El cine de Arturo Ripstein manifiesta la imposibilidad de cambiar el destino de los hombres por ellos mismos, en la fuerza con que actúa y los somete, y alcanza su momento más crítico y popular con Principio y fin (1993), adaptación de la novela homónima del Nobel Naguib Mahfuz por el propio director y su esposa, la guionista Paz Alicia Garciadiego.
Rozando el tremendismo, el exceso miserable que atraviesa toda su obra, pero que aquí se encuentra en perfecto acomodo al no verse rodeado de irreverentes y excéntricas situaciones, Risptein nos presenta el hundimiento social, humano, moral, de la modesta familia Botero. A la muerte del patriarca, hombre que nunca tomó providencia, doña Ignacia (Julieta Egurrola) queda con una miserable pensión de viudedad, dos hijos a las puertas de la universidad, Gabriel (Ernesto Laguardia) y Nicolás (Bruno Bichir), una chica, Mireya (Lucía Muñoz), en edad de ir pensando en pretendientes si no fuese tan seria y feucha, y Guama (Alberto Estrella), el primogénito que ya voló y que siempre le dio más quebraderos de cabeza que alegrías. Determinados a volver a la cotidianidad callejera, al escenario que se nos muestra como apenas un ruido que penetra a través de las ventanas del sótano en el que viven confinados, de las cristaleras de la panadería de César (Luis Felipe Tovar), y que cuando contemplamos brillar es en otra ciudad para pronto desaparecer y sumirnos de nuevo en el dolor ocre de las imágenes, con tal fin, y no sin poca manipulación de Gabriel, la decisión de que éste marche becado a los USA marcará los pasos de todos. Sacrificarse, vivir la vida a través del estudiante, será la esperanza de la familia. Y para el de brillante porvenir, la ópera que amaba su padre una posibilidad de escape a través de las influencias políticas.
Rodado en su totalidad en planos secuencias, forma de trabajo que demuestra siempre un planteamiento y ensayos exhaustivos y deja ningún margen de maniobra al montador, paisajes con figuras en movimiento con mención especial a los ocho minutos del remate, Principio y fin crece sudoroso, lleno de rabia, y sexualmente viciado y vicioso al mostrarnos, de frente o soslayo, el sexo mercantil, el violado, el incestuoso, el otoñal, el homosexual, el entregado sin concesiones, el que se llevan los muertos...
La novela que sirvió de base situaba su historia en El Cairo; la del film trascurre en México D.F., pero su historia es universal, una tragedia griega de nuestros días: salir del pozo al que las circunstancias nos ha arrojado. Aunque, no siempre, cuando encuentras la cuerda que te lanzan desde arriba, la empleas para escalar y salir a la superficie.
Principio y fin (1993)
En el libro 1001 películas que hay que ver antes de morir (Editorial Grijalbo) no se detallan títulos de A. Ripstein.