El primer tema que escuché de David fue “Pisando charcos” (casualidad que ese día lloviera) y he de reconocer que me atrapó su lírica en cada una de las estrofas, transportándome a ese momento nostálgico en que cuando no te salen las cosas como esperas piensas en lo fácil que era ser niño y saltar de charco en charco.
Las buenas letras son una constante en sus canciones, tal vez fruto de su faceta poética, tal y como se puede comprobar en “El heroico fracaso”, “Café Siberia”, “Nada” o “La memoria” transportándote a situaciones y escenarios cotidianos en los que tal vez todos hemos vivido alguna vez. En sus letras no encontrarás imágenes rebuscadas, ni juegos de palabras complicados que desvíen la atención y el sentido de las canciones, lo que suma muchos puntos a su favor.
Sobre el escenario encuentro en David la frescura que muchas veces se echa en falta en otros artistas, ganándose al público que lo escucha, interactuando en todo momento con él, consiguiendo cercanía y contando la historia que encierra cada tema, ayudándote a llegar más allá de la propia canción.