados de un confinamiento que me encerró en casa rodeado de más de dos mil libros, pero sin ser capaz de leer una sola de sus páginas.
¿Qué podía hacer?, me pregunté durante los primeros días de confinamiento. No iba a darme por vencido, así que tomé una decisión: tenía que encontrar un libro de pocas páginas, con capítulos cortos y cliffhangers a saco, entretenido, bien escrito y que contara una historia de esas que te atrapan y se leen de un tirón.
No era fácil encontrar un libro así y más aún en las circunstancias en las que me encontraba; sabía que un solo paso en falso lo llevaría de vuelta a la pila de pendientes, aumentando mi frustración lectora. Pero ese libro apareció y de él quiero hablaros hoy, pese a llevar casi cuatrocientas palabras escritas sin haberlo citado aún. Las poco más de cien páginas de Ponzoña y su autor, David Luna Lorenzo, me salvaron de mi bloqueo lector y enseguida sabréis por qué.
Sandra es una joven okupa que vive con su pareja, un guitarrista callejero. La vida de ambos cambia para siempre con el embarazo de Sandra y la aparición de unos presuntos fenómenos extraños que parecen estar relacionados con el ser que crece en su interior.
Nos intoxican, nos envenenan, y mientras tanto sonreímos felices disfrutando del cianuro.
Con la narración en primera persona de Sandra, la acción transcurre entre saltos temporales que dirigen al lector del presente, en el que su hija Ana tiene seis años, al pasado, para contarnos qué sucedió durante los meses de gestación de la niña.
El uso de capítulos cortos y ágiles otorga una fluidez al texto que el lector agradece. El autor combina con maestría pasajes de calma tensa con otros en los que se desata el horror, con la sensación de que el in crescendo es continuo desde el inicio hasta el clímax final.
La ambigüedad y el ambiente opresivo, claves en el desarrollo de la novela
Uno de los puntos fuertes de Ponzoña es la calculada ambigüedad que planea sobre los sucesos narrados. ¿Son reales los presuntos fenómenos extraños que experimenta Sandra? ¿Es posible que en el interior de Anita habite una presencia maligna, como cree su madre? O por el contrario, ¿está Sandra loca de atar? La duda se instala en la mente del lector y provoca la necesidad de seguir leyendo para desentrañar el misterio.
El autor, siempre atento a los pequeños detalles, señala una hora concreta como la detonante de muchos de los terrores de Sandra: las 3:33 h. Los aficionados a la numerología señalan directamente al demonio aludiendo a que los tres dígitos son la mitad del 666, el número del diablo. En el mundo de lo paranormal se dice que es entre las 3 y las 4 de la madrugada cuando se producen muchos de los fenómenos provocados por este, mientras que otros relacionan las 3:33 con la edad a la que se supone que murió Jesús de Nazaret, 33 años. Para gustos, los colores.
Recuerdo visitas de desconocidos que ni siquiera llegaban a mirarme. Su único interés radicaba en el nido. Se asomaban a él, proferían exclamaciones de entusiasmo y se retiraban frotándose las manos, largas hasta el imposible.
Aunque la protagonista indiscutible de la obra es Sandra, con el permiso de la pequeña Ana, algunos personajes secundarios son fascinantes y aportan mayor complejidad a la trama. Eric, pareja de Sandra y padre de Anita, se debate entre la razón y lo que le cuenta su pareja, tan alejado de ella. La madre de Sandra es precisamente eso, una madre, preocupada por su hija y por la vida que le espera a su nieta. Harry, el gato de la pareja (¡ay, los gatos! Misteriosos per se), también tiene su protagonismo, mientras que Mauri, vecino de Sandra y Eric, juega un papel importante en el desenlace de la novela.
En mi opinión, no obstante, el secundario más logrado de la obra es Doña Julia. Benefactora de Sandra, suele ayudarla económicamente y Sandra la visita hasta en tres ocasiones a lo largo de la novela. El ambiente opresivo y extraño de la casa de Doña Julia y lo que Sandra ve y oye allí (o cree ver y oír, porque la ambigüedad sigue presente a lo largo de todo el relato) confiere a esas escenas una fuerza con la que la novela gana muchos enteros. Ese ambiente opresivo impregna toda la novela y es uno de los grandes logros del autor.
No voy a destripar el final aquí, por supuesto, pero os aseguro que no deja indiferente. David Luna cierra la narración con unos últimos capítulos ágiles y trepidantes en los que da definitiva rienda suelta al horror y por fin sabemos (¿o tal vez no?) si lo que le está ocurriendo a Sandra es real o no.
Volo ire tecum, daemonium. Volo ire tecum, satanae
La semilla del diablo (Ira Levin, 1967) y El exorcista (William Peter Blatty, 1971) son las dos grandes referencias que acuden a la mente del lector durante la lectura de Ponzoña. Para complicarlo todo aún más, el propio autor de la novela asegura que parte de lo narrado está basado en casos reales. Me ha parecido encontrar, entre otras, alusiones al célebre caso de Amityville; para los interesados en conocer lo que ocurrió en el 112 de Ocean Avenue recomiendo Aquí vive el horror, de Jay Anson, uno de los libros más terroríficos que he leído en mi vida.
Ganadora del VII Premio de Novela Corta de Terror Ciudad de Utrera
David Luna (Toledo, 1976), autor de varias novelas de ciencia ficción y fantasía como El Ojo de Dios (Apache Libros, 2016), Laberinto Tennen (El Transbordador, 2016), Éxodo (o cómo salvar a la reina) (Apache Libros, 2017) y Sombras Tennen (El Transbordador, 2019), ha ganado algunos de los más prestigiosos premios del panorama literario nacional e internacional, como el UPC de ciencia ficción (2016), el Domingo Santos (2016) o el Chrysalis (2017), entre otros. Con Ponzoña se alzó con el VII Premio de Novela Corta de Terror Ciudad de Utrera (2019), el más prestigioso del género en nuestro país.
Empecé esta reseña recreando una escena irreal basada en hechos reales. No he acudido a ninguna terapia para lectores bloqueados ni creo que exista (o sí, a saber), pero eso de que no pudiera leer ni dos páginas fue tan real como los meses que hemos pasado encerrados en casa. Ponzoña vino, vio y venció. Una pequeña gran novela que contiene todos los ingredientes necesarios para que los aficionados al género pasemos ese mal buen rato que buscamos al leer terror y que confirma a David Luna como uno de los escritores más a tener en cuenta del fantástico patrio.
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